¡Si tuvierais fe! – XXVII Domingo T.O. Año C
Unas preguntas para comprender
En el evangelio de este domingo, los discípulos le piden a Jesús que aumente su fe. Jesús les contesta diciendo que «si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería». Me pregunto qué significa aumentar la fe y que se puede entender con tener una fe que arranca una planta de sus raíces para plantarla en el mar. Intentaré dar una explicación personal, consciente de las limitaciones que esto puede conllevar.
¿Qué es la fe?
Sería muy reductivo si entendiéramos la fe solo desde un punto de vista doctrinal e intelectual. La fe no se puede limitar al conjunto de verdades que profesamos en el credo ni en una adhesión puramente mental a ellas. Esto es solo el aspecto más exterior, más superficial que no por eso hay que pasar por alto, pero no es el nucleo fundamental de esta realidad que llamamos fe.
La fe es la respuesta que nosotros damos a una experiencia que hemos hecho de una realidad que nos precede y nos sobrepasa, la experiencia del misterio que está dentro y fuera de nosotros, que nos rodea y nos envuelve y que produce en nosotros admiración, asombro, agradecimiento y compromiso.
Admiración y asombro
La admiración y el asombro son fruto de una toma de conciencia de lo enigmático, de lo complejo, de lo fascinante que es nuestro mundo, en sus dinámicas microscópicas como macroscópicas. La naturaleza es un ejemplo, que con una palabra reúne una incalculable variedad de ámbitos y subgrupos, cada uno con sus idiosincracias y todas en relación entre sí. Por otro lado está el hombre, él también parte de la naturaleza y que es un variopinto abanico de dimensiones (espirituales, psicológicas, morales, sociales, biológicas…); todos ellas son mundos en los que se investiga continuamente y que no hacen más que mostrar lo honda que es la realidad humana.
El asombro y la admiración, entonces, son el resultado de un pararse del continuo correr que caracteriza nuestras vidas diarias. Darse tiempo para no hacer nada nos permite fijarnos en lo que nos rodea y que está dentro de nosotros, de este misterio que nos deja sin palabras y que en nuestra cultura occidental y según nuestra visión cristiana llamamos Dios.
De la gratitud a la fe
Una vez que nos hemos parado, que hemos visto que las cosas no se pueden dar por descontado, que más allá de lo que vemos hay una realidad que es el fondo, el fundamento de todo esto y que lo que vemos apunta a ello, entonces nos abrimos a la gratuidad. Nos damos cuenta de que no solamente intuimos el misterio, como algo fuera de nosotros, sino que también nosotros somos ese misterio y que todo esto nos he dado de forma gratuita.
Es lo que decimos cuando hablamos de un Padre que nos ama de una forma incondicional y previa a todo lo que podemos hacer, de un Amor que desborda nuestro sentir y comprender. Es esta experiencia que nos lleva a la fe, es decir, a una respuesta a este amor, a este misterio que nos toca y nos traspasa. La fe, entonces, es principalmente la respuesta que nosotros damos a todo lo experimentado anteriormente, porque descubrir este misterio nos cambia la percepción de la realidad, nos transforma por dentro, permitiéndonos una conversión de mentalidad.
En este sentido entiendo la expresión de Jesús que anteriormente subrayaba y que hablaba de tener una fe que permite lo imposible. Aquel que ha experimentado este misterio como amor gratuito e incondicional, siente una transformación por dentro que permite hacer nuevas todas las cosas, capaz de canalizar todas las energías interiores para un nuevo proyecto de vida personal y que arrastra también a otros en este cambio (que es lo mismo que decir: “Conviértete y cree en el Evangelio” de Mc 1, 25).
De la fe al compromiso
Mal vamos, entonces, si hemos reducido la fe a un repetir cansado el credo de la misa dominical. La fe es más bien un programa vital, transformado por lo que hemos descubierto, por este Amor que se nos da y que a su vez quiere ser transformador de la realidad en la que vivimos. La fe, entonces, llama al compromiso, al cuidado de las personas y del planeta, al ponernos en camino con el otro, para junto encontrar una manera que nos permite abandonar nuestros intereses particulares y buscar el bien común.
La fe está, pues, muy lejos de ser una actitud fundamentalista y encerrada en unas creencias, com la de aquellos que creen saberlo todo, porque así se los han enseñado y revelado, sino que es más bien un camino en la humildad, de aquellos que tienen siempre presente que el misterio de amor es inefable e inabarcable y que se necesario unirse a otros para seguir aprendiendo.
La fe, lejos de ser un sendero llano, repleto de certezas, es un camino empinado y lleno de preguntas, que nos enseña a deshacernos de nuestra presunción, a rebajar nuestros humos, como el hijo del hombre el cual, siendo de condición divina no quiso hacer de ello ostentación, sino que se despojó de su grandeza, asumió la condición de siervo (Flp 2, 6-7). A esto se refiere el final del evangelio de este domingo, cuando afirma: Lo mismo vosotros: «cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Por esta razón, ruego para que podamos tomarnos tiempo para descubrir la belleza que nos rodea, saborear el asombro por el misterio que es y somos, abrirnos a esta gratuidad y responder con nuestra vida, en humildad y firmeza, en búsqueda no de nuestro provecho, sino más bien del de los otros.
Feliz camino de fe.
Hab 1,2-3;2,2-4: El justo por su fe vivirá.
Sal 94: R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
2 Tim 1,6-8.13-14: No te avergüences del testimonio de nuestro Señor.
Lc 17,5-10: ¡Si tuvierais fe!
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