Mi yugo es llevadero – XIV Domingo Tiempo Ordinario
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» (Mt, 11,25-30)
Para entender bien la lectura de este domingo, necesitamos dar un paso atrás, al principio del cap. 11 de Mateo. Aquí encontramos Juan Bautista en la cárcel, que “al enterarse de lo que Cristo estaba haciendo, envió a sus discípulos a que le preguntaran: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mt 11,2-3).
Juan Bautista, que había predicado en el desierto la llegada del Mesías, había llamado a todo el mundo a la conversión antes de que fuera demasiado tarde. Para él, el Mesías iba a establecer el reino de Dios con fuerza y justicia: “El hacha ya está lista para cortar los árboles de raíz. Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se echa al fuego” (Mt 3,10).
Pero Jesús actúa de forma distinta: nada de tolerancia cero hacia los pecadores y los que se olvidan de Dios, sino todo lo contrario: gestos de amistad, de cercanía, de cuidado, de misericordia, de comprensión con todos ellos.
El Bautista no entiende, se siente confuso, sorprendido y duda. ¿Será él el ungido de Dios o habrá que esperar a otro?
El mensaje de Jesús decepciona a todos aquellos que quieren a un Dios que interviene con fuerza para establecer su reino y al final sólo le siguen los olvidados, los parias, los marginados de la sociedad, porque en él encuentran descanso, porque se sienten entendidos, porque se saben acogidos.
Porque ésta es la lógica de Dios que siempre supera nuestra imaginación y forma de pensar: va más allá y hace añicos nuestras expectativas. Cuando pensamos haberlo entendido, nos pone en discusión y vuelta a empezar.
En este contexto, entonces, Jesús proclama abiertamente todas estas cosas sobre su Padre, los sabios y los inteligentes no las entienden, pero sí los pequeños.
Aquí los sabios y entendidos son otra forma de definir a los fariseos y doctores de la ley, dos grupos sociales que al tiempo de Jesús gozaban de gran autoridad y estaban en la cumbre de la organización religiosa judía.
Los fariseos eran verdaderos cumplidores de la Ley de Moisés, que establecían la observancia de 613 preceptos, un número que podría definirse como imposible de cumplir en su totalidad. Ellos dedicaban su vida al cumplimiento de estas normas y vivían separados de los demás porque estar con posibles pecadores les alejaría de la pureza que ellos tanto anhelaban.
Los doctores de la ley eran verdaderos expertos en las Sagradas Escrituras y su función era la de interpretar y explicar la palabra de Dios y actualizarla a las exigencias modernas.
Se puede entender perfectamente cómo estas palabras de Jesús son un ataque directo a los poderosos de la institución religiosa. Ellos se creen poseedores de la verdad, creen que amar a Dios es cumplir con unas normas, pero en realidad lo que han hecho es crear una imagen de Dios y ahora se agarran a esta idea porque les resulta útil y no piensan ni de lejos en ponerla en entredicho.
Para ellos Dios es el Santo, el que está muy lejos de los pecadores y los impuros. En esta creencia, vivir como Dios quiere significa observar sus normas a rajatabla, presentarles ofrendas y sacrificios y hacer todo lo que está en mi poder para ganar su benevolencia.
Para ellos (no sólo en tiempo de Jesús para algunos hoy en día también), Dios está por encima del hombre y esto es muy peligroso, porque de esta forma, en nombre de Dios se puede justificar cualquier cosa, porque es Él que así lo quiere y todo está permitido si es para hacer “su voluntad”, incluso si se trata de usar la fuerza, la violencia, la guerra.
Estos sabios y entendidos de ayer y de hoy no han entendido nada. La imagen de Dios que se han creado y que quieren transmitir sólo les sirve para agrandar sus egos, puesto que se sienten responsables de defender a Dios y su mensaje, autoproclamándose paladines de la ortodoxia, poseedores de la única Verdad.
Pero, ¿necesita Dios ser defendido? ¿Acaso alguien puede hacerle daño?
A lo mejor son ellos que quieren defender su posición, su poder, su estatus, que les es tan rentable y para mantener su poder siguen usando el arma del miedo sobre la multitud de fieles, cargando sobre ellos el peso de la observancia de la ley (la imagen del yugo). Si no haces lo que decimos, estás lejos de Dios. Si no sigues nuestro consejo, no serás feliz. Si no cumples nuestras normas, nunca alcanzarás la salvación.
Pero Jesús viene a romper este modelo religioso que muy poco tiene que ver con Dios y mucho con los hombres y sus juegos de poder.
