La paz – XIV Domingo T.O. Año C
Is 66,10-14c: Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz.
Sal 65:Aclamad al Señor, tierra entera.
Gal 6,14-18: Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
Lc 10,1-12.17-20: Descansará sobre ellos vuestra paz.
De las lecturas de este domingo, quiero subrayar tres frases:
- “No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”.
- “Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura”.
- “Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros”.
La primera frase, de Lucas, nos recuerda algo fundamental, es decir, que somos seres divinos. Esto no significa que somos dioses, sino más bien que somos de Dios (divinos) y que de Él venimos, en Él habitamos, Él es Quien nos da vida y hacia Él vamos. Decir que nuestros nombres están escritos en el cielo significa que nuestro ser, lo que somos, pertenece a Dios, somos su expresión, su manifestación, su teofanía y esto implica que nuestra alegría no puede depender de lo que hacemos, de lo que poseemos, de lo que nos pasa en el día a día, sino que depende de la capacidad de tomar conciencia de lo que somos y del Amor que nos sustenta.
En este sentido, lo que cuenta no es estar o no estar circuncidado y, si lo alargamos a nuestros días, me arriesgaría a afirmar que tampoco es el bautismo lo que hace la diferencia, sino que todo se juega en comprender lo que somos y, una vez comprendido, entonces podremos vivir como nuevas criaturas, como afirma Pablo a los Gálatas.
Intentaré explicarme mejor. Sin duda, es fundamental el don que Dios nos hace , que es su amor, un don que no está condicionado por lo que hacemos, por nuestros méritos o por nuestras faltas. Él nos ama siempre y totalmente, independientemente de nuestra respuesta. Sabemos, sin embargo, que este don de Dios no podrá hacer brecha en mí si yo no me doy cuenta de su presencia y si no hago uso de mi libertad, para responder con mi vida a esta continua donación con la que Dios me reviste.
Es un poco lo que nos relata Mt 25, 14-30 con la parábola de los talentos. A cada uno de nosotros Dios nos regala unos talentos, pero no son estos que nos transforman sino más bien el comprender de verdad dos cosas: lo que hemos recibido y quién es Aquel que nos los ha dado. Conseguir entender el verdadero rostro de Dios y saber detectar sus dones: es esto que nos hace nuevas criaturas, porque nos permite percibirnos y percibir lo que nos rodea con otros ojos, con otra actitud, con otra perspectiva.
Esta nueva perspectiva es, en mi opinión, la primera y fundamental resurrección, el despertarse a una vida nueva, llena de sentido, de colores, una vida que es desbordante a pesar y a través de los vaivenes que caracterizan nuestra existencia.
Ésta es, entonces, la raíz de nuestra paz, para terminar con la tercera frase. Descubrir que la identidad de Dios es la misericordia, que Él es la fuente de toda vitalidad, cuyo objetivo es que cada uno viva en plenitud, nos permite darnos cuenta de que, pase lo que pase, nuestro ser está cimentado en el ser de Dios y nada ni nadie puede quitarnos esta realidad. Ésta es la paz que nuestro corazón necesita y que representa ya aquí el Reino de Dios, aunque no en su totalidad.
Allí dónde iremos, esta paz nos seguirá e irradiará sus beneficios sobre aquellos que estarán dispuestos a recibirlos. Es por eso que deseo para todos nosotros poder comprender que nuestros nombres están todos insertados e incluidos en el Nombre, que es Dios. Que podamos ser esta nueva criatura, capaz de acoger al Otro y a los otros en nuestras vidas y así vivir de esta paz, que es el cielo ya en la tierra.
Feliz domingo