La resurrección – Vigilia y Domingo de Pascua

La resurrección – Vigilia y Domingo de Pascua

El símbolo y la analogía

Cuando hablamos de Dios y de todo lo que puede suponer el misterio, como la resurrección, el lenguaje más adecuado es el símbolo y la analogía. El primero es un elemento material que representa una idea o un concepto, generalmente algo abstracto, sin por esta razón agotar toda su realidad. Por ejemplo, la bandera puede ser el símbolo de una nación, sin por esto expresar por entero la realidad que ella representa. 

Algo parecido ocurre con la analogía que es la relación de semejanza entre dos realidades. Al ser una relación de semejanza y no de igualdad, la analogía tampoco agota la realidad que quiere evocar, pero sirve para que los oyentes puedan comprender el sentido de lo que se está comunicando, sabiendo que siempre hay algo más. Ciertos discursos de Jesús son analogías, como por ejemplo las semejanzas que él hace a la hora de hablar del Reino de Dios: el Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza o a la levadura, a un tesoro escondido, a una perla de gran valor y así adelante.

La resurrección, ¿cómo entenderla?

A la hora de hablar de la resurrección, no podemos que usar símbolos y analogías para expresar una realidad que no es material, no se puede comprender como una experiencia más de nuestros sentidos y no está sujeta a las leyes físicas o sociales. Es por esta razón que toda imagen que usaremos para hablar de ella no puede ser tomada a la letra, puesto que ella sirve para comunicar lo que es la resurrección sin las pretensiones de querer reducirla a lo expresado, en cuanto su realidad va más allá de nuestra comprensión. 

El simbolo del agua

Uno de los símbolo o analogías que quiero usar para reflexionar sobre la resurrección es el agua. El agua es una sustancia que encontramos en la naturaleza y que usamos a diario, por lo menos en nuestro mundo occidental. Y, sin embargo, ella es un elemento que puede tener tres estadios: el liquido, el sólido y el gaseoso. Lo curioso del agua es que ella se amolda a su recipiente y coge su forma si está en estado liquido y, luego, pasa al sólido. En estos dos estados, nosotros somos capaces de ver el agua y decir que existe, que está allí delante de nosotros. Sin embargo, en el estado de gas, como por ejemplo en la humedad ambiental, ¿quién podría decir que es capaz de ver el agua? Más bien afirmaríamos lo contrario, a saber, que ahora, en esta habitación cerrada no hay agua porque simplemente no la vemos.

Es solo gracias a los conocimientos científicos y a los aparatos tecnológicos que tenemos a nuestro alcance que podemos afirmar que, aunque nuestros sentidos nos dicen lo contrario, sin embargo el agua está presente en el mismo aire que respiramos, bajo la forma de gas o vapor invisible.

La Resurrección como transfiguración

¿Qué ocurre, entonces, con la resurrección? Así como el agua cambia de forma y de estado y sigue siendo agua, ¿por qué no pensar algo así cuándo hablamos de resurrección? Con la resurrección la persona se “transfigura”, se transforma, cambia de “estado”; por consiguiente, sigue siendo la misma sin serlo al mismo tiempo, adquiriendo también una realidad ya no visible a ojo humano, según nuestros sentidos.

Afirma el nr 362 de Catecismo de la Iglesia Católica (desde ahora CIC): “La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que «Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente» (Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios. Sigue al nr 365: “La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la «forma» del cuerpo”.

Resurrección y termodinámica

En otras palabras, el ser humano es uno y las distinciones de cuerpo y alma son relativas a poder comprender algo (la persona) que no se puede separar sin correr el riesgo de crear algo artificial. Dicho de otra forma, lo que se quiere expresar es que el ser humano no se puede reducir simplemente a lo que se ve de él (el cuerpo) en cuanto él es más. La física nos viene en auxilio cuando afirmamos que todo lo que nos rodea es energía. Aquellos elementos sólidos que llamamos materia, esta es energía que a nuestros ojos se presenta como algo “sólido”. De esta forma, como nos sugiere el primer principio de la termodinámica, la energía no se crea y no se destruye, sino solo cambia de forma

Nuestro ser está en Dios y es su expresión

Como el agua y el energía tienen un origen, lo mismo ocurre con el ser humano, cuya origen o fuente llamamos Dios. Esta energía es Dios y está en Dios y en un cierto momento toma lo que definimos “existencia” humana, “solidificándose” en un ser de naturaleza muy compleja y que necesita un largo proceso para desarrollarse y poder vivir. 

Esto expresa el nr 366 del CIC: “La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios no es «producida» por los padres—, y que es inmortal”. Lo que se quiere expresar es que, frente a la idea que la persona es simplemente “producto” de un acto humano, nuestra fe afirma que ella está arraigada intimamente en la esfera divina (el alma) y que, añado yo, así como no se puede separar naturalmente alma y cuerpo sin crear algo sin sentido, de la misma forma no se puede separar la acción humana de la divina, en cuanto la divina se presenta en la humana y el origen divino de la persona se muestra en la acción humana de aquellos que dan a luz una nueva vida.

Una vida, la eterna, varias formas 

De esta forma, por ende, la persona ya existe en Dios desde siempre (viene de Dios que es eterno y vive en Dios de una forma que no se puede explicar) y, entonces, llega el momento de existir en la forma en que nos relatan la biología y la ciencia en general. Al final de su vida, esta existencia no termina con la muerte, sino que continua en Dios, en cuanto en él nacemos, en él vivimos, en él nos comprendemos y en él nos realizamos y somos. Es como el agua que procede de la fuente y que cambia de estado: de repente parece desaparecer, pero solo a nuestros ojos. En realidad ella está allí pero bajo otra forma, transfigurada.

¿Qué es, entonces, la vida eterna? Muchas veces la ponemos en contraposición con nuestra existencia “terrenal” y, en mi opinión, nos equivocamos. La vida eterna es una sola y es la vida bajo su distintas formas: ya somos en Dios, en su eternidad, seguimos siendo y estando en él bajo las categorías, a nosotros conocidas, del espacio y del tiempo y, finalmente, seguimos siendo y estando en Dios después de haber abandonado estas categorías a nosotros familiares.

Conclusión

¿No es, de hecho, el Verbo “preexistente”? Porque, entonces, no pensarnos “preexistentes” aunque afirmando que lo somos no por nuestra voluntad, sino por el mismo amor de Dios que es Vida que genera sin condición y fuera del tiempo? Así que de él venimos y a él volvemos. La resurrección de Jesús, por lo tanto, es la toma de conciencia que lo que a él le ha ocurrido es también nuestro destino, porque la muerte no corta la conexión entre los racimos y la vid, sino que es la condición que permite el cambio, una nueva modalidad de estar con Dios, transfigurados.

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