Del castigo al amor – III Domingo T.O.
A veces en la Biblia encontramos situaciones que nos llevan a confirmar la idea de un Dios castigador.
Aquí, en esta primera lectura de este próximo domingo podemos ver un ejemplo: En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.»
Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla.
Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»
Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.
Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó. (Jonás 3,1-5.10)
La imagen que parece transmitir este texto podría resumirse así: ese pueblo tiene una conducta muy mala y por eso, si no cambia ya su rumbo, desaparecerá por obra de Dios. El miedo a que pase esto le mueve al cambio y se salva.
El mismo mensaje lo vimos hace poco más de un mes, antes de Navidad, con Juan Bautista. Él afirmaba que ya el hacha estaba puesta a la raíz de los árboles que no dieran buen fruto, para ser cortados y arrojados al fuego (Mt 3,10). Por eso era necesario convertirse.
Una cosa está muy clara entonces: no tenemos el favor de Dios si antes no revisamos nuestra conducta; o, dicho de otra forma, la conversión es el paso previo para que Dios nos acoja como sus hijos queridos.
¿Es el Dios del castigo, del miedo, de la amenaza, la imagen más adecuada que necesitamos para ser mejores personas?
Ahora vamos a ver lo que pasa con Jesús: Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él. (Mc 1,14-20)
Aquí también hay una llamada a la conversión, o sea, a volver a Dios, y un “creer” en el evangelio. Esta palabra griega significa “buena noticia”, pero ¿a qué noticia se refiere Jesús? La respuesta la encontramos en su actitud: Jesús ve a Simón y su hermano Andrés y les invita a seguirle. No les pregunta si le serán fieles, si se portarán como él cree que tendrían que hacer, si corresponderán a su entrega. Simplemente les llama.
Ellos se sienten apreciados, entienden que hay alguien que cree en ellos, en sus capacidades, que les valora por lo que son; atraídos por este forma de actuar, deciden seguirle.
Aquí, Jesús nos está revelando el obrar de Dios. Los enfermos, los pecadores, los pobres, los marginados y olvidados de la sociedad siguen a Jesús porque él les muestra a un Dios que les ama primero, a pesar de lo que son, hacen o dicen.
No es, entonces, la conversión el paso previo a la comunión con Dios, porque Jesús está anunciando justo lo contrario, la buena noticia: ya tenemos a Dios con nosotros, porque él nos ama de una manera que ni siquiera somos capaces de comprender por su magnitud y todo esto por pura gratuidad, sin haber hecho nada, simplemente por ser lo que somos.
Lo fundamental, por lo tanto, es tomar conciencia y sentir, experimentar este amor primero. Sólo así es posible una verdadera conversión.
De hecho, todo esto lo entendemos a la perfección si hacemos una parada en nuestra vida diaria. La experiencia nos enseña que cuando vemos a nuestro hijo, a un estudiante o a cualquier persona perder el rumbo, tirar la toalla y derrumbarse bajo la presión de la realidad que está viviendo (también fruto, desde luego, de una conducta equivocada de su parte), no es la perspectiva del castigo que le alienta a cambiar el chip; de hecho es todo lo contrario, es decir que es el sentirse aceptado, acogido y querido a pesar de todo lo que ha ocurrido. Esta experiencia de un amor gratuito es lo que le da la energía suficiente para ponerse manos a la obra otra vez.
Sentirte amado siempre, a pesar de todo, y de forma gratuita de parte de Dios es, entonces, la clave para aceptarte a ti mismo, con tus defectos y tus fortalezas. Esta base será la clave para crecer en humildad y para aceptar a los demás así como son, como yo y como tú, con nuestras virtudes y limitaciones. Porque al final no dejamos de ser “animales miméticos”; imitamos lo que vemos y experimentamos a nuestro alrededor. Si recibimos amor, será seguramente mucho más fácil corresponder con amor; y si lo damos será mucho más fácil recibirlo.
Mi deseo para esta semana, por lo tanto, es que podamos experimentar este amor gratuito que proviene de Dios. Me encantaría poder contaros con más detalle en qué consiste todo esto, pero no consigo encontrar la manera adecuada para poder comunicarlo. Sólo se puede experimentar y eso es lo que os deseo para cada uno de vosotros. Si queréis así será.