Un Dios lejos del centro – VI Domingo T.O. Año B
Marcos, un evangelista de gran espesor
La semana pasada estuvimos presentando los propósitos de Marcos para con el evangelio que quiso transmitir. Allí habíamos visto que su intención, en los primeros capítulos, era lo de mostrar a Jesús como el Mesías, un mesías que no busca la independencia política de Israel, sino que quiere la conversión de sus oyentes, un cambio de mentalidad hacia una reforma de vida, según el corazón del Padre.
Jesús, el que cumple la voluntad del Padre…
Este Padre, que Jesús ha venido a anunciar, es la fuente de la vida y del bien-estar, porque lo que comúnmente nosotros llamamos “voluntad de Dios”, no es otra cosa que la voluntad de bien que él quiere para con sus criaturas y que, en lo más profundo de nosotros mismos, también vamos buscando cada uno de nosotros, de las formas más disparatadas.
…saliendo del centro
Pero este Padre no es el Dios distante que adorar, dar culto y satisfacer, ni tampoco el Dios que solo está con los puros, con los buenos y con los religiosos. De hecho, Marcos nos enseña como Jesús sale del centro hacia la periferia de la ciudad, el único lugar en el que un leproso podía vivir, según nos recuerda la primera lectura del libro del Levítico: “Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento” (Lv 13,46).
Es aquí que se desarrolla el encuentro: lejos del centro, lejos de las miradas de los demás habitantes, lejos de todo poder. Aquí el leproso se acerca a Jesús, le suplica de rodilla, le pide ayuda y Jesús, sintiendo una profunda empatía por la situación de aquel que tiene enfrente, extiende la mano, lo toca y lo cura.
Ahora es Jesús que se ha quedado impuro porque, de hecho, el texto termina diciendo que ya no podía entrar abiertamente en los centros habitados y permanecía en lugares desiertos, aunque la gente seguía buscándole.
Tres mensajes que subrayar
¿Qué me sugiere, entonces, a mí personalmente el evangelio de este domingo? Yo lo conecto con tres puntos:
La cruz
- Ya en la época de Marcos se había llegado a la conclusión de que la muerte en cruz de Jesús tenía un sentido salvador. Según el evangelista, además, la cruz es el cúlmen de la vida de Jesús y de su evangelio, en el que el mismo centurión comprende que verdaderamente era el Hijo de Dios. Lo que ocurre con el leproso, entonces, es el reflejo de la dinámica de la cruz (y viceversa), porque la salvación (o reconciliación de esta comunión con Dios) pasa por los gestos de amor, de cercanía, de donación, así como nos recordará Lucas en una de sus más preciadas parábolas, la del buen samaritano. Aquí el gesto de Jesús es, entonces, el símbolo de su entrega, que implica la disponibilidad y aceptación de poder salir escaldados, pagando un alto precio.
Un Dios sorprendente
- El Dios que se nos revela en la vida de Jesús se mueve entre aquellos que solemos descartar, que arrinconamos, que damos por peligrosos por el bien personal y de la sociedad. El amor genuino, auténtico y desinteresado no mira a las ganancias y a los intereses personales, sino que se centra en la persona y su bien-estar. El Espíritu se mueve por sitios, personas y eventos que se escapan a nuestro entendimiento y expectativas, porque el Dios de Jesús es aquel que nos sorprende, nos deja sin palabras y nos cuestiona las seguridades sobre las que construimos nuestras relaciones y paradigmas.
Jesús no elige el centro
- El último punto que me llama la atención es que la lejanía de Jesús de ese centro, que antes comentaba, me sugiere no simplemente una distancia del centro como lugar físico, sino más bien como centro del poder, en todas sus facetas: político, religioso y económico, por ejemplo. Esto nos debe interrogar como iglesia, como comunidad de creyentes, a la hora de conectar la misión que se nos ha confiado con la importancia de los contactos, de las alianzas o, porque no, también de los roles que vamos buscando y que ya ocupamos (como clero, como religiosos, como laicos), no tanto como oportunidad de servicio, sino como demostración de poder.
Conclusión
El evangelio de este domingo, entonces, nos interpela como sociedad y como pueblo de Dios allí donde somos nosotros a crear barreras y separaciones que crean la muerte social del rechazado, por razones económicas, políticas o religiosas. La actitud de Jesús nos llama a ir más allá de estas visiones limitadas y mortíferas, para poder generar también nosotros vida, relaciones que sanan y que construyen fraternidad.
Lv 13,1-2.44-46: El leproso vivirá sólo y tendrá su morada fuera del campamento.
Sal 31: R/. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
1 Cor 10,31–11,1: Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo.
Mc 1,40-45: La lepra se le quitó y se quedó limpio.