Jesús, parábola del Padre – III Domingo Pascua Año B

Jesús, parábola del Padre – III Domingo Pascua Año B

El fracaso del Maestro

Sin duda los primeros seguidores de Jesús debieron sufrir un verdadero fracaso en el ver al Maestro, al Mesías, ser capturado, condenado a muerte y morir en la cruz. Es la experiencia que Lucas nos narra en el famoso episodio de los dos discípulos de Emaus. Ellos vuelven cabizbajos pensando que sus expectativas se habían esfumado con la muerte de Jesús de Nazaret.

Sin embargo, mientras por un lado el desconsuelo iba haciendo mella entre ellos, por otro lado muchos vuelven a sus vidas y actividades normales, entre ellas también la participación a la sinagoga, durante el sábado.

Del fracaso a la luz

Que sorpresa poder así descubrir que lo que había pasado a aquel Jesús que habían seguido por Galilea y Judea, ahora se presentaba a sus oídos bajo las historias contadas en las Escrituras: los sufrimientos del siervo fiel, así como lo contaba Isaías y los salmos del justo perseguido, según lo que David había compuesto en varios de sus poemas y otros indicios que les hablaban de él, en los libros del Pentateuco, en los libros históricos y de los profetas.

Poco a poco parecía que una nueva luz se arrojaba sobre ese Mesías muerto en la cruz y que esta luz venía justo de la Biblia, hasta llegar a comprender que lo que parecía haber sino un jaque, una muerte humillante era, sin embargo, algo que ya estaba contenido en los escritos sagrados.

La experiencia de la comunidad 

La comunidad, entonces, iba comprendiendo las Escrituras a la luz de lo que le había pasado al Cristo y su vida, por ende, iba dando nueva luz a la escritura misma. Es lo que Lucas recoge en su evangelio y en Hechos cuando afirma que esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse (Lc 24,36; cf Hch 3,18). En otras palabras, con esta frase Lucas resume la experiencia de toda una comunidad.

¿Jesús o el Resucitado?

Siguiendo el evangelio de este tercer domingo, también se nos habla de las apariciones de Jesús a los discípulos. Ellas se describen, por un lado, siempre como experiencias en las que la parte activa es representada por Jesús: es él que aparece, no son los discípulos que lo imaginan. 

Por otro lado, sin embargo, estas experiencias son subjetivas y contadas desde un punto de vista particular y limitado. Esto nos sugiere, entonces, que no podemos tomar a la letra los relatos de las apariciones pero si que podemos buscar el sentido que en ellas está contenido.

Es extraño, de hecho, que se nos cuente que Jesús, el Resucitado, quiere comer como cualquier persona que esté a su alrededor. Este dato, si lo tomaremos a la letra, nos haría pensar que también después de la muerte necesitamos comer o que tenemos un sistema digestivo que sigue activo.

Jesús es el Resucitado

Sin embargo, este detalle y otros que el evangelista nos relata, contesta a una pregunta que se hacían ciertos creyentes: es el Resucitado el mismo Jesús que caminaba por los senderos de Galilea? ¿Había muerto de verdad? Es por esta razón que Jesús dice: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. El Resucitado es el mismo Jesús que antes estaba con sus discípulos y comía con ellos el pescado que habían capturado en el lago de Galilea. 

Jesús, ¿víctima de propiciación?

Finalmente quiero tocar el último punto de esta reflexión: la referencia que la segunda carta de Juan hace sobre la figura de Jesús, definiéndola como víctima de propiciación. La idea de la muerte de Jesús como chivo expiatorio es muy comprensible para un judío, acostumbrado a pensar en la Pascua vivida en el Templo, en el que se inmolaba un macho cabrío para purificar al pueblo y se imponían las manos sobre otro macho cabrío para que cargara con los pecados de todo los israelitas y muriera lejos de la comunidad (cf Lv 16).

Jesús, en este sentido, representa a ambos corderos que, con su sangre limpia los pecados y que, además, carga sobre si el mal del mundo. No olvidemos, también que Jesús es también comprendido como aquel cordero de Éxodo 12 que con su sangre libera a los israelitas del Ángel exterminador.

Esta lectura, todavía presente y creída por muchos cristianos, a mi personalmente no me satisface. La categoría de cordero que quita el pecado del mundo es perfecta para los tiempos de Jesús, pero no me parece actual y capaz de hablar a los tiempos actuales. 

Jesús, parabola del Padre que es Amor

En este sentido, y sin alterar la vida y el mensaje de Jesús, podemos leer su vida como es, como transparencia del amor del Padre. Las parábolas que él nos cuenta nos hablan de un Padre que ama de forma incondicional y que está dispuesto a dar todo para nosotros. La vida pública del Nazareno, entonces, se dibuja como una parábola existencial de compromiso para con su pueblo, para desvelar el rostro del Padre, lo que implica también enfrentarse a aquellos que no entienden o se han hecho desviar por otros intereses (cf la expulsión de los mercaderes del Templo).

La acción salvadora de Jesús, entonces, no se resumen en la muerte en la cruz, sino que se desarrolla en toda la existencia del Señor, como el Dios que se muestra en su rostro humano y nos desvela su amor que nunca abandona, que nunca hace diferencias, que nunca pone condiciones. La acción redentora del Señor está en su capacidad de hacernos redescubrir un Dios amor que nos quiere hasta el extremo, para sacudirnos desde dentro y dejarnos llevar por esta corriente de transformación que es, en otras palabras, ser imagen y semejanza suya.

Conclusión

Es en este sentido, por ende, que hay que comprender la expresión que encontramos en la primera lectura como en el evangelio, en los que se dice que los primeros creyentes predicaban la conversión y el perdón de los pecados. Un corazón que se da cuenta del don que recibe, de un padre que le ama, no puede no sentirse tan afortunado por este regalo inmerecido y esto le cambia por dentro (conversión). 

Esta transformación interior es un cambio existencial en el que nos descubrimos miembros de la casa del Padre (este es el significado del “perdón de los pecados”), todos integrantes de la misma familia, invitados a ser uno con él. 

Jesús, el Señor, el Maestro y el Salvador, nos muestra con su ejemplo que, unidos a él, podemos sentirnos al seguro (Paz a vosotros), porque él nos muestra el camino al Padre, el camino de la vida, el camino del amor, el camino que nos desvela lo que somos, creados por el Amor, creados para amar, amados para amar.

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