Nadie puede venir a mi si no lo atrae el Padre – XIX Domingo B
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Jn 6,41-51
“Mire señora es muy fácil, yo le enseño cómo hacer para que la tomen por loca. Solo hace falta que grite la verdad a todos, ellos no la creerán y la tomarán por loca”. Estas palabras de Luigi Pirandello describen a la perfección lo que estaba pasando a Jesús. Su experiencia profunda, muy íntima con Dios, se salía de los esquemas de la religión oficial, tanto que algunos se sorprendían de lo que decía, porque no entendían de dónde había sacado aquellas extrañas enseñanzas.
De hecho, yo pienso que la misión de una religión “institucional” hacia los feligreses es la misma que tienen unos padres hacia sus hijos. Cuando éstos son pequeños, es deber de los padres enseñarles aquellos valores fundamentales que les servirán para guiar su vida como adultos; pero, llegada una cierta edad, es necesario que los padres dejen que los hijos tomen la rienda de su vida, tomen sus decisiones, puedan equivocarse y acertar. En otras palabras, el deber de los padres es dar a los hijos las herramientas necesarias que les servirán para construirse una vida autentica, que les permita expresar sus talentos, aunque eso pueda implicar que la elección del hijo no coincide con el gusto de los padres.
Así es con la religión: su cometido es transmitir las herramientas necesarias para que cada miembro de la comunidad pueda llegar a ser autónomo y buscar su encuentro personal con Dios, sin que esto signifique rechazar la dimensión comunitaria, ella también pieza necesaria para el crecimiento espiritual . Muchos se pierden por el camino y solo unos pocos profundizan este sendero personal y alcanzan experiencias místicas.
Con el término “místico” no me refiero exclusivamente a aquellas personas que tienen revelaciones extraordinarias y visiones personales; el místico es aquel que tiene una profunda experiencia de sí mismo y de su relación con Dios, una unión que supera los confines entre los dos y llega a abrazar a los demás seres humanos y toda la creación. Porque no se puede estar unido a Dios y separado de los demás, puesto que Dios es Aquel que atrae la diversidad hacia la unidad, con la fuerza del amor.
A veces, sin embargo, algunos padres creen que su deber es lo de enseñar a sus hijos que hay una sola vía para ser felices en esta vida; y mira qué casualidad, porque este sendero es lo que los padres han decidido que sus hijos tienen que emprender, so pena de ser unos fracasados o de perder el apoyo de la familia.
De esta tentación, la de “mi criterio es siempre el correcto”, no se salva ni siquiera la religión como institución. De hecho, la historia nos enseña las múltiples guerras religiosas en nombre del “verdadero” Dios, porque cada religión parte de la idea que es la única, la verdadera y la auténtica. Sin embargo, si afirmamos que Dios es infinito, ilimitado, absoluto, eso implica que no puede ser contenido sólo en unos libros o enseñanzas o en unos templos. Claro está que los libros sagrados y las enseñanzas que de ellos emanan están empapados de sabiduría divina, pero si hablan de Dios entonces, por favor, que no se usen para dividir sino, más bien, para crear unidad entre los seres humanos.
El místico es, entonces, como Jesús: aquel que es conocedor de las Escrituras y sobre ellas se funda para dar un paso más hacia lo desconocido. Porque si las Escrituras nos muestran el rostro que Dios ha querido dar a conocer, luego es responsabilidad de cada uno de nosotros recorrer nuestra aventura personal. De lo que se trata, de hecho, es de no quedarnos con lo que dicen los demás de Dios, de su experiencia, y de atrevernos a profundizar nuestra relación, nuestra propia historia.
Decía Karl Rahner: “En el siglo XXI los cristianos serán místicos o no serán”. Jesús es el ejemplo perfecto. Sólo si buscamos una relación auténtica, profunda, directa, inmediata con Dios, como Jesús, sólo entonces estaremos comiendo ese pan que da la vida del que habla Jesús; sólo entonces estaremos realmente despiertos y resucitados, viviendo ya y ahora la vida eterna, de la misma manera que la vivía Jesús. Porque la vida eterna, la salvación, el reino de Dios, o sea el pan de vida, son conceptos que definen un estilo de vida nuevo, basado sobre relaciones auténtica con los demás, donde reina la paz, la concordia, la unidad, la reconciliación, la ayuda mutua, el compartir, el cuidar de los más débiles, el donarse, en vista de una nueva creación.
Así lo expresaba Bonhoeffer: “nuestra relación con Dios no es una relación “religiosa” con el más grande, potente y mejor Ser que podemos imaginar; nuestra relación con Dios es más bien una nueva vida en el donarse a los demás, tomando parte a la forma de ser de Jesús”.
Deseo para todos nosotros, entonces, que nos adentremos en el sendero de la mística, para que cada uno, como buen músico, no se limite a tocar las composiciones que otros han escrito, sino que, guiado por el Espíritu, cree su propia sinfonía, en abierta sintonía con Dios, los demás hermanos y toda la creación.