¿Quién es mi prójimo? – XV Domingo T.O. Año C
Dt 30,10-14: El mandamiento está muy cerca de ti para que lo cumplas.
Sal 18, 8. 9. 10. 11: R/. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Col 1,15-20: todo fue creado por él y para él.
Lc 10,25-37: ¿quién es mi prójimo?
¿Quién es mi prójimo? Jesús era un gran comunicador, porque él sabía que su mensaje sólo se podía comprender a través del ejemplo (con su vida) y a través de las historias. Hoy sabemos que si queremos enseñar a alguien, más que trasmitir la información sin más, una estrategia muy eficaz el la de contar una historia. Ella nos hace poner en el papel de los personajes de la misma y nos hace pensar con nuestra cabeza, empujándonos a no esperar a que otros nos den la solución sino que a ella debemos llegar pensando un poco por nuestra cuenta.
Una historia, al fin y al cabo, tiene un poder catártico, como recordaba Aristóteles en su “Poética” y nos abre a la posibilidad de un cambio por dentro. Ésta es la función que quiso darle Jesús a la famosa historia del buen samaritano, en respuesta a las provocaciones de un maestro de la ley.
Antes que nada, una pequeña nota: este maestro de la ley pregunta por lo que hay qué hacer para heredar la vida eterna. Bien, está vida eterna no se hereda, no se conquista y no se consigue como si fuera fruto de lo que hacemos y decimos. Ella no es el resultado de una interacción mercantil, donde se consigue un resultado después de haber reunido las condiciones pedidas. Y tampoco es una vida proyectada en un particular más allá, distinto y contrapuesto a esta vida que nos acomuna a todos. La vida eterna es un proceso, un camino que apunta a una vida plena. En otras palabras, la vida eterna es una vida plena que se va desarrollando a través de un proceso de catarsis, de conversión de mentalidad, de transformación de mirada.
Esta transformación es la que subraya Jesús con un inesperado cambio de perspectivas cuando a la pregunta del maestro de la ley, “quién es mi prójimo”, él contesta con un “hazte prójimo tú del otro”. Es obvio que somos siempre nosotros el centro de todo, porque somos los protagonistas de lo que miramos, que escuchamos, que pensamos, que experimentamos. Vivimos en primera persona y en este sentido somos el centro de lo que vivimos. Pero lo que nos pide Jesús es que en el centro de nuestro centro, pongamos al otro, con sus necesidades, con sus idiosincrasias, con sus heridas.
Esto es: hacerse cercano del que necesita, ensuciándonos las manos, involucrándonos con nuestras habilidades, dedicándole nuestro tiempo y nuestros recursos. Pasar de largo y lavarse las manos mirando hacia otro lado es lo opuesto al sendero que Jesús nos presenta, no solo a nivel personal, sino también a nivel comunitario.
Es en esta línea que el papa Francisco nos habla de una Iglesia samaritana, una Iglesia que está llamada a salir de sí misma, a no hacer planes para sobrevivir, sino más bien a planear una siempre mayor cercanía hacia las realidades más pobres, más marginadas, más necesitadas de esperanza, escucha y comprensión. Una cercanía que no pide nada a cambio, sino que mira a levantar al que está caído por las vicisitudes de la vida, para permitirle volver a ponerse de pie y poder seguir viviendo.
El sueño de Francisco, y nuestro también, es entonces el de una Iglesia que abandona la postura del sacerdote y del levita, satisfechos de su vida, instalados en sus privilegios y seguridades, confortados por una falsa idea de la religión, del Templo y de los rituales que nos aleja de las personas y de la realidad. Nuestro sueño es el de una Iglesia, de una comunidad de creyentes que no deja de cuestionarse, para saber cómo madurar y así estar más dispuesta a sentarse junto a los demás en una mesa común, para proponer y ayudar al ser humano y a todo el creado desde la humildad, la cercanía y la misericordia.
Por esta razón, deseo para todos nosotros que podamos ayudarnos los unos a los otros para caminar en este sendero de conversión y así dejar de mirarnos por encima de los demás. Que podamos hacernos prójimo del necesitado, mirando desde arriba solamente porque estamos ayudando a levantar a quien se encuentra en la cuneta de la vida.