Lo nuevo, manifestación del Espíritu – V Domingo Cuaresma Año B

Lo nuevo, manifestación del Espíritu – V Domingo Cuaresma Año B

Un Dios que hace siempre todo nuevo

Las lecturas de este domingo resultan, desde el punto de vista que quiero desarrollar, muy bien conectadas entre ellas.

La primera lectura, del profeta Jeremías, nos revela que Dios quiere hacer una nueva alianza, ya no conectada con un templo o un lugar sagrado, sino que será totalmente distinta, porque involucrará el corazón de los creyentes. Ahora Dios pondrá en ellos su ley, su voluntad, el deseo de plenitud, para que de la observancia exterior se pase a un cambio interior profundo, una conversión transformadora hacia lo nuevo.

El Hijo aprende a abrirse a lo nuevo

Esta novedad, presente en el profeta Jeremías, la encontramos en la carta a los Hebreos. Aquí el escritor nos muestra que Jesús, aún siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer. Esta expresión es decisiva, porque nos muestra al Nazareno en toda su humanidad, dispuesto a aprender. Este aprendizaje conlleva un precio a pagar, a saber, ser capaz de renunciar a las conclusiones alcanzadas, los proyectos planificados, a las expectativas creadas y a todo el conjunto de aquellos elementos adquiridos (formas de pensar, actuaciones, esquemas, etc.) que forman parte de nuestro ser.

Jesús , entonces, aún siendo hijo, aprendió, no sin esfuerzos, a abrirse a lo nuevo, bajo la clave de la obediencia, es decir, de la escucha del Espíritu que le empujó al cambio, al discernimiento, a poner en duda lo que estaba haciendo para hacer espacio a la novedad que Dios quería proponer.

La metáfora del grano que muere

Esta idea se encuentra otra vez la  perícopa de Juan, en la que Jesús dice que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. De hecho, toda la Biblia está llena de ejemplos en los que los protagonistas deben renunciar, abandonar, dejar ir, soltar y abrirse a lo nuevo. Abrahán tiene que abandonar su tierra para alcanzar algo superior, José termina por ser esclavo para llegar a ser el hombre que  aún no era en casa de su padre Jacób. Que decir, entonces, de la esclavitud en Egipto y de la deportación en Babilonia que experimenta el pueblo de Israel, momentos para morir a sí mismo al fin de encontrar una nueva y más auténtica identidad.

La tendencia a no soltar

Como Iglesia, como creyentes, como personas, tenemos la tendencia a apegarnos a lo ya conocido. Hábitos, ideas, costumbres, rituales, creencias forman parte de nosotros y cuando algo o alguien los pone en entredicho solemos sentirnos atacados y nos defendemos con firmeza. El cambio, lo nuevo no suele ser el bienvenido, porque no estamos preparados a soltar, a dejar ir. Ceder nos parece perder algo de nosotros y el ego se resiste, se rebela, se niega a lo nuevo. Y aquí, entonces, que va otra frase de Jesús: El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. No estamos para nada lejos de la metáfora de antes, la del grano de trigo que tiene que morir.

El creyente como peregrino

Esto me parece importante subrayarlo porque en los últimos siglos (y no quiero ponerme a contar a propósito) la Iglesia se ha mostrado bastante enemiga de lo nuevo y mucho más partidaria de seguir con lo que siempre se ha hecho. Sin embargo, lo típico del cristiano es su ser peregrino. El bautizado es, de hecho, seguidor de Jesús, a saber, uno que sigue, que camina, que se mueve y no que está parado. El peregrino, entonces, es una persona que anda, que se mueve por la calle, que intrínsecamente está hecha para recorrer nuevos senderos, darse cuenta de que se ha equivocado cuando así es y volver atrás para escoger otra dirección. 

Conclusión

Toda la Biblia es la historia de un pueblo terco (que somos todos nosotros) que no quiere cambiar y se queja cuando tiene que enfrentarse a lo nuevo: ¡Más nos valdría que el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto! Allí nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Pero vosotros nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta muchedumbre (Ex 16,3). Y, sin embargo, la alianza que quiere establecer con nosotros no tiene una forma fija. Lo seguro es su intención para con nosotros, las modalidades cambian con nosotros.

Ojalá como Iglesia, y también individualmente, seamos capaces de acoger lo nuevo con lo que Dios sigue comunicándose; esto significaría que vamos aprendiendo, aún con esfuerzos, a escuchar el Espíritu (obedecer) que nos llama a hacer espacio a lo nuevo, en esta época de cambios y en este cambio de época, venciendo el miedo que nos frena y atreviéndonos, en el amor, a surcar nuevos senderos, al estilo de Jesús.

Jer 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré los pecados.

Sal 50: R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Hb 5,7-9: Aprendió a obedecer, y se convirtió en autor de salvación eterna.

Jn 12,20-33: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.

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