La paradoja del cristiano – Ascensión del Señor Año A
El Dios de la paradoja
La vida del cristiano es una paradoja, como lo es su Dios. El domingo pasado, de hecho, estuvimos viendo que Dios es totalmente otro de su creación y no se puede reducir a ella; sin embargo, contemporaneamente él no solo es trascendente, sino es profundamente inmanente a ella, una cosa con ella, porque se hace tan cercano a ella que acoge su finitud y corporeidad, y la encarnación del Hijo de Dios es la demostración. Dios, entonces, está tan distinto de su creación como identificado con ella, sin confusión ni mezclas, sin separación ni división.
Jesucristo, señal de esta paradoja
Lo mismo pasa con aquellos que se dicen seguidores de Jesucristo. De hecho, analizando lo que dice este domingo Pablo a los Efesios, leemos en su carta como el Apóstol afirma que Cristo es la Cabeza de su cuerpo, es decir, la Iglesia. Puesto que cuerpo y cabeza siempre van juntos, de esta analogía deriva que Dios está tan “en el cielo” como “en la tierra” o, si se prefiere este otro lenguaje, está tanto en el nivel de la plenitud como en el nivel de la imperfección. De la misma forma, los cristianos, unido a su Cabeza, se encuentran tanto en su conocido plano de imperfección como en el otro, más complejo de comprender, plano de la plenitud.
La paradoja del cristiano
Es esta la paradoja de la vida del cristiano. Con un pie no puede no estar en este plano en el que vive, sabiendo que es aquí que tiene que amar a Dios y al prójimo, con su compromiso cabal, sin caer en las tentaciones del eficientismo o de la desesperación, como si todo dependiera de sus esfuerzos. Con el otro pie, sin embargo, no puede olvidar que está en un plano superior, no ético, sino no simplemente humano, sin caer en fáciles irenismos o quietismos, como si todo dependiera de Dios y de su gracia.
El cristiano, entonces, vive en esta perenne paradoja que tiene la finalidad de hacerlo sentir incómodo, inquieto; por un lado, se siente unido a Dios, junto con él, ya criatura nueva, templo del Espíritu, con un pie en la morada que Jesús ha ido preparando para él en el seno del Padre. Por otro lado, sin embargo, se siente empujado a profundizar esta relación de amor con su Dios, testimoniando con alegría la buena nueva de Jesús, la de un Dios que no se opone al ser humano, no es su enemigo, sino que vive en su más profunda intimidad y quiere ser descubierto para que el ser humano y toda la creación lleguen a plenitud.
El bautismo, la toma de conciencia de nuestra Ascensión
En este sentido se deben de interpretar las palabras del Señor que invitan a bautizar y hacer discípulos suyos. No se trata de adoctrinar, de aumentar en número de aquellos que profesan unas verdades de fe. Se trata, sin embargo, de aumentar el grupo de personas que profundizan en su ser humano, mejorando sus cualidades como personas, acrecentando su búsqueda de bien, para si mismos y para los demás, permitiendo así ascender a otro nivel, a la derecha del Padre.
La paradoja está en comprender que la realidad que vivimos es más profunda de lo que parece a simple vista y que no se puede reducir a lo físico, a lo biológico, a lo moral y a lo racional. Hay un misterio que se despliega por todas las ramificaciones de nuestra existencia terrena y que no se puede limitar a ella. Bautizar, entonces, significa entrar en este misterio, dejarse habitar por él y hacer discípulos significa ayudar a que otras personas, con sus tiempos y procesos particulares, puedan descubrir el misterio en el que están envueltos y vivir en plenitud su cualidad humana.
Estas simples palabras son solo una breve introducción al sentido de la Ascensión, un misterio que va mucho más allá de lo que mis capacidades me permitan explicar y que, sin embargo, no me eximen por lo menos de intentarlo.
Hch 1,1-11: A la vista de ellos, fue elevado al cielo.
Sal 46: R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Ef 1,17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo.
Mt 28,16-20: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.