La conversión como camino – III Domingo T.O. Año B
Profundicemos en ciertos términos
Las lecturas de este domingo ponen en relación el profeta Jonás con Jesús. A ambos se les describe anunciando, a ambos se le representa hablando de conversión, de plazos límites y de la necesidad de creer. Pero, para no caer en fáciles equivocaciones, vamos a analizar ciertos elementos fundamentales, cuales son la “conversión”, estos “plazos” que se están cumpliendo y qué significa “creer”.
Hago estas premisas para ponernos en alerta; de hecho, muchos entre los cristianos siguen pensando que la salvación es creer en todo lo que está escrito en la Biblia, en todo lo que dice el Magisterio, es asentir totalmente a lo que es la fe católica, en no dejar espacio a las dudas, es proclamar que Jesucristo es nuestro salvador y que es en la Iglesia católica, apostólica y romana que el ser humano puede encontrar la salvación.
Las cosas, sin embargo y en mi opinión, no son tan sencillas como acabo de exponer. No hay garantías y formulas exactas que me aseguren una “victoria”, la vida eterna, sino que cada uno está llamado, en unión con los demás, a buscar ese camino, su camino, que le permita crecer en humanidad, sacando el talento que tiene dentro, ese Espíritu que late dentro de uno mismo y está empujando para salir y brotar.
La conversión en Jonás
Entonces, empecemos por el tema de la conversión. Jonás nos habla de un anuncio de destrucción: si Nínive no cambia su actitud, su final está ya escrito, dentro de cuarenta días. Desde una cierta perspectiva, se está forzando al cambio presionando en lo que son las emociones y sentimientos, como puede hacer un padre y una madre con un hijo que no parece querer escuchar sus indicaciones. La solución es pasar a las amenazas y a los castigos. De esta forma, sin querer o queriendo, estamos construyendo la imagen de un Dios vengativo, justiciero, que castiga las faltas del pueblo. Por miedo a lo que pueda pasar, entonces, mejor convertirse, escuchar el anuncio y hacer lo que me digan. Sin embargo estamos aquí todavía en una etapa infantil, donde yo hago y digo por miedo a, no por atracción.
La conversión en Jesús
Bien distinta es la perspectiva de Jesús. Él también pasa anunciando lo necesaria que es la conversión, él también la presenta como urgente, pero desde otra perspectiva, a saber, el buen anuncio, el evangelio de Dios. Creer es terminar siendo participes del plan de amor de Dios, que nos quiere unidos para crear su reino, en el que somos y nos hacemos hijos de Dios ayudándonos los unos a los otros. Es lo que propone Jesús a Simón y Andrés cuando les dice: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”.
Entrar en la sombra
Con esta propuesta, Jesús está indicando dos cosas: la primera tiene que ver con un camino de trabajo interior. Aquel que cree en él es aquel que decide vencer los obstáculos interiores, que decide no dejarse dominar por la ira, por el miedo, por la venganza, por el odio, a saber, por la sombra. En este camino, la sombra no se anula, no se niega, sino que se entra en ella para conocerla y aceptarla, porque me siento amado tal como soy.
De esta forma y poco a poco, la sombra deja de ocupar nuestra parte incosciente, que es la manera con la que nos sentimos dominados por ella, porque hemos ido haciendo luz sobre ella y ahora somos más conscientes de lo que es y lo que somos, lo que nos constituye y nos puede fortalecer.
Este es, en mi opinión, el camino principal de conversión, que no trata de pasar de una fe a otra, de un credo a otro, porque no estamos hablando de palabras o asentimientos intelectuales, sino de cambios existenciales y profundos. Es aquí que Jesús nos saca del mar en lo que estamos, de esta sombra que nos envilece si no nos encaramos a ella de la forma adecuada, y es un camino que dura toda la vida y en el que podemos adquirir, con el tiempo, cierta experiencia.
Ayudar a otros a brotar a través de la sombra
Pasamos, así, al segundo elemento que esa expresión de Jesús implica: es esta experiencia, en este trabajo interior, también conocido como conversión, que entonces nos descubrimos pescadores de hombres, a saber, capacitados para ayudar a otros a que emprendan el mismo camino que estamos haciendo nosotros. De esta forma, comprendemos que tener fe es darse cuenta de que dentro tenemos un gran tesoro que nos ha sido regalado, lo que nos hace hijo de Dios, lo que somos, y que es a través de esta sombra que podemos encontrar la verdadera luz que nos plenifica, que nos humaniza, que nos salva.
En otras palabras, la verdadera fe no tiene tanto que ver con dogmas y formulaciones teológicas, sino con una experiencia en la que me encuentro con Jesús y descubro que el camino que me ofrece es aquel que me llama a la libertad y al amor, a la unión y a la fraternidad, a la paz y a la verdad. El plazo, obviamente, es la vida que tenemos y la conversión es fruto de esta atracción, de un camino que se pone en sintonia conmigo y con mis necesidades más profundas.
Conclusión
Todos los días, entonces, tenemos una nueva oportunidad para empezar desde cero, con más ganas y más confianza, con más humildad y más asombro, en la certeza de que la llamada de Jesús no está orientada a que sepamos el catecismo y a que creamos de esta forma en él. De hecho, también los espíritus inmundos en los evangelios proclaman a Jesús como hijo de Dios. Lo que constituye a un creyente no es el afirmar “Señor, Señor”, sino el atreverse a caminar con él, en el vaciamiento del ego, en el descenso en la sombra, en el abandono en sus manos, sabiendo que nada de lo que nos pasa nos daña de verdad, porque desde la perspectiva divina, todo puede servir de palanca para ser más humanos, más unidos con él y con todo lo que nos rodea.
Jon 3,1-5.10: Los ninivitas habían abandonado el mal camino.
Sal 24: R/. Señor, enséñame tus caminos.
1 Cor 7,29-31: La representación de este mundo se termina.
Mc 1,14-20: Convertíos y creed en el Evangelio.
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