Sintonizarse con la Vida – IV Domingo de Pascua Año C
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» Jn 10,27-30
“Yo y el Padre somos uno”. Con esta frase Jesús afirma estar tan unido al Padre que se ha hecho una cosa sola con Él. Los evangelios, de hecho, muchas veces subrayan esta íntima unión entre Jesús y el Padre. Por ejemplo, así dice Jesús a Felipe: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.” (Jn 14,9). Mt 11,27 así afirma: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. También Jn 1,18 nos recuerda que «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.”
Jesús, en su vida terrena, ha estado tan en sintonia con Dios que se hizo transparencia suya, tanto que el mismo Tomás, viendo al Resucitado, dijo: Señor mío y Dios mío (Jn 20,28). Pero, una pregunta surge espontánea: ¿esta unión tan íntima con Dios, ha sido solo una característica única de Jesús o se puede decir también de los demás seres humanos?
Para contestar a este interrogante, vamos a hacer un experimento. Probamos a cambiar el termino “Padre” por otro; cada uno puede sustituirlo con aquella palabra que le pueda resultar más significativa, aunque yo he decidido cambiarlo por el sustantivo “Vida” (o “Amor”). De esta forma, “Yo y el Padre somos uno” se quedaría así: Yo y la Vida (o Amor) somos uno. Ahora, en este “yo”, vamos a imaginar que no estamos hablando de Jesús, sino que somos nosotros el sujeto de la frase, tal que podamos decir sinceramente y de corazón: Yo y la Vida somos uno.
Nadie podrá negar que estamos vivos y que en nuestras venas corre la vida. En este sentido somos vida, pero es verdad también que la vida humana no se puede reducir al solo aspecto biológico. En otras palabras, puedo sentirme un hombre muerto, aunque siga vivo, hasta al punto de decidir quitarme la vida, aunque mi cuerpo siga en perfecto estado de salud.
Comprendido que la vida biológica es el presupuesto, pero no el factor que puede abarcar en plenitud el nucleo de lo que somos, ¿en qué sentido podemos decir que “yo y la Vida somos uno? He aquí algunos ejemplos de esta unión:
- cuándo descubro de verdad lo que me apasiona, lo que me mueve por dentro, ningún sacrificio me puede pesar tanto para dejarlo todo y, sin embargo, haré todo lo que está en mis manos para seguir adelante;
- cuándo descubro que el mundo no se reduce al caparazón que me protege y me mantiene a una cierta distancia de los demás. Salir de allí es complicado pero edificante, sobretodo si es para involucrarse con el prójimo, echándole una mano, porque eso me transforma por dentro;
- cuándo descubro que estoy viviendo una vida que no me satisface y me pongo las pilas para cambiar el rumbo, aunque me tiemblen los pies;
- cuándo descubro que mi mente me juega unas malas pasadas, llenándose de pensamientos que me hunden y que, sin embargo, yo puedo controlar este flujo continuo de pensamientos, decidiendo lo que es mejor para mí.
- cuando descubro que mis creencias determinan lo que puedo ser, hacer y decir, muchas veces bloqueando mi crecimiento y que si cambio mis creencias, es posible que cambie mi vida (cf. “tu fe te ha salvado”)
Éstas y muchas más experiencias me hacen comprender que puedo ponerme en sintonía con la Vida, redescubriendo las ganas de vivir, lo bonito que es la aventura, lo fascinante que es andar por el camino que el presente abre ante mí. No simplemente vivo mi vida, sino que soy expresión de esta Vida y de este Amor que a través de nosotros se hace concreto y definito.
No se trata de buscar soluciones fuera de mí; más bien el camino va de fuera hacia dentro. Las respuestas las puedo encontrar en mi interior, si soy honesto conmigo y quiero descubrir quién soy en realidad. Si descubro que soy una ramificación del gran rio de la Vida, cuya fuente y origen es divina, comprenderé también que nadie me podrá sacar de este gran caudal del que soy participe y las palabras de Jesús se harán más fáciles de entender: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano». El agua va hacia el Agua y sabe dónde ir (Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco, y ellas me siguen). Solo estando con el Agua, el agua encuentra su verdadero ser, no se pierde, no se pudre, no desaparece y nadie le podrá hacer daño (y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano).
En este IV domingo de Pascua deseo para todos nosotros descubrir cada vez más la autentica realidad en la que vivimos, siendo capaces de despertarnos del sueño en el que sin saberlo seguimos viviendo; el sueño que nos hace creer que todos somos distintos, separados, con derechos que afirmar, luchas que ganar, afrentas que vengar. El sueño que nos hace creer que somos solo cuando hacemos, o cuando tenemos y, porque no, si aparentamos. Que podamos despertarnos de este sueño y ponernos realmente de pié, como el Resucitado, en genuina sintonia con la Vida, con el Padre, con el Amor.