¿Qué imagen de Dios tengo? – XXX Domingo T.O. Año C
La proyección de mí en otros.
Creo que todos estamos de acuerdo en afirmar que cuando entramos en relación con alguien, e incluso antes de establecer contacto, enseguida nos hacemos una imagen de esta persona. Conforme la vamos conociendo, esta imagen se puede modificar, adaptándose a las circunstancias y a las experiencias que vamos teniendo de ella.
Lo que muchas veces suele pasar es que proyectamos en los demás una serie de expectativas que les cargan de formas de pensar, hacer, decir que son conformes a nuestros esquemas. Cuando esta persona en concreto, en un momento particular, parece no amoldarse a nuestros esquemas, a estas expectativas y se sale de ellas, entonces nos sentimos desplazados, defraudados, incluso traicionados y el otro cae del pedestal en el que nosotros mismos lo habíamos puesto.
La proyección de mí en Dios.
Lo mismo, aunque de forma análoga, nos pasa con Dios. En nuestra vida hemos ido creándonos una imagen de Dios que a lo mejor ha ido cambiando con el tiempo, fruto de nuestras experiencias. La vida es un proceso de transformación y, así como nosotros cambiamos, también es dinámica la imagen de Dios que nos vamos construyendo.
No quiero afirmar que estas proyecciones que hacemos en los otros y en Dios sean negativas. Simplemente son un hecho y hay que tomar nota de esto y de otra cosa más: ni el otro ni tampoco Dios pueden quedar encasillados dentro de nuestros moldes, porque siempre son más con respecto a nuestras definiciones. La alteridad se nos escapa de las manos si queremos poseerla.
Dentro de este marco de comprensión, podemos analizar la parábola que Jesús cuenta sobre le fariseo y el publicano. El primero se cree justo, porque hace muchas acciones para serlo, evitando aquellas actividades que la sociedad define negativamente. El tiene una muy buena conciencia de si mismo y está convencido de que Dios tiene de él la misma imagen. La imagen que él tiene de Dios es de Aquel que lo ve todo y todo lo juzga, premiando a los que actúan bien y castigando aquellos que fallan. Este Dios que el fariseo se imagina desprecia a los culpables y por esta razón este hombre también desprecia a los pecadores.
Por otro lado, tenemos a un publicano, un pecador público que es consciente de sus debilidades. Ël también tiene una imagen de Dios; lo ve como Aquel que conoce bien su condición y que puede juzgarle y castigarle, pero lo imagina además como capaz de perdonar y apiadarse porque mira al corazón de la gente.
¿Qué imagen de Dios tengo?
Jesús nos dice que el que está justificado, es decir devuelto a la correcta relación con Dios, es el publicano. ¿Por qué? Porque aunque ninguno de los dos tiene una imagen de Dios que coincide con lo que Dios mismo es, sin embargo de lo que se trata es que esta imagen te mejore como persona.
Desde mi punto de vista, entonces, la imagen de Dios que me he ido haciendo no es la de Aquel que me guía hacia la ostentación y la presunción de ser el mejor, aunque no soy ajeno al gusto de sentirme el primero de la clase. Por otro lado tampoco me guía hacia la continua conciencia de mis faltas. He llegado a comprender que mis sombras (que me cabrean cuando quiero ser el primero) son un gran tesoro porque me permiten quedarme con los pies en la tierra, practicar la humildad, poder aprender de los demás y no tomarme muy en serio.
Esto me hace llegar a afirmar que el criterio para discernir una “correcta” imagen de Dios son los frutos que conseguimos parar madurar como persona, con el fin de desplegar nuestra humanidad y ser nuestra mejor versión.
Y tú, ¿qué imagen de Dios tienes?
Eclo 35,12-14.16-18: La oración del humilde atraviesa las nubes.
Sal 33: R/. El afligido invocó al Señor y él lo escuchó.
2 Tim 4,6-8.16-18: Me está reservada la corona de la justicia.
Lc 18,9-14: El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no.