Experiencia que transforma – V Domingo T.O. Año C
En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Lc 5,1-11
Las lecturas de este domingo tienen en común una idea que hace de hilo conductor: Dios es una experiencia que transforma.
En la primera lectura, Isaías se siente llamado por Dios a anunciar Su mensaje, pero ve esto como algo imposible. Él, hombre pecador, ¿cómo puede ser capaz de hacer algo tan grande? Sin embargo, es la experiencia que tiene de Dios que lo transforma: él descubre que ese Dios, tres veces santo, es también cercano y misericordioso. Algo tan increíble de contar con palabras humanas lleva a Isaías a transmitir esta experiencia con el lenguaje de una visión: Dios es tan grande que el Templo no puede contenerLe porque ya la simple orla de su manto lo llena por entero. En esta visión él se siente muy pequeño e incapaz de colaborar en la misión que Dios podría confiarle, pero un ángel (Dios mismo) se encarga de enseñarle que está preparado para esta nueva etapa. Ahora se siente listo para la misión y él mismo Isaías se ofrece como voluntario.
El salmo 137 es la perfecta continuación de la primera lectura. Aquí, el salmista canta las maravillas de un Dios que es fiel y bondadoso, siempre dispuesto al bien de sus hijos que, por ende, no pueden más que alabarLe y darLe gracias por todo lo que Él hace.
En la misma línea, también san Pablo se siente indigno de anunciar el evangelio de Jesús, puesto que antes se había dedicado a perseguir a sus discípulos. Pero si ahora es un apóstol, no es gracias a sus talentos, sino a la experiencia que ha hecho del Señor, como de Aquel que le ha levantado de su situación de violencia y muerte y haciéndole ver una nueva manera de vivir plenamente.
Todo este contexto se ve reflejado en la historia de la pesca milagrosa, que Lucas nos cuenta con mucho detalle. Dios ya no está solo en su Templo, como nos cuenta Isaías, sino que ahora se hace presente en el hombre Jesús. La gente está sedienta de respuestas y se pone en camino; así que el encuentro está asegurado. Esta experiencia del divino, sin embargo, no es solo comunitaria, de la multitud allí presente, sino que involucra a personas concretas, como Pedro, Santiago y Juan.
Detrás de Jesús, ellos hacen experiencia de la abundancia que la vida representa, si se vive en compañía del maestro, es decir, como él. Es por eso que Lucas nos cuenta que no es suficiente estar junto a Jesús. Esto es solo el comienzo, porque la finalidad es ser nosotros también pescadores de hombres.
Aquí Pedro, a quién Jesús se dirige, representa a toda la comunidad, a saber, a toda la iglesia, que es llamada a la misión. Pero, ¿qué significa hoy ser pescadores de hombres? ¿Es la Iglesia hoy aquella pescadora que Jesús tenía pensado cuando estaba hablando con Pedro?
Si echamos un vistazo a la situación post pandemia, no podemos más que afirmar que el Occidente cristiano está profundamente en crisis. Los números nos revelan como los cristianos del primer mundo están cada vez menos implicados en la vida de su comunidad y la separación entre vida y fe se hace cada vez mayor. En realidad, la búsqueda espiritual no ha disminuido, porque hay muchos jóvenes y adultos que, insatisfechos por las religiones institucionales, van en busca de otras experiencias que les puedan decir algo interesante.
Creo que éste es uno de los puntos neurálgicos que explica la caída tan brutal que la Iglesia está viviendo en estos tiempos. Ser pescadores de hombres significa ser capaces de poner a la persona en la posibilidad de hacer una verdadera experiencia de V(v)ida. Significa ser capaces de enseñar un auténtico camino espiritual, de búsqueda personal y comunitaria que no puede simplemente reducirse a las verdades del catecismo.
Muchos cristianos abandonan su camino de fe porque ya no entienden un mensaje que, antes podía atraer, pero ahora ha perdido su relevancia. No porque ya no sea significativo, sino porque la forma de presentarlo ya no dice mucho, no consigue conectar con el corazón de la gente. No se trata de cambiar nuestra fe, sino de hacerla traducible para el hombre y la mujer del siglo XXI.
Se hace cada vez mas urgente, entonces, escuchar las necesidades de las personas. Son muchísimas aquellas que van en busca de un camino espiritual y ya no funciona la forma de presentar nuestra fe que, sin embargo, ha tenido mucho éxito en los siglos anteriores.
Para pescar, hace falta conocer el tipo de peces que se quiere capturar, lo que le puede gustar y de qué modo se le puede ofrecer. Si los peces cambian, no nos podemos obstinar en hacer siempre lo mismo, aunque antes los métodos usados eran la fórmula de éxito. De lo que se trata, entonces, es de crear comunidades donde las personas se sientan parte activa, donde juntos se buscan caminos para crecer, humana y espiritualmente, donde los caminos ya trazados no son los únicos, sino un punto de referencia para poder ir más allá.
Se necesita redescubrir que ser cristiano no se reduce a la misa. Porque ser cristiano significa experimentar la vida como aventura, como camino con, en y hacia un Dios que es novedad y alegría. Es hacer experiencia de un Dios que nos empuja a salir de nuestros esquemas religiosos, culturales, personales, para comprender que hay camino, vida y verdad también más allá de todo esto.
Ser pescadores de hombres, entonces, es saber meternos en el agua y sacar de allí a los que están atrapados. El agua, de hecho, no es solo elemento de vida, que refresca y purifica, sino también lugar donde la luz deja espacio a la oscuridad. No es casualidad, de hecho, que en el lenguaje del bautismo, el discípulo muere entrando en el agua para salir justo después a la vida nueva de la luz de Cristo.
En mi opinión, hoy la Iglesia es pescadora de hombres si se mete en las sombras de tanta gente que vive sola, desanimada, sin esperanza, incapaz de ver un futuro de alegría y sin recursos para conseguirlo. Será pescadora de hombres si se hace próxima de estas personas, para que hagan experiencia de crecimiento y de resurrección, que es pasar de situaciones des-humanas a otras más humanas. Así la comunidad cristiana podrá volver a ser relevante y volver a conectar con la gente.
Deseo para todos nosotros, entonces, que podamos salir de las aguas estancadas de una forma de vivir que solo nos tiene atrapados, restándonos energía, para poder levantarnos y reconectarnos a la vida. Solo así redescubriremos la Vida en abundancia y podremos ser pescadores de hombres nosotros también; de esta forma podremos ayudar a los demás a experimentar el gozo de vivir, la belleza de un sincero camino espiritual que nos abra al misterio, al imprevisto, al abandono confiado en Aquel que nos da la vida. Solo así haremos experiencia de las maravillas que con Él somos capaces de hacer.
Para profundizar (en italiano):