Vosotros sois la luz del mundo – V Domingo T.O. Año A
Sois la luz del mundo
Si hacemos una pequeña búsqueda por la Biblia descubrimos que, en la primera carta de san Juan, se afirma que Dios es luz (1,5). De la misma forma, el cuarto evangelio repite que el mismo Jesús es la luz (8,12). En ambas citas, se resalta lo fundamental que es permanecer unidos a Dios/Jesús, para no andar en tinieblas y así comunicar esta misma luz.
En el evangelio de este domingo, Mateo nos está presentando el mismo concepto, cuando nos recuerda la afirmación de Jesús de que nosotros somos la sal y la luz del mundo, hechos no para ocultarnos, sino para alumbrar lo que está a nuestro alrededor. Al fin y al cabo, es algo que ya se había comprendido y expresado en los primeros capítulos del Génesis: el ser humano es imagen de Dios, en él habita su aliento, que le transforma con su vitalidad sin límite y que remarca que su pasta es divina.
Somos al mismo tiempo frágiles (hechos del polvo del suelo) y de gran valor, (de aliento divino), como “tesoro guardado en vasijas de barro” (2 Cor 4,7).
Yo soy, declinación de Dios
El recorrido sobre la huella divina en el ser humano no termina aquí. El libro del Éxodo nos recuerda que Dios se revela a Moisés y le pide que vaya a hablar con el faraón, para que el pueblo judío sea liberado. Moisés, entonces, pregunta a Dios por su nombre y la respuesta es: «Esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros» (3,14).
Si Dios es el Ser, el fundamento y principio de todo, la base y la posibilidad de todo existente, nosotros somos una de sus declinaciones. Cada vez que nosotros hablamos y decimos “Yo soy”, nos estamos recordando, cosciente o incoscientemente, que somos aquella luz que ilumina y aquella sal que da sabor a la realidad que nos rodea, a imagen de Dios.
Libertad y esclavitud
Si somos imagen de Dios, como nuestra realidad constituyente e identitaria, ¿qué es lo que nos hace a semejanza suya? La capacidad de discernir el bien y actuar en consecuencia, donde el bien no es “mi bien” a daño del otro, sino el bien que hace crecer a todos. Ello presupone un proceso de aceptación de nosotros mismos y también de liberación de nuestros egoísmos (esclavitud) hacia una auténtica libertad que es la posibilidad que nosotros tenemos de elegir el bien. Esto es lo que ve confirmado en la escena de Caín que, enfurecido y abatido porque sus ofrendas no han tenido el resultado que él esperaba, se siente decir por parte de Dios: “si no obras bien, el pecado acecha a la puerta y hacia ti es su instinto, aunque tú podrás dominarlo” (Gn 4,7).
Todo lo que hemos comentado hasta aquí nos recuerda que ser cristianos no es dar adhesión a esta o aquella doctrina, como si esto fuera lo fundamental. Más bien, ser cristiano es aventurarse por un sendero que nos lleva a poner en entredicho la forma de pensar y vivir que nos resultan cómodas, comprender que, pase lo que pase, somos hijos amados e hijos ll-amados a amar, pase lo que pase.
Conclusión
Como iglesia, comunidad de creyentes, estas palabras de Jesús, sois sal y luz del mundo, nos recuerdan nuestra dimensión profética, aspecto que debería brillar y que, desafortunadamente, parece verse ofuscado por tantos escándalos y tergiversaciones del Evangelio. Porque el anuncio no solo se hace con la palabra, sino sobre todo con el ejemplo y la denuncia de las injusticias se hace visible haciéndose uno con los oprimidos.
Sin olvidar que somos frágiles, tampoco podemos olvidar que somos aliento divino, este Yo soy, llamado a realizarse. ¿Cómo? No con sabiduría humana, sino con el poder del Espíritu (1Cor 2,5), una verdadera conversión interior, a través de la humildad, del respeto, de la valentía, en la justicia y en el amor: “Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía” (Is 58, 9-10).
Is 58,7-10: Surgirá tu luz como la aurora.
Sal 111: R/. El justo brilla en las tinieblas como una luz.
1Cor 2,1-5: Os anuncié el misterio de Cristo crucificado.
Mt 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo.