La libertad – XIII Domingo T.O. Año C
1 Re 19,16b.19-21: Eliseo se levantó y siguió a Elías.
Sal 15,1-2a.5.7-8.9-10.11: Tú eres, Señor, el lote de mi heredad.
Gal 5,1.13-18: Habéis sido llamados a la libertad.
Lc 9,51-62: Tomó la decisión de ir a Jerusalén. Te seguiré adondequiera que vaya.
No siempre las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento para la celebración eucarística encajan bien entre si, pero este domingo hay una conexión profunda, así que vamos a verlo.
Elías comprende que se acerca su final y alguien tendrá que seguir con el trabajo que él había empezado, ser profeta, voz de Dios en medio de su pueblo. Entonces parte, encuentra a Eliseo y lo escoge como sucesor. Éste comprende las intenciones de Elías, abandona lo que estaba haciendo y le sigue.
La primera lectura es clara: el hombre de Dios, el profeta que representa a cada uno de nosotros, tiene que saber pararse y discernir lo que es su misión. El proceso es largo y dura toda la vida, pero conforme va consiguiendo más luz y comprensión, el creyente responde a esta llamada, hace uso de su libertad, parte, dejando lo que es el conjunto de cosas, personas, mentalidades, paradigmas, planes que representaban hasta ahora su seguridad. No se trata de abandonar todo como una huida, sino más bien de un cambiar de ruta cuando se comprende que lo que estamos haciendo hasta ahora no nos lleva hacia el sentido pleno que cada ser humano busca y anhela encontrar. Es bonito ver como en la dinámica de este relato, la libertad que muestra Elías está profundamente conectada con la otra libertad de Eliseo que podía haber rechazado el plan del primero para seguir con su vida. Pero volveré sobre este punto en el evangelio.
En el texto de Lucas, encontramos una dinámica muy parecida. También Jesús, como Elías, comprende que su final está cerca y parte, toma la decisión de ir a Jerusalén y seguir con su misión de anunciar el Reino. Pero aquí el relato nos presenta a distintos personajes que dan respuestas diferentes. Los samaritanos no reciben de buen gusto a estos viajeros que van a Jerusalén, porque son judíos y con ellos no se llevan bien. Es la libertad que los samaritanos usan para rechazar a aquellos que piensan de forma diferente de ellos y/o, a nivel más general, es el rechazo del otro por ser distinto por sexo, religión, etnia, ideología.
¿Como responder a este rechazo? Santiago y Juan lo tienen claro: «aniquilémoslos Señor y así se enterarán”.
Al rechazo de unos, se responde con el rechazo de otros. Es un uso de la libertad para imponer, hacer violencia, doblegar a los demás para que hagan lo que yo quiero. Estas dos libertades se oponen a la relación, no crean puentes y, más bien, están al servicio de la división, son diabólicas. Ésta es la via que lleva al rencor, a la envidia, al enfrentamiento, a la guerra. Es el mal uso de la libertad a servicio del ego, de las pasiones que nos habitan y que terminan tomando el control. Creo ser libre, mientras en realidad soy prisionero de mismo.
¿Cuál es, entonces, la libertad que propone Jesús? Porque ella no es la simple capacidad de decidir: “Te seguiré…pero déjame primero ir a enterrar a mi padre o a despedirme de mi familia”, como dicen algunos personajes que se encuentran con Jesús. Su propuesta, sin embargo, implica la capacidad de abrirme a la novedad en mi vida, dejando atrás la nostalgia por los tiempos que fueron, así como mis esquemas, mis proyectos y todos los demás “mis”, que se resumen en la búsqueda de la satisfacción personal, en el egocentrismo, en mantener a salvo mis intereses.
No hay nada malo en la satisfacción personal, pero si actuó sol desde mi ego, entonces mi libertad no es plena; de hecho, la libertad no es el fin de nuestros actos, sino que es una herramienta a disposición para el bien y el crecimiento de mi mismo, del otro y de esta relación.
Es lo que dice Pablo a los Gálatas: “Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud”. Todo lo que entorpece nuestra capacidad de entrar en relación con los demás y no nos permite actuar para el bien del que me está cerca, es yugo de esclavitud. Sin embargo, Jesús nos llama a la libertad, que es la capacidad de deshacernos de esta mochila que nos arrastra y encorva hacia nuestro ombligo, para ponernos rectos, firmes, resucitados. Esto nos permitirá dar aliento al compañero de viaje con una sonrisa, una caricia, una palabra, un silencio, con nuestra presencia, pequeños milagros que ayudarán a que otros también puedan lentamente levantarse de su situación de dificultad para volver a vivir.
Esta es la libertad a la que nos llama Jesús. Una libertad como la de Eliseo que vuelve para usar sus bienes y dar de comer al pueblo, imagen que nos dice que conforme crecemos en libertad y madurez, más podremos darnos a los demás, haciéndonos alimento (eucaristía, cuerpo de Cristo) para quien lo necesite. Una libertad, entonces, que nos transforma en lo que estamos llamados a ser desde el principio: cuidar y cultivar el Edén que cada uno recibe, cuidando de los demás y de las relaciones que nacen por el hecho de que todos estamos interconectados. Nadie puede llegar a ser en plenitud sin la ayuda de nadie, sin contar con nadie y pasando de los demás.
Deseo para todos nosotros, entonces, que podamos entrar en esta dinámica de silencio que nos permite descubrir nuestra misión y poder ser cuidadores del Edén que se nos confía, para dejarnos cultivar y ayudar a otros para que cultiven en su vida los exquisitos frutos del Espíritu.
Feliz domingo de la libertad.