La interioridad como cimiento de la existencia – XXII Domingo T.O. Año B
Creer es crecer
El evangelio de este domingo nos pone frente a dos actitudes religiosas, que nos hacen plantear algunas cuestiones a la hora de vivir el cristianismo: ¿Qué es la fe? ¿Qué es la religión? ¿A lo mejor un sistema de creencias, un conjunto de doctrinas, una serie de normas morales que seguir?
Religión y fe, de hecho, se ven atravesadas por las mismas dinámicas de toda experiencia humana. Por ejemplo, puedo estudiar para sacar buenas notas o mostrar que valgo a los ojos de los demás (ambas opciones posibles) y puedo estudiar para aprender y ser mejor.
Cualquier experiencia que vivimos la podemos realizar como algo externo a nosotros, como algo que cumplir, algo que hacer también, ¿por que no?, de cara a la galería o porque así nos han enseñado y también podemos vivirla en su sentido más profundo y auténtico, como algo que nos toca por dentro, que nos aporta, nos enseña y nos transforma. ¿Hacer para mostrarnos o hacer para crecer?
La interioridad como centro y lugar de la persona
Estas dinámicas, como decía antes, también se presentan en nuestra vivencia de fe. Podemos rezar, ir a misa, ayudar en nuestras comunidades y tantos otros hechos que cada uno puede añadir, pero lo que realmente importa no es tanto lo que hacemos, sino desde dónde lo hacemos.
En otras palabras, tenemos que preguntarnos el por qué de las cosas que hacemos, la razón, el motivo que nos empuja a hacer algo, esto en lugar de aquello. En el evangelio, los fariseos se quejan de que los discípulos de Jesús no se lavan las manos antes de comer. Eso porque el lavarse las manos era la señal exterior de una limpieza interior, de una interioridad sana.
Es esta interioridad sana, entonces, la que Jesús quiere reafirmar, no tanto con gestos exteriores, sino como centro de la vida espiritual de todo creyente. Dicho de otra forma, es nuestra relación con el mundo, con las cosas, con las personas, con nosotros mismos, es esto en lo que hay que invertir, porque es desde dentro que sale aquella energía positiva que crea relaciones o, en cambio, una energía negativa y tóxica, que estropea cualquier posibilidad de éxito y de crecimiento en nuestras vivencias.
La interioridad, cimiento de nuestra existencia
Es nuestra interioridad, entonces, el centro, el fulcro de nuestra existencia, porque es desde allí que podemos sacar lo mejor de nosotros o nuestra peor versión. Por consiguiente, es en nuestra interioridad que debemos invertir nuestro tiempo y recursos, así como en la construcción de una casa se invierte tiempo y recursos en crear unos sólidos cimientos, porque de lo contrario el futuro de esa casa va a ser incierto e inestable, aunque tenga una fachada preciosa y esté decorada de maravilla.
Trabajar la interioridad en nuestras comunidades
Como comunidad, entonces, tenemos que plantearnos una cuestión fundamental: en nuestros planes y proyectos pastorales, para niños, jóvenes, adultos, mayores ¿qué protagonismo damos a la interioridad? El riesgo es que las devociones y los sacramentos terminen siendo como el gesto de las manos lavadas del evangelios, a saber, un gesto exterior que no tiene conexión interior y profunda con la experiencia de la persona que lo está viviendo.
La prueba la tenemos en el descenso cada vez más numeroso de los creyentes, ya nos solo los adultos, sino también de los más jóvenes que suelen dejar de frecuentar los ambientes parroquiales justo después de la Primera Comunión.
Conclusión
Una de nuestras metas, entonces, sería la de redescubrir que el camino de fe y la experiencia religiosa implican una profunda experiencia de interioridad, de crecimiento personal integral, porque la buena nueva no es recordar que un día Dios se hizo como nosotros mostrarnos su amor cercano e incondicional, sino para recordar que todos los días él está en nosotros para que podamos liberarnos de aquellos obstáculos que impiden nuestro crecimiento y así poder expresar en plenitud lo divino que habita en nosotros.