Él no habla de Dios, sino del Padre. A Dios lo podemos entender estudiándolo en los manuales de teología o filosofía o por qué no, creando un dios según nuestras necesidades, para que encaje con nuestros criterios, para que encaje en nuestro molde.
No es así con el Padre: a Él sólo se le puede conocer a través de la experiencia directa, viviendo el amor hacia los hermanos y siendo como los pequeños de los que Jesús habla.
Para Jesús el actitud de quien busca al Padre es la del infante, que según la RAE es: niño de corta edad. Esta palabra es muy importante si vamos a ver su etimología. Ella viene del latín infans, donde el prefijo in- significa negación y el verbo fari significa hablar. En resumen infante es él que es tan pequeño que no sabe hablar.
Para Jesús sólo podemos entender a Dios si callamos, si hacemos silencio dentro de nosotros, si dejamos de querer hablar de Él y a Él para dejar que sea Él el que hable con nosotros.
Por eso Jesús dice que para los sabios y entendidos estas cosas están escondidas, porque ellos ya están demasiados llenos de si mismos y de sus palabras, orgullosos de lo que creen haber conseguido y su egos están tan hinchados que no hay espacio para nadie más. Estos entonces terminan creando un ídolo al que adoran confundiéndolo con Dios, pero es simplemente una imagen que ellos se han hecho, una proyección de sí mismos.
Sólo el que hace espacio en su interior, el que hace callar su ego y sus delirios de grandeza, el que se hace preguntas y está dispuesto a ponerse en discusión (como Juan Bautista), éste es el pequeño al que Jesús se refiere, que halla a Dios porque ya le ha hecho hueco, ya se ha limpiado a sí mismo de si mismo, ya se ha vaciado para poder ser llenado.
Jesús entonces se presenta como alternativa para los que se sienten cansados y agobiados por la carga de una religión propuesta como una mera observancia de preceptos.
No es el cumplimiento de unas normas que nos hace agradables a Dios o cercanos a Él. El Padre ya está en nosotros, vive, habita, descansa ya en nuestro interior, buenos o malos que seamos, si queremos usar estas categorías. Porque no somos nosotros los que tenemos que “subir” a donde está Él, sino que es Él quien siempre viene a estar con nosotros, con todos, sin distinciones.
La propuesta de Jesús es la de una doble libertad, exterior e interior, que conforme nos hace más humanos, también nos hace más divinos, porque lleva a plena realización nuestro verdadero ser.
La libertad exterior es liberarse de los preceptos religiosos porque no es la simple observancia de unas normas que nos hace mejores personas. Nos transformamos en personas maduras cuando dejamos de permitir que sean los demás quienes decidan por nosotros y empezamos a decidir siguiendo nuestra conciencia (que, cuidado, también necesita de una buena formación).
El peligro de toda religión es hacer pasar la idea que el creyente obediente es el que “va al cielo”, y al final es muy cómodo para una cierta parte de la institución religiosa tener controlados a sus fieles, porque el pensar distinto es una amenaza, justo lo que le pasó a Jesús.
También nos propone una libertad interior, es decir, un camino de crecimiento interior para detectar los dominios espirituales y materiales de nuestro ego (quizá creerse mejor que los demás y creer que poseer es igual a ser, por ejemplo), para así dominarlos.
Una vez controlados, recobramos nuestro poder, porque si tú no controlas tu poder, algo o alguien más lo hará por ti. Esta libertad interior y exterior es una camino que nos acerca más a nosotros mismos, porque es un viaje de maduración que nos revela tal como somos y de esta forma nos acerca a los demás, como hermanos que somos de un mismo Padre.
Por eso Jesús define su yugo como llevadero y su carga ligera, porque todo lo que se hace con y por amor es más fácil de llevar y las dificultades se hacen más livianas de encarar.
Se trata de pasar del deber de hacer y cumplir a la libertad de Amar.
Sólo quien hace experiencia del Padre, de su amor gratuito, de su cercanía, de cómo se desvive para que nosotros podamos vivir, sólo en ese preciso instante caen todos los preceptos, las normas, las prohibiciones y los castigos, porque sintiéndonos amados primero y viviendo en esta abundancia de amor podremos abrirnos a los demás, ayudando, compartiendo, sanando, perdonando, sin distinciones.
Entonces seremos como fruto maduro en el árbol, alcanzando toda su dulzura. Esta es la plena humanización del ser humano. Este es el camino que hizo y vivió Jesús y ese es el camino de amor y libertad que Él nos llama a vivir en compañía.
Feliz domingo.