Les enseñaba con autoridad – IV Domingo T.O. Año B

Les enseñaba con autoridad – IV Domingo T.O. Año B

Les enseñaba con autoridad

El evangelio según Marcos de este domingo nos presenta a Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Allí él enseña su doctrina, es decir, comunica su mensaje y su forma de entender el judaísmo, así como su misión y el reino de Dios que hay que construir y que está cumpliéndose. La gente que escucha se queda asombrada por sus enseñanzas y reconoce en él un hablar con autoridad.

¿Qué podría significar esta expresión, la de enseñar con “autoridad”? Si analizamos el término “autoridad” desde su sentido etimológico, descubrimos que deriva del latín auctoritas y del verbo augere, que significa aumentar, magnificar, promover. Quién ejerce su autoridad sobre otra persona, entonces, lo hace porque consigue que el otro progrese, se desarrolle hacia un bien mejor, acompañándole hacia su plenitud. 

La autoridad como servicio

La autoridad, pues, se refiere a la capacidad de quien habla de atraer a aquel que está escuchando y esto se debe al prestigio que se ha ido construyendo y que se le reconoce desde fuera como digno de ser atendido. En este caso, entonces, no será necesaria una imposición o algún método coercitivo, porque el mismo oyente reconocerá la legitimidad de quien habla y escuchara sus palabras porque dignas de valor, apreciadas porque portadoras de bien.

La prueba de lo escrito antes es el episodio del hombre poseído por el espíritu inmundo. Quien ejerce su autoridad, en el sentido más auténtico y genuino, lo hace en la forma del servicio, para el bien de aquel que tiene en frente y para que este crezca, se libere de ciertas cadenas y pueda proseguir de forma autónoma. Es lo que pasa, entonces, al hombre poseído: gracias a las palabras de Jesús, ese espíritu le deja. En otras palabras, Jesús consigue liberarle de aquella jaula en la que está metido y que no le permite vivir dignamente y libremente, para devolverle a aquella libertad que representa el plan de Dios.

La autoridad de Jesús, entonces, se muestra en este caso en estrecha conexión con el episodio anterior de la vocación de Simón y Andrés, en la que el Nazareno les prometía hacerles pescadores de hombre, porque acompañar a Jesús no significa aprender catequeticamente quién es el hijo de María, sino significa descubrirse a sí mismos, liberarse para liberar. Ejercer la autoridad se traduce en cuidar del otro, acompañarle, no para decidir por él, sino para enseñarle a hacerlo por su cuenta, para su bien.

No como los escribas

En este sentido, pues, la autoridad de Jesús se diferencia de aquella de otros maestros, quienes fundamentan sus enseñanzas en principios morales que aprender y acatar, principios que terminan por decepcionar porque nos descubrimos no estar a la altura de tanta perfección y porque se comprende que la curación (salvación) no viene de un simple esfuerzo personal de autosuperación.

¿Por qué no pensar, entonces, que algo parecido ha pasado también en nuestros ambientes, en la misma Iglesia? En muchas ocasiones nos hemos olvidado que el cristianismo o, mejor, seguir a Jesús no es un “ejercicio” de moral o de ética, sino fundamentalmente un camino de conocimiento, de descubrimiento: ¿quién es Jesús para mí? y de autodescubrimiento: ¿quién soy yo y quiénes son los otros?

Un camino de reforma para la Iglesia

En nuestras realidades cotidianas, sin embargo, el cristianismo muchas veces se sigue conectando con dogmas y principios morales, a saber, que ser cristianos para muchos es comprendido como una elección en la que te dicen lo que tienes que creer y hacer. Es también por esta razón que hemos perdido conexión con el sentir de la gente: ella sigue buscando un sentido, pero no lo encuentra en el cristianismo que hemos ido enseñando porque no hemos conseguido transmitir su valor existencial y muchos entre los cristianos han dejado de sentirse creyentes porque esta fe ha dejado de ser significativa para ellos.

Conclusión

Es necesario, en mi opinión, redescubrir un cristianismo que hable a las mujeres y a los hombres de hoy día, no de dogmas y moral (esto sería importante como final del camino y no como principio), sino como camino de transformación personal, siguiendo el ejemplo de Jesús. De esta forma, el cristianismo volvería a cobrar autoridad, porque hablaría al corazón de la gente, como camino hacia la plenitud, como camino que atrae, porque todo ser humano tiene sed de infinito.

Dt 18,15-20: Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca.

Sal 94: R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

1 Cor 7,32-35: La soltera se preocupa de los asuntos del Señor, de ser santa.

Mc 1,21-28: Les enseñaba con autoridad.

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