La lógica del don – XXVII Domingo T.O. Año A
Una lectura equivocada
Las lecturas de este domingo parecen presentarnos la imagen de un Dios que escoge a un pueblo (Israel), se lo entrega todo a él para que sea luz para las naciones, pero este mismo pueblo finalmente le rechaza y Dios le castiga (1ª lectura) y así él confía su viña, ese don, a otros labradores (Evangelio).
Esta lectura nos sugiere que:
- Dios sustituye un pueblo que le rechaza (Israel) por otro que le acoge (la Iglesia);
- Por consiguiente, este último es el ejemplo positivo, mientras que Israel representa al pueblo que abandona a Dios;
- Por último, podríamos deducir que Dios castiga a aquellos que no son fieles a su amor.
Y, sin embargo, yo afirmo que estas tres ideas están muy equivocada. Nada más lejos de lo que es el mensaje de Jesús.
Un Dios siempre fiel
Dios siempre es fiel a sus promesas y estas son firmes en cuanto Dios es el autor, el cual no “actúa” como los seres humanos, que cambian de opinión y de parecer según la actitud de sus interlocutores (Dios hace llover sobre justos e injustos…). Esto significa que si Dios ha escogido a un pueblo ellos implica que no va a abandonarlo nunca. Podríamos, además, ahondar sobre qué significado tiene el escoger a un pueblo y cómo entenderlo, pero no es esto el momento.
No a la idea de la sustitución
No se sostiene, entonces, la idea de la sustitución, según la cual Dios hubiera abandonado a Israel, pecador por rechazarle, y lo hubiese sustituido por otro pueblo, a saber, la Iglesia. La lógica de Dios es inclusiva, no sustitutiva. Si Dios es el creador y fuente de todo lo real, esto significa que todos somos fruto de su amor. Todos, entonces, somos sus criaturas, hermanos entre nosotros e interconectados (la parabola de los dos hermanos o del hijo pródigo).
Tampoco al Dios que castiga
Lo que ocurre es que en la mentalidad en la que se está escribiendo el evangelio de Mateo, los seguidores de Jesús atribuyen la destrucción del Templo y la derrota a mano del Imperio romano como el castigo de Dios para aquellos judíos (la mayoría) que no había reconocido, en Jesús, el Mesías. Y esto porque Dios es creído como el Señor todopoderoso y de él viene el bien y el mal que experimentan los seres humanos.
Esta postura ya no se sostiene y Jesús mismo, con su vida y parábolas, nos recuerda la lógica de Dios, que se caracteriza por la paciencia, el amor y la misericordia. Y, entonces, ¿qué más podemos sacar de estas lecturas?
La lógica del egoismo y del don
Podemos comprender que la dinámica que mueve los labradores a matar a los enviados del Padre es la dinámica que caracteriza muchas de las posturas que adoptamos a nivel individual, eclesial y socio-político del pasado y de la actualidad.
La mayoría de los conflictos entre personas y entre países se explica cómo la incapacidad de tomar conciencia de que todo lo que tenemos es un don, no propiedad exclusiva y, por lo tanto, estamos llamados a compartir. Sin embargo nos mueve la idea opuesta como voy a explicar ahora:
Tres ejemplos
Llega el cumpleaños de un niño: los padres le hacen un regalo. Este último nunca había pertenecido a él, pero en ese mismo instante aquello ahora es suyo y será complicado hacerle entender que hay que aprender a compartir…no, aquello es suyo y solo se comparte bajo sus criterios. Aquellos que no le siguen, se quedan sin pelota.
Lo mismo pasa a nivel de Iglesia. Cuantos son los casos en los que la Iglesia ha creído poseer la verdad y, en lugar de comprenderse como aquella que está llamada a ponerse a servicio de creyentes y no creyentes (o diversamente creyentes), por el don recibido, ha pensado mejor creer que Dios le había dado la verdad y que solo aquellos que se amoldaban a estos criterios podían entrar a formar parte de su grupo. ¿Amor a la verdad o falta de comprensión, como en el caso anterior?
Lo mismo pasa a nivel social o político. Aquello que es nuestro (bienestar, sistema sanitario, petróleo, tecnología y poder en general) no se usa como don colectivo para el bien de los demás (como se debería hacer), sino para separan nuestro grupo de los demás (nacionalismos) o como medio para controlar al resto, subyugarlo, creando tensiones entre aquellos que tienen o los que más necesitan.
En todos estos casos, lo que sobresale es el egoismo, la desmedida creencia según la cual lo que está en mis manos es mío por derecho y con él puedo hacer lo que mejor me parece. Los demás que se adapten.
La Iglesia y la lógica del don
Y es así que asistimos al pervivir de esta lógica, en ambiente personal como comunitario, y la Iglesia no es inmune a este virus, donde la defensa de la verdad (la recta doctrina) se mezcla muchas veces con el miedo a perder aquel poder adquirido con los años o el prestigio social que podría verse reducido por los posibles cambios que parecen producirse con el paso del tiempo.
La viña, preparada con tanto cariño y entregada para vivirla y para que diera fruto, se transforma, gracias a esta lógica perversa, en una propiedad que defender y termina por convertirse en un museo que ha perdido la vida que le es, sin embargo, constitutiva. Donde el don se posee y se defiende, ya no se transmite vida.
Conclusión
Por consiguiente, como comunidad, tenemos que preguntarnos si somos capaces de vivir en la óptica del “nosotros” y del don que es para todos y o, en realidad, estamos defender lo que creemos ser “nuestro” y que no lo es.
Como Iglesia, tendríamos que preguntarnos si somos conscientes de que la verdad es fruto de un proceso y que ello implica movimiento y no es un objeto, algo estatico, puntual, que se puede señalar y poseer; si nos olvidamos de esto, entonces nosotros también nos transfórmanos en aquella casta de defensores de la verdad (y de nuestros intereses) que se niega a escuchar los signos de los tiempos, tan siquiera si volviera el mismo Jesús a recordárnoslo.
Is: 5,1-7: La viña del Señor del universo es la casa de Israel.
Salmo 79: R/. La viña del Señor es la casa de Israel.
Flp 4,6-9: Ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros.
Mt 21,33-43: Arrendará la viña a otros labradores.