Dios y su iglesia

Dios y su iglesia

La Iglesia y su función

Las lecturas de este sexto domingo de Pascua nos recuerdan unos puntos que es necesario tener presente para no caer en fáciles errores y así mantener, como Iglesia, un perfil bajo, humilde, de aquel que siempre está dispuesto a aprender.

La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta a Cornelio, un centurión romano, reunido en su casa con los parientes y los amigos más cercanos. El oficial romano después de haber hecho llamar a Pedro, lo acoge en su casa y Pedro empieza a hablar de Jesucristo. De repente, Pedro y sus acompañantes judíos son testigos de un hecho excepcional: el Espíritu Santo baja sobre el soldado romano y sobre su familia y amigos, sin que Pedro haya hecho nada más que hablar de Jesús y de Dios.

Este episodio, que no es el único en la Biblia, nos dice algo muy relevante, a saber, que sin lugar a duda la Iglesia, en cuanto pueblo de Dios, está llamada a presentar la Buena nueva con palabras y hechos, también a través del culto y de los sacramentos y seguir así con el mandato del Maestro, que envía a sus discípulos hasta los confines de la Tierra.

La Iglesia y la gracia de Dios

Por otro lado, sin embargo, esta lectura también nos recuerda que la acción de Dios y del Espíritu no está vinculada exclusivamente a su pueblo y a lo que llamamos “jerarquía”. Es claro que la gracia se difunde a través de la misión que la Iglesia lleva adelante, pero hay senderos que el mismo Dios abre y que otros llevan adelante, aunque no pertenezcan oficialmente a la Iglesia católica o a otras iglesias cristianas.

Una cierta “verdad” nos separa

A lo largo de su historia, el ser humano se ha caracterizado por su búsqueda de la verdad, entre otros aspectos. Esta verdad se ha ido formulando bajo criterios de la razón o bajo un sistemas de creencias religiosas, pero el punto en común ha sido y es siempre el mismo: una vez encontrada esta verdad que me da aliento y consuelo, también se establecen lazos de pertenencia con el grupo que me ha permitido conocer esta verdad, en la que yo me identifico por este sentido de comunidad y también me define en contraposición a todos aquellos que no la piensan como “mi” grupo.

De esta forma, la natural y necesaria búsqueda de la verdad termina por crear separación entre personas y el convencimiento según el cual mientras el grupo al que pertenezco está en lo correcto, porque ha comprendido la verdad y, de hecho, la va difundiendo, aquellos que no comulgan con nosotros están en el error, van como ciegos, caminan por senderos equivocados.

Otra “verdad” nos une

Para nosotros cristianos, sin embargo, tendría que ser clara una cosa: la verdad no es un conjunto de doctrinas que saberse y defender, sino que es el fruto de un encuentro, de una experiencia con una persona, Jesucristo, y con su manera de relacionarse con nosotros. Esta es, para nosotros cristianos, la verdad que deberíamos encontrar, hacer nuestra y que nos transforma por dentro. Sin esta experiencia, todo lo demás no tiene sentido ni relevancia, porque se queda en palabras, afirmaciones y doctrinas que no tocan lo profundo de la persona, pues ella no han tenido esta experiencia de un encuentro transformador.

Ahora bien, este encuentro, que es gracia que nos cambia, no es algo que solo se puede experimentar dentro de la Iglesia católica o, más en general, cristiana, en cuanto Dios, que según la Biblia ha escogido un pueblo, no está atado a esta elección, sin que esto implique un venir menos a su promesa.

En otra palabras, la acción de Dios no está limitada por aquel grupo, la Iglesia, que lo anuncia. Si los sacramentos son el “lugar” en el que la gracia de Dios se hace visible, esto no limita o reduce de algún modo la múltiple y variada forma con la que Dios dona su gracia a cualquier persona, independientemente de su pertenencia a este o a aquel grupo en concreto.

Dios no hace distinciones 

Nos recuerda Pedro, en efecto, que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Aquí Pedro está afirmando que Dios mira más bien a la capacidad o disposición del ser humano de acoger Su palabra, Su plan, Su gracia en su vida. En el caso de Cornelio y compañía, ellos acogen a Dios antes del bautismo y ya el Espíritu está en ellos. En otros situaciones, también habrá personas que, claramente sin sacramentos, están acogiendo la gracia de Dios, su palabra y ya viven con y en él.

Estas consideraciones nos tendrían que hacer reflexionar sobre la función y misión de la Iglesia. Ella, que acoge la verdad – Jesucristo -y no la posee, está llamada siempre a renovar y cambiar por dentro, descubriendo de forma dinámica que con el paso del tiempo también cambia la forma con la que la gracia de Dios se manifiesta.

Conclusión: diálogo y amor

Ello implica un difícil equilibrio y ejercicio de discernimiento entre el “deposito de la fe” y los mensajes que nos vienen desde fuera, lo que llamamos “mundo”. Porque la verdad, que es Jesucristo, siempre continua encarnándose (y es el Espíritu) y, por consiguiente, la Iglesia está llamada a un diálogo humilde, necesario, constitutivo, no solo en su interior, sino con todos aquellos que no pertenecen oficialmente a ella.

Este diálogo no puede que dar fruto, porque donde hay humildad y gana de caminar junto, ambas partes se benefician, profundizando la experiencia del otro y el conocimiento correspondiente de su forma de ser y ver. 

Visto de otra forma, el mandato de Jesús que Juan recoge en su evangelio: Esto os mando: que os améis unos a otros, nos empuja no solo a amar los hermanos del “grupo”, sino también aquellos que no forman parte de ello y a establecer puentes, comunicación y diálogo que nos permiten iluminar y ser iluminados, porque la verdad no es un objeto que se posee, sino que es un camino en el que ella se nos desvela/revela con y junto a los otros.

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