La disponibilidad que salva – XXX Domingo T.O. Año B

La disponibilidad que salva – XXX Domingo T.O. Año B

Los ciegos ayudan al ciego, porque aquí nadie se salva solo, nadie crece independientemente de los demás, sino que la liberación es un juego de relaciones que sanan.

La disponibilidad del discípulo según Marcos

El evangelista Marcos es un fino artesano a la hora de escribir y hilar las historias que va narrando. Llevamos algunas semanas con el capítulo 10 de su Evangelio, y hemos pasado por varios protagonistas: el joven rico, Juan y Santiago, y ahora el ciego Bartimeo. Ellos representan tres formas de buscar a Jesús, tres maneras de mostrar la disponibilidad a su persona y tres modos de responder a su llamada.

El joven rico: disponibilidad limitada

Ya vimos al joven rico hace tres semanas. Él se mueve, va hacia Jesús y está interesado en alcanzar la vida eterna. Sin embargo, en el camino de la fe hay diferentes etapas, como en cualquier fase de la vida. En una primera etapa, nos situamos nosotros en el centro, buscando todas las maneras de ser fieles a Dios, cumpliendo lo que sería el camino trazado por la religión: prácticas, devociones, oraciones, sacramentos, sacrificios, mandamientos. Aquí soy yo quien se esfuerza.

Sin embargo, esta etapa debe dejar espacio a otra, en la que no se nos pide más esfuerzo, sino abandono: dejarse moldear y transformar por el Espíritu, confiar y permitirse ser conducido, reconociéndose unido como el sarmiento a la vid. Tomamos conciencia de que siempre hemos estado viviendo en la casa del Padre, y que no se trata de merecer, sino de contemplar, de ver, de descubrirse uno con Dios.

Juan y Santiago: disponibilidad desviada

El joven rico, interesado en la vida eterna, no quiere abandonar sus riquezas, tanto materiales como espirituales, y su disponibilidad para seguir a Cristo se queda a medias. Entonces, Marcos nos relata la historia de Juan y Santiago. Ellos, junto con los demás, lo han dejado todo, como Pedro había afirmado pocos versículos antes. Sin embargo, la pregunta es: ¿de verdad lo han dejado todo?

Solo en parte, porque aunque han dejado la familia, la casa, y las riquezas, ahora buscan prestigio, los primeros puestos y el poder. De esta forma, Marcos nos recuerda que nadie está a salvo de estas tentaciones, y que formar parte del grupo de Jesús no garantiza estar exento de desviaciones en el amor y el servicio.

Hasta ahora, Marcos nos ha presentado dos anti-ejemplos: el primero, que no forma parte de la comunidad de Jesús; y el segundo, que representa el núcleo duro del grupo del Nazareno.

Bartimeo: el auténtico discípulo

En este punto, Marcos quiere mostrar a su comunidad el verdadero discípulo en la persona de Bartimeo. Este no tiene ninguna riqueza, salvo un manto que le sirve para cubrirse. No puede aspirar a lugares de prestigio, porque es un miserable, un excluido de la sociedad, sentado al borde del camino pidiendo limosna.

Él no sabe de puestos de honor, no trabaja conceptos como la vida eterna o los preceptos de la religión, y además está inmóvil, sentado, consciente de su lugar (al borde, al margen), de su debilidad (ciego) y de su origen/pequeñez (sentado, en contacto con la tierra, el humus).

Bartimeo, que sabe que no sabe, sin embargo, conoce lo necesario y da lo que tiene: su disponibilidad. Reconoce que en Jesús hay una fuerza poco común, una vitalidad que lo atrae y que puede transformar su vida. No lo tiene fácil: no ve, y la gente lo considera un don nadie, tanto que le manda callar.

Una disponibilidad trabajada

Marcos, sin embargo, nos muestra sus características: es luchador y persistente. Al descubrir que Jesús está cerca, no se deja callar por la multitud y grita más fuerte. La vida le ha dado muchos reveses, pero él no desiste, persevera y sigue adelante, hasta que vence la resistencia de la gente, que ahora lo invita a levantarse.

La disponibilidad de Bartimeo hacia Jesús es tal que da un salto, soltando el manto, el único objeto que le pertenece, todo para acercarse a él. ¿Qué pide? No quiere la vida eterna ni puestos de honor, sino volver a sentirse integrado, parte de una comunidad, sentirse en casa, aceptado y querido; volver a ver. Y Jesús parece ser el único que lo acoge tal como es.

¿Salvación?

¿Qué es lo que salva o cura a Bartimeo? Marcos nos dice que ha sido su fe. Lo ha salvado su capacidad de sobrellevar las dificultades, de no desanimarse frente a los obstáculos de la sociedad (el borde del camino y la hostilidad de la gente), y su disponibilidad y apertura a la relación con aquel que lo quiere sacar de los márgenes para crear junto a él una comunidad, una red de relaciones en el amor.

Aquí entendemos que la salvación es liberación de aquello que nos ata y nos aprisiona: todo lo que es posesión y deseo, material o espiritual (el joven rico y los hijos del trueno), mientras que Bartimeo es el discípulo que no quiere nada más que la sabiduría, ver, abandonando con confianza lo último que posee (el manto) para completar su transformación.

Conclusión

Marcos, este domingo entonces, nos invita a preguntarnos si somos una comunidad que acoge y crea relaciones auténticas, no interesadas en el dinero, el prestigio, la fama o los reflectores, sino interesadas en las personas, de tal forma que, así como ya nos sentimos dentro, en la casa del Padre, también podamos hacer que otros nuevos miembros experimenten la misma sensación de acogida y aceptación.

La pregunta es: ¿A qué nivel se encuentra nuestra disponibilidad para dejarnos transformar y ayudar también a otros en esta transformación? Porque, en mi opinión, Marcos nos quiere llevar a esta reflexión, para que no seamos como el joven rico, ni tampoco como los hijos del trueno o la gente que manda callar a Bartimeo, sino que tomamos ejemplo de este último y de aquellos que, finalmente, lo han invitado a levantarse para encontrarse con Cristo y ser una comunidad en camino, sedienta de la verdadera sabiduría.

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