Ver para creer, creer para ver – 2º Domingo Pascua Año B
Ver para creer
Este segundo domingo de Pascua se nos propone el texto del evangelio de Juan en el que los discípulos están encerrados en el cenáculo por medio a los “judíos”. De repente aparece Jesús resucitado y todos ven sus manos y costado, a excepción de Tomás, el cual querrá ver al Señor, como sus compañeros, sino afirma no que podrá creer.
Estaría bien encuadrar este texto en el contexto histórico que la comunidad de Juan estaba viviendo, porque de lo contrario podríamos mal interpretar el mensaje que el texto quiere expresar y llegar a conclusiones equivocadas o literalistas.
Misticismo visionario
Había en el judaísmo de la época del primer siglo ciertos judíos que seguían una corriente de misticismo visionario. En otras palabras, ellos creían que la transformación interior y la deificación (comunión con Dios) eran fruto de ciertas prácticas meditativas, de éxtasis o trances que se alcanzaban meditando sobre ciertos pasajes de la Escrituras y todo ello permitía “entrar en el Jardín” , expresión que significa ver a Dios. Estos ascensos o viajes celestiales permitían la Visio Dei y esa contemplación de Dios conllevaba, según ellos, la transformación interior.
Estos viajes tenían como modelo al mismo Moisés que, subiendo al monte Sinaí, había conocido a Dios y esta revelación o conocimiento lo había transformado. La lógica que subyacía a esta corriente mística era relativamente simple: el conocimiento que me transforma se consigue a través de lo que veo, de los ojos, y ello permitirá conseguir un corazón transformado.
Los “tomasinos”
Esta creencia no pertenecía solo a ciertos judíos sino, como pasa en el todas las realidades donde todo se contagia, también era compartida por ciertos grupos cristianos y aquí el evangelista está polemizando contra ellos, los “tomasinos”, porque se fundamentan sobre la figura de Tomás para seguir adelante con estas prácticas.
Creer para ver
Juan, sin embargo, subraya en todo su evangelio que permanecer en Dios y estar con él no implica verle, sino que lo que hace falta es tener fe. Frente a la idea que lleva a pensar que “si veo, entonces creo, el evangelista responde diciendo que solo en el momento en el que tengo fe, solo entonces puedo ver. Es la fe que permite ver cosas que serían imposible sin este elemento previo.
Por consiguiente, Juan cambia el paradigma de estos “tomasinos” dal soy lo que veo al soy lo que creo, porque es lo que creo (primariamente como don que recibo y secundariamente como respuesta personal) que moldea y define lo que soy.
Otros conflictos en la comunidad de Juan
En segundo lugar, me gustaría aclarar otra cuestión que tiene que ver con la aparición de Jesús y el hincapié que se hace sobre sus llagas, su costado y sobre el tocar todos estos elementos concretos. ¿Cuál es una de las razones que empujó el evangelista a remarcar estos matices?
Bien, sabemos que el cuarto evangelio subraya mucho la importancia del amor a los hermanos como señal de identidad del discípulo de Jesús. El lavatorio de los pies es un ejemplo que basta para aclarar este concepto. La primera carta de Juan lo ratifica cuando afirma que si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (4,20).
Con un Jesús tan divino, ¿qué ocurre con su humanidad?
Esta advertencia se debía, probablemente a otra creencia que se estaba difundiendo entre ciertos cristianos: Jesús, en su divinidad, no había podido sufrir y morir, en cuanto todo ello era solo apariencia.
El Jesús de Juan es mucho más divino que humano (su preexistencia, el hecho de saberlo todo, que lleva la cruz solo sin ayuda del Cireneo, él es el Yo soy – el nombre del Dios que se revela a Moisés, hace retroceder y caer al suelo a los soldados que han ido a capturarle en el Huerto de los Olivos, es uno con el Padre…). Esto había hecho pensar en algunos que la salvación no estaba tan conectada con el Jesús humano, con la cruz, con su humanidad (sangre, cuerpo, sufrimiento), sino que el Verbo solo se había manifestado bajo apariencias humanas y que estas no tenían relevancia salvífica.
La humanidad de Jesús, modelo para el creyente
De allí la respuesta polémica del autor contra ese grupo en la primera carta: Jesús no ha venido solo en el agua, sino en el agua y en la sangre, donde la sangre tiene toda la carga simbólica de la humanidad de Jesús y de sus efectos salvíficos. Y el evangelio también lo subraya, con un Jesús resucitado tan espiritual que puede entrar en un lugar con las puertas cerradas pero tan concreto y real que se podrían tocar sus llagas y costado.
Ello implica que también su amor ha sido real y concreto, hasta dar su vida y, por ende, permanecer con él implica amar como él, implica perdonar como él (gracias al acción del Espíritu sobre nosotros), implica crear relaciones que unen (cf primera lectura), como el Padre y Jesús son uno.
Conclusión
En resumen, en la óptica de Juan, permanecer con Dios significa tener fe en Jesús. Es él que nos revela al Padre, por su intima unión con él y ello significa que no se puede concebir la comunión con Dios como ascensión personal a él, fruto de prácticas y métodos humanos. Esta unión, además, lo es por la fe y por el amor, un amor no simplemente ideal (mi relación con Dios) sino que se mide por la vía concreta de los hermanos: “Esto os mando: que os améis unos a otros (Jn 15,17).
Fe y amor, sin embargo, no son simples actos humanos que nacen desde el ser virtuoso del creyente, sino que son fruto del Espíritu que trabaja en nosotros, son fruto de un Amor que nos ama primero y de forma incondicional y es esta experiencia que las lecturas de hoy quieren resaltar, porque en ella se fundamenta toda la vida del creyente.