La resurrección- XXXII Domingo T.O. Año C
La resurrección de los muertos
La primera lectura de este domingo así como el evangelio de Lucas nos hablan del tema de la resurrección y de la vida eterna. Un detalle, sin embargo, me llama la atención y es precisamente en el texto de Lucas.
El evangelista nos cuenta que Jesús está dialogando con los saduceos, grupo que no cree que hay resurrección y para ponerlo en dificultad le cuentan el hipotético caso de una mujer casada que se queda viuda y sin hijos. El marido de ésta tenía seis hermanos más y uno tras otro se casan con ella, porque cada hermano, después de casarse termina muriéndose sin dejar descendencia, hasta que muere también la mujer. La pregunta, entonces, que les ponen los saduceos es: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”.
La resurrección y su lectura literal
Jesús comprende como ellos quieren caricaturizar el tema de la vida eterna con una lectura literal. Según ellos, resucitar significaría seguir teniendo y siendo lo que éramos en vida, algo que logicamente nos parece absurdo (para los saduceos y para Jesús también) y entonces es normal que se rechace esta forma de pensar la resurrección.
Ojo, sin embargo: aquí no hay que confundir los planos. Una cosa es rechazar un planteamiento, que puede ser mal enfocado, otra cosa bien distinta es rechazar un concepto entero, el de la vida eterna. En otras palabras, lo que hay que rechazar es una interpretación literal de la resurrección y de la vida eterna, en los que los cuerpos, como los entendemos con nuestros cinco sentidos, revivirán aunque se hayan corrompido y hecho polvo.
La resurrección entre ciencia, filosofía y fe
La ciencia nos enseña como la materia (aquello que tiene masa y volumen) está en continua transformación gracias a la energia que contiene y que ejerce sobre ella una dinámica de cambio. Eso ocurre a simple vista con las montañas, el planeta Tierra y nuestros cuerpos que no paran de experimentar modificaciones. Todo, entonces, está en continua transformación y la misma energía no se crea ni se destruye, sino solo se transforma. En términos de fe podríamos decir, entonces, que nuestras vidas no desaparecen sino que simplemente se transforman de una manera que científicamente no podemos medir.
Desde un punto de vista filosófico, podemos afirmar que Dios no solamente es el “Tu” a quien nos dirigimos, sino que es también el Ser de todo existente. En otras palabras, como Absoluto, Dios es la Realidad que da fundamento a todo lo que existe, tanto que no puede considerarse como un Ente entre otros entes (un “Tu” entre otros tu”) sino que es el Ser que da consistencia a todo lo cognoscible.
Como afirma Hch 17,28, “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. Esto significa que siempre hemos estado en la mente de Dios, como proyecto (antes de existir), como realización (con nuestra existencia) y como culminación (lo que llamamos resurrección y vida eterna). En este sentido nos viene en ayuda el salmo 139, 7-9, que así recita: “¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el seol me acuesto, allí te encuentras. Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende.”
En este salmo, podemos comparar a Dios con el aire: en nuestra experiencia sensible no podemos movernos sin que ella esté dentro y fuera de nosotros. En nuestra experiencia de fe, entonces, no hay lugar físico y existencial que excluya a Dios. Esto no se limita solo a nivel de vida biológica, de duración estimada entre ochenta y ochenta y cinco años. Si una de las características de Dios es que es Infinito, no hay “lugar” ni estado que pueda estar más allá del Infinito. En este sentido, después de la muerte, no hay lugar para estar lejos de Dios, sino que se continuará a estar con él, aunque de forma distinta y sorprendente para nuestra forma de pensar.
Conclusión
Como conclusión, entonces, me gustaría usar una metáfora, la imagen de una recta. Yo imagino cada uno de nosotros como rectas, lineas infinitas de puntos, infinitas porque en Dios lo somos. No somos una casualidad, sino el resultado de un Amor que crea y en cuya mente “siempre hemos estado”. Solo una parte de esta recta puede ser medida, experimentada con nuestros sentidos y es la que llamamos comúnmente vida y que experimentamos del nacimiento a la muerte. Sin embargo, toda la recta es vida, antes de nacer y después de morir. La muerte, dicho de otra forma, es un punto de esta recta, no el definitivo, sino uno de ellos. Este punto no nos aleja de la Vida, de Dios, del Absoluto, del Infinito, sino que nos transforma en otra manera de ser vida, eso es, la resurrección y lo que llamamos la vida eterna.
El “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob” no es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”, antes de nacer, durante su existencia, después de la muerte.
2 Mac 7,1-2.9-14: Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres.
Sal 16: R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
2Tes 2,16–3,5: El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él.
Lc 20,27-38: El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.