Zaqueo y Jesús – XXXI Domingo T.O. Año C
Zaqueo, el antihéroe
Un antiguo proverbio oriental así comenta: Cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece. Esto parece resumir en grandes lineas el evangelio de este domingo. Zaqueo era un hombre muy rico y muy mal visto dentro del marco de la religión judía. No solo era publicano, es decir, recaudador de impuestos para los romanos, sino que además era jefe de los publicanos. Esto significaba que además de colaborar con el invasor, Zaqueo se hacía rico a expensa del dinero de sus hermanos judíos, cobrándoles una generosa comisión por los impuestos que estos debían pagar.
Hoy podríamos definir a Zaqueo como un aprovechado, un hombre sin escrúpulos que no se avergüenza de sus actos, porque el fin (vivir bien y en amistad con el fuerte de turno) justifica los medios. Sin embargo, en la lógica del Evangelio, es justo este “antihéroe” el enésimo y modélico protagonista escogido por Jesús.
Zaqueo, el buscador
En realidad, el evangelista Lucas nos presenta a Zaqueo interesado en ver a Jesús, de quién seguramente había escuchado hablar. A pesar de su forma de vida, él parece sentirse atraído por las historias que se cuentan sobre el Nazareno: que sana, que acoge, que tiene discípulos, que vive sin un techo fijo, que anuncia un mensaje que no deja indiferentes a nadie.
Su interés, además, es intenso. Lucas nos lo describe buscando la forma de sortear a la gente porque ésta no le permite ver a Jesús y por eso se pone a correr para adelantar a todos y sube a un sicomoro para así superar todo obstáculo que no le dejaba ver tranquilamente. Jesús no puede no notar la disponibilidad y el afán de este jefe de publicanos y así lo invita a apresurarse porque quiere visitarle en su casa.
Jesús si, Iglesia no
Zaqueo me recuerda a todos aquellos que dicen: Jesús si, Iglesia no. De hecho, él vivía al margen de la religión oficial, por su forma de vida que lo hacia impuro a nivel religioso y también detestable a nivel social. Su comunidad, su iglesia no lo aceptaba, ya que no le reconocía más como hijo de Abraham; por esta razón Lucas subraya que todos murmuraban “ha entrado a hospedarse en casa de un pecador” al ver a Jesús ir a casa de Zaqueo.
En ningún momento, sin embargo, el evangelista nos presenta a Jesús interesado en regañar al dueño de la casa. No se hace ninguna mención de esto, sino que se muestra por un lado el sincero interés de Zaqueo hacia Jesús y por otro lado el sincero interés de Jesús por estar con Zaqueo.
¿Qué iglesia somos?
Si nos fijamos, entonces, el centro del evangelio de este domingo es la frase de Jesús a Zaqueo (date prisa que quiero ir a tu casa) y la felicidad de este último por la propuesta de Jesús. El centro, en otras palabras, es la importancia de esta relación, de una relación que sana, porque no se fundamenta sobre el juicio sino sobre la acogida desinteresada, la voluntad de crear comunión que transforma.
Me pregunto, sin embargo, si a veces hoy también nosotros somos como aquellos que murmuran diciendo que los otros son pecadores por qué hacen esto, dicen aquello o viven de una manera no conforme a nuestros presupuestos. Me pregunto, entonces, si no somos también nosotros aquellos que contribuyen en mantener viva aquella dinámica de “Jesús sí, Iglesia no”, que hoy en día sigue en auge, porque a lo mejor estamos más preocupados en defender nuestras verdades y definir lo que es bueno de lo que es malo, que auténticamente interesados por la persona y por la relación.
Tengo la impresión que a veces se echa en falta escuchar un anuncio alegre (EVANGELIO), de acogida, de abertura, de escucha, orientado a unir, a crear relaciones, a trasmitir una nueva forma de ser, que transforma porque contagiosa, porque atractiva. Sin embargo, muchas veces olvidamos que el mejor anuncio empieza desde dentro de cada uno de nosotros y solo si esta transformación personal es sincera y humilde, solo entonces podrá empezar a atraer.
No olvidemos que la experiencia espiritual y religiosa es una experiencia de encuentro, no una cuestión intelectual (de “verdad”) o moral. Algunos dirán que esta forma de pensar es un conformarse a la mentalidad de este mundo pero yo no plantearía el tema como una lucha entre opuestos, donde el mal son los otros y el bien es la Iglesia. La Iglesia está en el mundo y está hecha de mundo.
Creo que hoy día solo una Iglesia que se despoje del papel de maestra y se ponga en humildad al lado del ser humano y de sus dificultades podrá volver a ser atractiva, a ser escuchada, a ser anunciadora de un mensaje de sanación.
Sab 11,22–12,2: Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres.
Sal 144: R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
2Tes 1,11–2,2: El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él.
Lc 19,1-10: El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.