La justicia de Dios – XXIX Domingo T.O. Año C
¿Malos y buenos?
Las lecturas de este domingo son muy particulares. En la primera, cogida del libro del Éxodo, se nos dice que Dios asiste a su pueblo a través del bastón que Moisés lleva en su mano y que le permite vencer contro Amalec y su gente. Este relato parece recordarnos que podemos vencer a los enemigos solo si tenemos a Dios a nuestro lado, permaneciendo en alianza con Él.
No hace falta recorrer a la ayuda de la imaginación para sacar consecuencias nefastas con respeto a esta afirmación. Toda guerra “santa” se ha fundamentado sobre esta idea: un ser humano, un pueblo se cree a si mismo como aquel que posee la verdad revelada, el pueblo fiel de Dios, y se siente llamado a luchar contra aquellos que son identificados como los enemigos de Dios, porque tienen otro punto de vista y otra forma de actuar. Si a esto le añadimos la frase final del relato del evangelio de Lucas, todo parece encajar a la perfección: “Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él”.
La consecuencia de esta lectura literal es que Dios está a favor de los buenos (los que escuchan su voz) y se opone a los malos (aquellos que van contra los buenos).
El problema, aquí, es el significado que damos a ciertas palabras y expresiones: por ejemplo, ¿qué significa “vencer a los enemigos” y “quiénes son estos enemigos”? Más preguntas: ¿Qué es “la justicia de Dios” y “quiénes son sus elegidos”? Desde luego, la parábola de Jesús, sobre el juez injusto y la viuda parece avalar esta visión de la realidad como una contienda, en la que por un lado estamos nosotros, los buenos, los elegidos, los que seguimos y adoramos al verdadero Dios y que clamamos ante él para que nos haga justicia; por otro lado están los malos, los que reniegan de Dios y de su palabra, que Dios condena y esto se demostrará porque Él hará justicia y ellos tendrán su merecido.
Algunos lectores se estarán riendo por estas reflexiones, pero me temo que muchos aún piensan de esta forma. Si queréis comprobarlo, mirad algunos comentarios en las redes sociales y veréis que no voy tan desencaminado.
La justicia de Dios
El Dios del que Jesús habla, sin embargo, no es el Padre “mio”, sino el “Padre nuestro”. En otras palabras, Jesús nos recuerda que Dios es Amor que se da a todos, sin condiciones y méritos, para los que se esfuerzan como para aquellos que actúan de forma opuesta, queriendo y sin querer. En este sentido, entonces, la justicia de Dios no ha de entenderse como aquel conjunto de “actuaciones” que Dios toma para castigar y premiar. Con justicia de Dios nos referimos al plan de Dios para la humanidad, un plan de bien pensado para todos y que espera la respuesta libre y positiva de todos.
Esto nos debería ayudar a comprender que la Iglesia es comunidad abierta a todos, una comunidad que no excluye, sino que tiene que ser capaz de incluir sanos y enfermos, santos y pecadores, porque todos tenemos elementos que sanar y curar y nadie está exento de vicios y caídas.
Una atenta y profunda mirada interior hacia nosotros y hacia el Evangelio o Buena noticia de Jesús nos haría entender que tenemos que dejar de separar y dividir la realidad en frentes opuestos y que tenemos que dejar de pensarnos detentores de la verdad, porque ella no es propiedad de nadie y está para todos. Todos somos hijos de Dios; todos somos templo del Espíritu. Esta condición es universal, mientras que la diferencia radica en la capacidad de ser consciente de ello.
Caminar juntos
Más que llenarnos de orgullo y presunción, por creernos en lo justo y entre los buenos, el camino es más bien de humildad y vaciamiento de si mismo, como el mismo Jesús que no hizo alarde de su condición divina y se despojó de su grandeza para hacerse como nosotros (cf. Fil 2, 6-7).
Por esta razón, ruego para nosotros, que nos decimos cristianos; que aprendamos a ser más humildes, colaborando juntos para esta justicia de Dios que es el plan de bien o Reino de Dios que hay construir en comunión, en el respeto de las diversidades y en diálogo con todos los no bautizados, ellos también capaces de hablar con el soplo del Espíritu.
Ex 17,8-13: Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel.
Sal 120: R/. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
2 Tim 3,14–4,2: El hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.
Lc 18,1-8: Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él.