¿Qué es la salvación? II Domingo de Adviento C

¿Qué es la salvación? II Domingo de Adviento C

En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:

«Voz del que grita en el desierto: 

Preparad el camino del Señor, 

allanad sus senderos; 

los valles serán rellenados, 

los montes y colinas serán rebajados; 

lo torcido será enderezado, 

lo escabroso será camino llano. 

Y toda carne verá la salvación de Dios.  Lc 3,1-6

El texto de este segundo domingo de adviento nos habla de Juan Bautista que proclama en voz alta que Dios está preparando algo nuevo y que pronto todos verán la salvación de Dios. Pero, ¿qué es la salvación?

En la visión del tiempo de Jesús, algunas corrientes religiosas creían que el mundo estaba profundamente corrompido por la maldad del ser humano o por unos ángeles rebeldes que habían estropeado el plan perfecto de Dios. 

En el primer caso, el mundo no era malo, sino que todo se debía a las acciones destructoras de algún grupo o persona. La causa era, entonces, el ser humano y allí estaba también la solución. En el segundo caso, el mal era sobrehumano y ningún individuo o comunidad hubiera podido arreglar la situación. Solo Dios hubiera podido reajustar su plan y Juan Bautista intuye, inspirado por Dios, que ha llegado el momento en el que Dios va a actuar.

La primera comunidad cristiana ha leído la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús como el gran plan de Dios para el hombre. Con su muerte en la cruz, Jesús nos redime, o sea, nos libera de este mal que domina a los hombres y a través del bautismo, tomamos parte a esta redención y somos justificados, es decir hechos justos, rectos a los ojos de Dios. Todo esto es acción de Dios, don suyo y no fruto de nuestros méritos, aunque es necesaria una continua disposición a la conversión, para que su gracia siga actuando en nosotros y podamos mantenernos unidos a Él, a salvo del mal, salvados, en la espera de la salvación plena, cuando estaremos con Él, en la vida eterna.

De esta idea de un mal que se ha insinuado en el cosmos, poniendo en peligro el designio de Dios, se hizo eco san Agustín, con su doctrina del pecado original. La desobediencia de Adán y Eva habría catapultado al ser humano de un estado de perfección a otro de sufrimiento y muerte. El mal, representado simbólicamente en la serpiente, habría conseguido hacer brecha en el corazón libre y puro de la primera pareja humana. Ellos, ahora habían perdido la oportunidad de pertenecer al jardín del Edén (el plan que Dios había preparado para su creación) y dolor, pecado, envidia, muerte y opresión eran, entonces, el resultado de esta desobediencia original, que se transmitiría de generación en generación.

¿Cómo entender todo esto en el siglo XXI? Sin duda, los avances científicos nos dicen que el universo es una realidad en continua evolución y que esto conlleva muerte, destrucción, transformación, selección natural. Todo lo dicho antes, lejos de ser un mal, representa la oportunidad que da lugar a nuevas estrellas, nuevos planetas, nuevas especies. No parece, entonces, que en un principio todo fuese perfecto y que los seres humanos hayan pasado de un estado de plenitud a otro de embrutecimiento.

Parece que el modelo de comprensión que suponía la presencia de un mal metafísico, o sea de una entidad maligna sobrehumana que sería la causa de los males del mundo, vaya perdiendo cada vez más popularidad. La visión de las ciencias sociales y naturales nos muestran un doble mal: el mal moral, fruto de la acción libre y responsable del ser humano, y el mal físico, consecuencia de la finitud de los seres animados. 

En este nuevo modelo de comprensión de la realidad, ¿cómo entender la salvación? ¿De qué tenemos que ser salvados? ¿En qué sentido Jesús es el Salvador? El término “salvación” viene del latín “salus”, que se podría traducir con salud, es decir para nuestro caso, plenitud de vida, realización plena. La salvación es, entonces, aquel proceso que nos hace auténticamente humanos, plenamente realizados en nuestra humanidad. Jesús es el salvador, no en cuanto nos libera de algún pecado que nos precede o de las fuerzas invisibles del mal; Jesús es el salvador porque él es el hombre nuevo, el modelo de humanidad plena, donde la plenitud se mide en el amor y en el don de sí. 

En esta óptica, el pecado no es una acción que ofende a Dios, como si de alguna forma nosotros pudiéramos llegar a afectarlo con nuestras acciones. El pecado es todo aquello que nos hace menos humanos, in-humanos, embruteciéndonos y haciéndonos más viles. El pecado es fallar en el blanco de un proyecto que nos quiere ver realizados, reconciliados con nosotros mismos y con los demás, todos uno con la creación. El jardín del Edén, más que ser un estado de caída primitiva, es el objetivo al que somos llamados.

Cuando decimos que Jesús es nuestra salvación, entonces, no estamos diciendo que es él que desde fuera actúa de forma milagrosa, borrando culpas o pecados; lo que queremos decir es que nuestro estar en relación con él nos transforma, nos hace como él, nos empuja a des-centrarnos para poner en nuestro centro a Él y a los hermanos, especialmente a los más pobres y necesitados. Es así que la salvación es una vida abierta a la gracia, o sea al amor, al sentirse amado y al donarse, en un camino de plenitud humana, como reflejos de Jesús, a imagen de Dios.

En esta época de adviento, entonces, deseo para todos nosotros descubrir el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones. Éste es el verdadero poder divino que nos define, que nos purifica, que nos plenifica. Ésta es la esencia profunda de la salvación que Juan Bautista proclamaba y que luego Jesús vino a mostrar con su vida. Éste es el adviento, el momento para que nosotros también nos decidamos a vivir en plenitud el amor que llevamos dentro.

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