La misericordia – IV Domingo Cuaresma Año B

La misericordia – IV Domingo Cuaresma Año B

La redención copiosa

Dice el Salmo 130: Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

Todo el Antiguo Testamento es un continuo recordar que los seres humanos, individua y colectivamente, así como en calidad de pueblo de Dios, a saber, todos somos frágiles, por naturaleza y muchas veces por intención nuestra.

El ser humano y su sombra

En múltiples formas las Escrituras nos lo recuerdan: desde las primeras páginas del Génesis, cuando se dice que Adán, el humano, está hecho de barro (es mortal, finito, no perfecto), así como todos los grandes “héroes” de la Biblia (los patriarcas, Moisés, los jueces, los reyes, los profetas), nadie está exento de su sombra, el elemento de la naturaleza humana que nos hace experimentar nuestra debilidad interior, que a veces llamamos pecado, otras veces llamamos mal, error, traición y un largo etcétera. 

La respuesta de las religiones

Es así no solo para los judíos y para los cristianos sino que en la experiencia religiosa y antropológica desde siempre el ser humano se ha preguntado del por qué del mal, sobre su origen y las posibles soluciones. Las religiones, desde su punto de vista, han previsto una serie de rituales que ayudan a salir de la condición de “pecador”, de alejado de Dios, y apuntar a esa situación de “perfección” que podríamos llamar “comunión con él”.

En el caso de la religión católica, el bautismo es, fundamentalmente, el medio por excelencia para establecer y evidenciar la relación profunda que Dios tiene para con nosotros y el sacramento de la reconciliación es el medio para “sanar” aquellas grietas que se van formando con el tiempo en las relaciones humanas y del creyente consigo mismo.

La misericordia sepultada por el terror

Siglos de “terror”, por así decirlo, sin embargo, nos han educado en ver a Dios como el “Ojo” escrutador que todo lo vigila, que controla sin cesar y juzga, tomando apuntes de todo lo que hacemos, decimos, pensamos y dejamos de, como si fuera un notario al que no se le escapa nada. El infierno, entonces, ha sido la muleta por excelencia para “afianzar” estas ideas sobre Dios e intentar repeler cualquier conducta no aprobada por la institución.

Redescubrir la parábola de Jesús como vida en la misericordia

Pero, la “parábola” de Jesús es clarificadora en todo este asunto de la justicia y de la misericordia de Dios. Más allá de lo que podemos hacer o dejar de hacer, Dios envía a su hijo, a saber, Dios se hace carne, uno de nosotros, para hacerse visible y darse a conocer. La idea que se trasmite es la de un Dios que ama tanto al ser humano (y a toda su creación) que no se opone a la violencia con otra violencia, sino que está dispuesto a donarse totalmente para que, por lo menos, algunos se den cuenta de todo esto, se dejen alcanzar por el amor suyo, transformen su vida y vuelvan a nacer.

La buena noticia es la misericordia de Dios

Esta es la buena noticia, la alegre novedad de un Dios que no hay que imaginar como una divinidad airada con nosotros, porque es abundante en él la redención. La misma carta a los Efesios los confirma: por pura gracia estáis salvados. Lo que estas dos frases quieren expresar es que la comunión con Dios no es un hecho que se explica como fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un continuo don del Señor, un don que podemos rechazar pero no que se puede revocar por su parte.

De esta forma, las expresión del evangelio de este cuarto domingo, como “acercarse a la luz” o “realizar la verdad”, podemos entenderla como estar en sintonía con lo más profundo que hay en nosotros mismos que, para un creyente, es la conciencia o el mismo Espíritu que vive en nosotros.

Pecado y pecados no es lo mismo

Por esta razón habría que diferencia el pecado, como estilo de vida disconforme con lo que somos y que nos desgarra, nos deshumaniza, nos petrifica, nos hace morir poco a poco por dentro, de los pecados, que son actos puntuales que no tienen porque confundirse o identificarse con el pecado, una vida apartada de nosotros, a saber, de Dios y de los demás.

En este sentido, Dios está siempre a la puerta, en espera de que nos demos cuenta y volvamos a él o, que es lo mismo, volvamos a nosotros mismos. Es la misericordia de Dios que él no puede revocar en cuanto no puede ir en contra de si mismo.

Conclusión

Ciertos rigorismos y legalismos dentro de la Iglesia, entonces, deberíamos matizarlos sabiéndonos “mirados” con ojos pacientes y de amor, sabiéndonos en en continuo abrazo del Padre, porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Esto no implica permitir todo, sino para comprender que todos necesitamos nuestros tiempos de maduración, que recorrer con paciencia, confianza y tesón, algo que nos debe servir de criterio para nosotros y para los demás. 

No por nada a este cuarto domingo de Cuaresma se le llama “laetare”, porque en nuestro camino de la vida nunca podemos olvidar la mirada de misericordia que Dios nos dedica a cada uno de nosotros y que nos invita a alegrarnos por este don que recibimos diariamente y que también estamos llamados a vivir en relación a nosotros mismos y a los hermanos que nos rodean.

2Cr 36,14-16.19-23: La ira y la misericordia del Señor serán manifestadas en el exilio y en la 

liberación del pueblo.

Sal 136: R/. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Ef 2,4-10: Muertos por los pecados, estáis salvados por pura gracia.

Jn 3,14-21: Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él.

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