Valores para una vida humana – XXXIII Domingo T.O. Año A

Valores para una vida humana – XXXIII Domingo T.O. Año A

Con o sin Dios, los valores del Evangelio

A veces, me ocurre que parándome a hablar con la gente, tocamos el tema de la religión y yo comento que soy cristiano por elección y que creo por convicción. Después de escucharme, algunos me contestan diciéndome que ellos no lo tienen muy claro, eso de creer en Dios, en Jesús y todo lo que conlleva. Otros, por su parte, me dicen claramente que no creen en Dios y menos aún en la Iglesia.

Entonces, yo les respondo que entiendo sus dudas y que más alla de que Dios sea una “realidad” construida por los seres humanos o la simple verdad, eso no afecta en lo más mínimo a los valores que yo creo tienen importancia en mi vida, a saber, aquellos que encontramos en los Evangelios.

Los valores que nos permiten decir: esta es una vida que vale la pena vivir

Compasión, misericordia, amor, humildad, valentía, empatía, compromiso, libertad, igualdad, paz, entrega, servicio son solo algunos de los valores encarnados por el mismo Jesús y que tienen relevancia, en mi opinión, independientemente de si hay o no hay un Dios padre o una “vida eterna”. Si estos valores transforman la existencia en una vida más humana, ¿no es esta ya la “recompensa”?

La parábola de los talentos…

Es en esta óptica que interpreto el evangelio de este domingo, conocido como la parábola de los talentos. En esta historia, que nos transmite Mateo, un hombre entrega sus bienes a tres empleados suyos, para que los custodien y se hagan cargo de ellos. Dos de los empleados se ponen manos a la obra y dan rienda suelta a su parte “emprendedora”, para sacar beneficio de aquello que han recibido en custodia. El tercero, por miedo a perder lo que se le ha entregado, hace un hoyo y allí sepulta su talento.

…y sus tres mensajes

Esta simple parábola nos transmite varios mensajes: el primero y fundamental es que todos tenemos algo precioso, de valor que llevamos dentro y que hay que descubrir y poner a relucir para que dé fruto. Para llegar a comprender esta verdad, necesitamos conocernos, hacer silencio, bucear en lo profundo de nosotros y conectar con lo que somos de verdad, para así poder dar lo mejor de nosotros mismos. Muchas son las distracciones y los miedos a saber quiénes somos de verdad y que, desde luego, no nos ayudan en esta aventura.

El segundo elemento es que lo que tenemos y somos no nos lo hemos dado nosotros, sino que es un don que recibimos y, en cuanto don, no está pensado para esconderlo o usarlo para fines egoístas. Llegar a comprender esta verdad no es tarea fácil, pero una vez que se empieza a descubrir, de dentro de nosotros nace un agradecimiento y una sensación de abundancia que nos ayuda a entregar aquello que desde un principio se nos ha entregado sin condiciones.

El tercer elemento, conectado con el segundo, nos dice que en cuanto don, lo que somos y tenemos es un regalo, entonces, no es nuestro; somos, pues, colaboradores, en un mundo que se sigue “creando”, agentes activos de una encarnación que se manifiesta gracias a nuestra disponibilidad en servir, donar, dar fruto. Dios se manifiesta a través de nuestra vida

No hacer nada malo no es suficiente

En la parábola, el dueño de los bienes se entiende como aquel que ya “se esforzaba” en que sus talentos se multiplicaran y crearan más riqueza. Ahora él apuesta sobre todos nosotros, creyentes y no creyentes, porque el mundo no pertenece solo a los adscritos a una institución. El evangelio de este domingo, entonces, nos recuerda que vivir no se resuelve en no hacer nada malo o en conformarse con participar en algunas prácticas religiosas, porque no basta con decir “Señor, Señor. 

Ser cristianos, por ende, implica darse cuenta de que no podemos dejarnos vencer por el miedo a lo que pueden pensar, decir, hacer sobre nosotros. Es tarea de todos, entonces, dejarse moldear por el Espíritu, ser transparencia de Dios, para encargarnos de sus bienes, como si fuéramos él, porque en parte ya lo somos. 

Conclusión 

Es necesario redescubrir cada día la vocación profética que tenemos dentro, en cuanto llamados a vivir lo que profesamos con la boca, a encarnar los valores del reino que son los del Evangelio y mostrar con humildad y disponibilidad que Dios sigue encarnándose hoy también a través de aquellos que colaboran por la paz, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la justicia y la verdad.

Pr 31,10-13.19-20.30-31: Trabaja con la destreza de sus manos.

Salmo 127: R/. Dichoso el que teme al Señor.

1 Ts 5,1-6: Que el día del Señor no os sorprenda como un ladrón.

Mt 25,14-30: Como has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu señor.

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