Solemnidad de todos los Santos
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.» (Mt 5,1-12)
Este domingo la Iglesia celebra la fiesta de Todos los Santos, así que hoy la pregunta es: ¿quién es el santo? o ¿qué significa hoy en día decir que una persona es santa?
Ante todo, en mi opinión, el concepto de santo no está ligado sólo a un particular credo; no es condición indispensable ser católico para ser santo, ni siquiera protestante o musulmán.
Cualquier creyente de cualquier religión puede ser santo. Tampoco este concepto está ligado a la religión, es decir que también quien no profesa ningún credo, por agnóstico o ateo que sea, puede ser santo. Y lo afirmo desde mi punto de vista creyente.
Entonces, ¿quién es el santo? El santo es todo hombre y toda mujer que consigue conectar con el flujo divino, porque todos nosotros llevamos impresa la huella de Dios, su chispa, su aliento, su fuerza, su energía, su soplo.
Cuando me conecto con esta chispa, con esta fuerza, entonces me conecto con mi verdadero ser, con la energía creadora que Dios ha depositado en cada uno de nosotros. Así que el santo es alguien que consigue descubrir este flujo y se zambulle de lleno, se deja llevar por él. Es el pobre de espíritu, o sea, el que se vacía de sí mismo, de su orgullo, para llenarse del soplo de Dios, transformándose en profeta del mismo.
Ser profeta no es ser un vidente, es decir, alguien que ve el futuro. El profeta es el que está al tanto de lo que pasa a su alrededor y rige su vida sobre dos principios: el amor y la verdad. Y estos dos principios no son propiedad de ninguna religión o partido político, sino que son exclusivos de la humanidad.
Estos dos principios, entonces, guían al santo, guían al profeta que, continuamente profundizando en su auténtico ser, se hace reflejo de ese flujo divino que emana de él, haciendo del suyo un corazón puro. De esta forma participa de la energía creadora para contribuir a crear un mundo mejor.
Se deja guiar por el amor hacia los desvalidos, los desamparados, los desanimados, los más pobres, cuidando y curando las heridas de quien se ve abandonado, perdido, solo, indefenso, sin salida.
El amor que siente lo hace empático hacia todos los que sufren, siente compasión porque se identifica con ellos y tiene misericordia, es decir, que en su corazón siente como suyas las miserias de sus hermanos.
Se deja guiar por la verdad porque se opone a las injusticias, las opresiones, las desigualdades, la explotación y todas aquellas realidades que se oponen a la vida, ofreciendo sólo muerte y destrucción.
El profeta, el santo, es entonces aquel que no se calla, denuncia cualquier abuso del fuerte en favor del más débil, aunque esto signifique poner en riesgo su existencia, porque confía en su criterio que quiere dar vida, allí donde parece que la muerte quiere tener la última palabra.
El santo, entonces, es la voz del Dios de la vida. Son sus manos, es su presencia física, es el que lo hace visible con el testimonio de su vida.
El santo es el que arroja luz donde todo parece oscuro, es el que habla cuando los demás callan por miedo, porque sí, tiene miedo, pero no se deja vencer por él.
La luz que trae el profeta molesta a quien quiere vivir en la oscuridad, incomoda a los que gozan de la poca visibilidad para vivir del abuso y de la injusticia. Por eso no hay santo, no hay profeta que no sea perseguido por causa de la justicia.
El santo, a fin de cuentas, es un ser humano de carne y hueso que ha conseguido alcanzar la más auténtica humanidad. Los milagros que realiza no son rupturas de leyes naturales, sino el consiguiente resultado de una vida entregada y gastada por los demás.
Una vida que se dona en el amor y es capaz de hacer cosas extraordinarias y de atraer, con el ejemplo, a otros en su mismo camino para que ellos también se transformen a su vez en profetas, en santos.