La corrección fraterna – XXIII Domingo T.O. Año A
La reconciliación, el contexto de la corrección fraterna
Es interesante subrayar que el evangelio de este domingo se encuentra entre dos textos que hablan del perdón: el primero (Mt 18,10-14) es conocido como la parábola de la oveja perdida, mientras que el secundo nos habla del perdón ilimitado (setenta veces siete) y termina con la parábola del siervo despiadado (Mt, 18, 23-35).
El contexto, entonces, nos permitirá comprender mejor el sentido del texto de Mateo de este domingo; este último parece ser un conjunto de recomendaciones dirigidas a la comunidad si se presenta el caso de algún hermano que peca y cómo tienen que reaccionar los cristianos frente a este hecho.
En efecto, Mateo recuerda a la comunidad que el Padre no quiere que nadie se pierda y está dispuesto a dejar las noventa y nueve ovejas con el fin de que la descarriada vuelva al redil. De la misma forma es necesario que actúe la Iglesia.
La corrección fraterna
Un hermano que se aleja, que peca, rompe los lazos de hermandad que existen en ella, porque todos estamos interconectados. La Iglesia, de hecho, es como un cuerpo y lo que pasa a un miembro afecta a todos los demás y al normal desarrollo del cuerpo entero. Si un miembro dijera: “que importa lo que le pasa al otro, yo estoy bien”, el cuerpo terminaría por estar cada vez peor. Sin embargo, las dinámicas de interdependencia internas a un organismo vivo permiten que al fallar un elemento, los demás intentan compensar y activar programas de curación.
De la misma manera, esto es lo que nos recuerda Mateo: si alguien rompe esta hermandad dentro de la Iglesia, todos estamos llamados a ponernos las pilas, a nivel personal y comunitario, de forma privada y luego buscando soluciones como grupo. No se trata de perdonar, porque aquí no se habla de ofensas hecha de parte de un hermano a otro, sino de corrección fraterna.
El primato de la caridad
Si la Iglesia es la comunidad de creyentes que buscan vivir los valores del Reino, entonces el primato es el de la caridad. Tomarse en serio el bienestar del prójimo, del hermano, significa buscar la manera de decir la verdad con caridad, sin juzgar, sin condenar, sin agredir, sin dividir. Solo si nos sentimos acogidos, tal como somos, entonces estaremos dispuestos a escuchar y, porque no, reconfigurar nuestra ruta.
Pero que difícil, como Iglesia, como cristianos, vivir estos valores del Reino. Corregir sin juzgar, sin condenar, sin reprochar, sin sentirnos superiores; solo es posible si hemos decidido no defendernos, porque no nos sentimos heridos o involucrados en mantener unos ideales que nos definen y que, si atacados, nos ponen en entredicho. Porque la corrección fraterna significa cuidar del otro y, entonces, del “nosotros” eclesial. Sin embargo, si se parte del cuidado de nuestros intereses, la corrección fraterna termina fracasando, porque ya no estamos pensando en el bien del prójimo, sino del nuestro.
¿Cómo vivimos la corrección fraterna?
En nuestras dinámicas eclesiales y en nuestra vida diaria tendríamos que preguntarnos hasta qué punto nuestra corrección fraterna es coherente con el Evangelio. Iluminan las palabras de Pablo a los Romanos: “A nadie le debáis nada, más que amor, […] porque amar es el cumplir la ley entera. Y Mateo lo evidencia con otras palabras, es decir, que si tu hermano peca y no hace caso ni a ti, ni a la mediación de otros ni a la comunidad, “considéralo como un gentil o un publicano”. Con ello, el evangelista aconseja volver a reconstruir desde cero la relación rota, lejos de actitudes paternalistas, sino con el amor del Padre que va en busca de la oveja descarriada, del Hijo, amigo de los publicanos y pecadores y del Espíritu que, desde los comienzos, había empujado a las comunidades a moverse hacia los gentiles.
El poder de una comunidad unida
Mateo es consciente del poder que puede tener la comunidad si sus miembros se mantienen unidos por lazos de amor y sus consejos (la corrección fraterna) estás orientados a fomentar esta com-unión. Nada podrá resistírsele a aquel grupo que, unido por y para el bien, quiere conseguir algo; hasta el Padre no se quedará indiferente.
Conclusión
La finalidad de la corrección fraterna, entonces, no puede ser la de hacernos más observantes, más rígidos y escrupulosos en seguir ciertas prácticas, sino en crecer en espíritu crítico y en profundizar en nuestra conciencia para aprender a averiguar lo que es bueno al fin de desarrollarnos de forma integral. Ello implica, también, aprender a ser más tolerantes con nuestras debilidades y las de los demás. No significa tolerar nuestras debilidades, sino darnos tiempo y ser pacientes con nuestras limitaciones, sabiendo que no todo madura según nuestros criterios temporales.
Si el Hijo del hombre ha venido para ensanchar la puerta del perdón y de la comunión Dios-hermanos, su comunidad no podrá que dar muestras concretas del carácter misericordioso e inclusivo de aquel Dios que profesa como Padre.
Post scriptum
La comunidad es por naturaleza plural y variada y no puede reducirse a la uniformidad. Esto nos debe hacer reflexionar todas las veces que partimos de la idea de que nuestro punto de vista (o el del grupo) es el correcto y el del otro (que peca) es el equivocado. El respeto, el diálogo, el conversar (caminar junto) son siempre superiores a cualquier principio que queremos imponer/defender y que muchas veces nos hace caer en el moralismo o en el legalismo. Aquí no se niega la importancia de la verdad, pero ésta debe ir siempre precedida de la caridad y de la gradualidad.
Ez 33,7-9: Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre.
Salmo 94: R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Rm 13,8-10: La plenitud de la ley es el amor.
Mt 18,15-20: Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
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