La tentación del ser humano – I Domingo Cuaresma Año C

La tentación del ser humano – I Domingo Cuaresma Año C

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.

Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»

Jesús le contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre».

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo.»

Jesús le contestó: «Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto».

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras».

Jesús le contestó: Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios».

Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión. Lc 4,1-13

Las lecturas de este domingo nos presentan las tentaciones de Jesús en el desierto, después de haber recibido el bautismo por Juan Bautista. Estamos al comienzo del capitulo cuatro de su evangelio y Lucas nos presenta esta escena, en la que Jesús está solo durante cuarenta días, lleno de Espíritu santo y guiado por Él.

Un lectura atenta, sin embargo, nos muestra como este relato no tiene la intención de contarnos algo que ha pasado de forma puntual al comienzo del ministerio público de Jesús; más bien, quiere decirnos que toda la vida del maestro de Galilea ha sido caracterizada por estas tentaciones, regalándonos el rostro muy humano del aquel hombre que nos ha dado el rostro de Dios.

En la primera tentación, de hecho, si pudiéramos transformar las piedras en pan significaría que tendríamos el poder de hacer lo que quisiéramos. Si miramos al evangelio de Juan (6, 1-15), Jesús multiplica cinco panes y dos peces, dando de comer a más de cinco mil personas. Aquí vemos narrada la primera tentación: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo”. El poder de Dios que Jesús manifiesta no es el del rey Midas, que transforma en oro todo lo que toca, porque Jesús no ha venido a solucionarnos los problemas, sino a que nos preguntemos qué es lo que podemos hacer nosotros para solucionar los problemas. Jesús rehuye del imponerse con la fuerza y quiere que desarrollemos nuestra libertad creativa para ser adultos en la fe, creyentes que ya no necesitan de señales para confiar en Él.

Esta primera tentación es la de quedarnos en la superficie de la realidad, pero solo porque ella se nos presenta en su capa externa, la de la apariencia, escondiendo en el interior la verdadera esencia de su ser. Es un poco como en la película de Matrix, en la que podemos vivir sin enterarnos de nada, porque creemos que lo que vemos es lo que es, sin darnos cuenta que hay mucho más de lo que nuestros sentidos captan, una realidad que está allí, velada, más profunda y que quiere ser descubierta. La tentación, entonces, es la de quedarnos con lo material, lo superfluo, lo que apaga momentáneamente nuestra sed y deseos y la tentación de buscar lo que agrada a los demás para no molestar (buscar la aceptación). Es la tentación de amoldarnos a las seguridades que tenemos, aun a detrimento de nuestro auténtico crecimiento, porque nos dejamos guiar por la prioridad del bienestar más que por la libertad, el amor, el compromiso. A lo mejor hasta sabemos lo que es correcto hacer, pero preferimos no cambiar, no arriesgarnos y vendemos nuestras vidas por un poco de pan. 

La segunda tentación es la del poder y de la gloria. En varias escenas de los evangelios, se muestra como los doce están muy equivocados, porque imaginan que Jesús quiere ir a Jerusalén para instaurar el reino de Dios y darles a ellos su parte, un trono, una recompensa. De aquí la disputa sobre quién es el mayor entre ellos (Mc 9, 33-37) o el rechazo de Jesús hacia Pedro (“Aléjate de mi Satanás”, Mt 16,23), porque este último no entiende cómo la lógica del fracaso puede ser la de la victoria. Es la tentación de querer alcanzar nuestros objetivos de fama, de riqueza, el querer ser importante a los ojos de los demás, de dominar, a saber, de acaparar lo que sea para nosotros, cueste lo que cueste. En esta lógica, el mundo es un lugar donde los recursos son limitados, escasos y es necesario luchar para tener más, aunque esto signifique pisotear y neutralizar a la “competencia”, o sea, el hermano. Es la tentación que nos transforma en estreñidos espirituales, porque acumulamos sin saber soltar, creyendo poseer, incapaces de ver que en realidad somos poseído y hemos perdido la libertad.

La tercera tentación es la de usar a Dios y la religión para los intereses personales y nos recuerda mucho la escena en la que Jesús ya está crucificado mientras que algunos se burlan de él, diciéndole: “Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse. Es el Rey de Israel: ¡pues que baje de la cruz, y creeremos en él! Ha puesto su confianza en Dios: ¡pues que Dios lo salve ahora, si de veras lo quiere! ¿No nos ha dicho que es Hijo de Dios?” (Mt 27, 42-43). Más en general es la tentación de aquellos que se creen poseedores de un poder sagrado que les permite dominar sobre las personas y las cosas (clericalismo), que creen que pueden manipular a Dios a su antojo con gestos, ritos y palabras, reduciendoLo a su pequeño universo en el que Dios se transforma en un simple reflejo de si mismo.

En todas estas tentaciones lo que prevale es mi punto de vista, distorsionado por la sed de tener, de dominar, de controlar. Esta distorsión, si no somos conscientes de ella (cf Matrix) nos pone enfermos, porque adultera la realidad, haciéndonos creer que las cosas, las personas y Dios mismo están a nuestro servicio.

Lucas, sin embargo, nos presenta la receta para vencer esta distorsión: ponernos a la escuela de Jesús, que huye de la fama y busca a los olvidados: no aparenta para si mismo, sino que se pone en serio para los demás; que huye de ser transformado en un rey y enseña a lavarse los pies unos a otros: el verdadero poder es el servicio en la comunidad; que huye de doblegar el proyecto de Dios para hacerlo a su medida: a saber, que entregar la vida implica la cruz, el desprenderse de mi ego y de mi visión, para aquellos que lo necesitan; que huye de las medias verdades y elige decirse y decir “sí sí, no no” (Mt 5,37).

No es casualidad, entonces, si Lucas describe esta escena justo después del bautismo, para recordar a sus oyentes que con el bautismo nos revestimos de Cristo, es decir, nos hacemos como él, asumiendo su lógica, su entrega, su afán profético, su libertad, su humildad, su disponibilidad a servir y a fomentar el verdadero crecimiento de aquellos que encontramos.

Deseo, entonces, para todos nosotros, que puedan resonar siempre en nuestras vidas las palabras que Pablo decía a los Gálatas: “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (3,27), para que podamos dejar atrás toda aquella ropa que nos es de obstáculo y llevar a lucir la libertad y el amor de Cristo que nos lleva de la mano hacia la vida verdadera.

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