La lógica del don – XXV Domingo T.O. Año A
El contexto tiene su valor
También este domingo el evangelista Mateo pone a lucir su habilidad a la hora de redactar y colocar los dichos y los hechos de Jesús, como ocurre con la parábola de los trabajadores de la viña. De hecho, el texto que precede la parabola de este domingo nos habla de las dudas de la comunidad, por boca de Pedro: ¿qué recompensa tendremos nosotros que todo lo hemos dejado para seguirte? “Pues recibiréis cien veces más y la vida eterna”, afirma Jesús.
Después de la parábola, pocos versículos después, en el mismo capítulo 20 nos encontramos con las expectativas de la madre de Juan y Santiago, la cual pide a Jesús que sus hijos se sienten uno a su derecha y otra a su izquierda, una vez instaurado el reino.
El móvil de la recompensa
No es raro encontrar, en la actitud del hombre religioso, el móvil que está entretejido en la relación que lo vincula a su Señor, a saber, el móvil de la recompensa. Creo que puedo afirmar con casi absoluta certeza que una de las características de las primeras etapas del camino de fe es justo esta actitud: esto lo hago porque así el Señor me premiará y esta otra cosa no la hago, así evito el castigo. El problema es que a veces esta dinámica no queda relegada a los primeros pasos de la vida de fe, sino que queda allí como dinámica de fondo, estropeando la autenticidad más profunda de esta relación, es decir, la gratuidad.
Un auténtico camino de fe implica haber entendido que nada de lo que tenemos y somos es totalmente conquista nuestra, fruto de los méritos del creyente. Con esto no se quiere hacer pasar la idea de que el ser humano no vale nada, en cuanto pecador, sino que se quiere afirmar que nacemos, vivimos y morimos dentro de una red de relaciones. Esta red de relaciones no nos permite vernos como islas autosuficientes, sino como partes de un todo del que recibimos lo que somos. Y lo que somos y tenemos es fruto de este continuo flujo de recepción y don.
La lógica del don, como el fondo de la vida
Cuanto más abro mi ser a esta logica del don, porque hago mía esta dinámica y dono lo que recibo, más recibiré. Este recibir no es otra cosa que un lento y continuo transformarme en un ser humano pleno y maduro, totalmente humano porque transfigurado por lo divino. Si quiero formar parte de esta lógica partendo de la base que voy a sacar provecho y satisfacer mis intereses particulares, entonces estaré perdiendo el tiempo, porque no podré unirme a esta fuente que eternamente dona, y que llamamos Dios.
La parábola es clara en este sentido: Dios es el dueño de la viña, aquel que sale al encuentro, que va en busca de “trabajadores”, gente dispuesta a entregarse a esta lógica del don. No solamente sale por la mañana temprano, sino a lo largo de todo el día, buscando sin parar, con el fin de satisfacer los anhelos más profundos de sus hijos. El don es continuo y no puntual y está disponible para todos, sin excepción.
La mirada muy pobre desde el paradigma del interés
Desafortunadamente, son los mismos trabajadores, los creyentes, que estropeamos esa refinada y maravillosa lógica divina. Después de haber terminado el trabajo, algunos se quejan, los primeros, porque los últimos han sido tratados de la misma forma que ellos, recibiendo todos el mismo salario, un denario. Pero, ¿qué es este salario sino el símbolo con el que se reconoce la dignidad de la persona (el trabajador) y se promociona su libertad, para que el trabajador no caiga en la falta de medios para vivir y proveer a sus queridos.
Acaso ¿no son el padre y la madre aquellos que se preocupan para que sus hijos, sin excepción, tengan todo lo necesario para tener una vida digna y feliz? ¿O hacen diferencias, favoreciendo unos más que otros? Los hijos, sin embargo, miran desde su punto de vista pequeño, parcial, incompleto. Algunos creen merecerse más, porque han trabajado más, perdiendo de vista que en la relación entre hermanos, entre humanos y con los padres no puede funcionar la lógica del interés. La codicia, el egoismo, la competitividad no tienen cabida en la familia y cuando se deja que entren, los lazos familiares empiezan a deshacerse.
Cuando la religión divide en lugar de unir
Y es así que la parábola nos desvela una tragica verdad: por un lado tenemos a un Padre que es pura entrega de sí mismo; por otro lado encontramos a aquellos que reciben el don del Padre y lo usan como instrumento para separarse de los demás.
En tiempos de Mateo, los primeros trabajadores que se quejan por tener el mismo salario que los últimos son los miembros del pueblo elegido, los judíos que no comprenden cómo puede ser que este Dios conceda la misma salvación también a los paganos, que no pertenecen al grupo de los circuncidados. Luego llega el tiempo de la Iglesia y, con ella, la idea de que solo los que forman parte de ella están salvados. Es la misma codicia espiritual, que pasa del nivel individual al plano colectivo.
La lógica del don como lógica de salvación
Sin embargo, la lógica del Padre es la lógica del don, que no funciona según dinámicas de méritos, recompensas y exclusividad, sino que mira a atraer a todos, sin distinción, con un amor gratuito y sin fin.
Aquellos que hemos experimentado todo esto no estamos llamados a cerrarnos en un grupito de elite sino que, como los sarmientos con la vid, solo unidos en esta lógica del don gratuito podemos crecer como hijos, a imagen y semejanza del Padre. Porque solo el amor auténtico contagia y atrae; todo lo demás que quiere parecerse al amor y, sin embargo, está movido por envidia, intereses personales y codicia solo estropean las relaciones y sabotean esta lógica del don que llevamos inscrita en nuestras identidades de hijos.
Conclusión
Nuestras raíces bíblicas nos enseñan que todo ser humano lleva la huella de su creador, porque estamos hechos a su imagen y semejanza. También la espiritualidad oriental nos recuerda el mismo mensaje. De hecho, el saludo “namaste”, significa “me inclino ante ti”, en referencia a lo divino que está en cada uno de nosotros. Vivimos, sin embargo, en una cultura que enaltece la competitividad, la desconfianza en el otro, la eficacia y la satisfacción personales.
Las lecturas de este domingo, sin embargo, van en dirección opuesta. Nos recuerdan la necesidad de ir más allá de lo sensible y entrar en otra óptica, donde el otro no es una molestia, alguien que me “quita lo mío” sino una oportunidad para conocerme, para sanar mi afán de poseer y satisfacer mi yo, un camino de liberación hacia esta lógica del don que está inscrita en el ADN de la vida misma, lo que nosotros cristianos llamamos Dios.
Is 55, 6-9: Mis planes no son vuestros planes.
Salmo 144: R/. Cerca está el Señor de los que lo invocan.
Flp 1,20c-24.27a: Para mí la vida es Cristo.
Mt 20,1-16: ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
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