La ceguera – IV Domingo Cuaresma Año A

La ceguera – IV Domingo Cuaresma Año A

Una mirada hacia atrás

La semana pasada estábamos viendo como las lecturas de cuaresma encontradas hasta ahora nos llevan de la mano para comprender cuál es nuestro camino de discípulos: es necesario cruzar por nuestras sombras, nuestras zonas oscuras, aquellas que solemos también llamar como el pecado y la tensión que esto conlleva en nuestras vidas. Era el domingo de las tentaciones, la via purgativa. El segundo domingo nos hemos encontrado con la via iluminativa: en el monte Tabor Pedro se da cuenta de que el Jesús que cree conocer no coincide con lo que él es. Se ha hecho una imagen equivocada de él y esto necesita de un actitud de acogida por parte del creyente, para hacer espacio al Indisponible que quiere entrar en su vida, el Espíritu.

La vida del Espíritu, también representada simbolicamente por el elemento del agua, era el hilo rojo del tercer domingo, el de la samaritana. Ella, acogiendo a Jesús, se deja iluminar por él y se transforma en fuente que da vida. Es la via unitiva, la de los hijos de Dios. Sin embargo, estas tres vías se presentan de forma simultanea en nuestra vida y cada una es condición de posibilidad de la otra y también posibilitada por las otras. A través de mis sombras puedo ver la luz que me une a Dios y esta unión a su vez me ilumina y me permite entrar mejor en mis zonas oscuras. Todo está interconectado.

La ceguera abierta a la vida

Sin embargo, en este cuarto domingo, encontramos un nuevo protagonista, el ciego de nacimiento. La samaritana vivía en un estado de insatisfacción; buscaba un agua que le quitara sus necesidades de ir al pozo con frecuencia. Había tenido varios maridos, cinco como el Pentateuco y como los varios ídolos que nos construimos esperando que nos den felicidad, pero invano. Es la misma situación del ciego de nacimiento. Él está dependiendo de los demás para sobrevivir y está sentado esperando a que le ayuden. Inmóvil, bloqueado, sin poder ver de verdad: es la condición de cada uno de nosotros. De hecho nacemos hombres a mitad, la otra mitad la tenemos que desarrollar con nuestra vida, porque ella no se puede reducir a simple biología.

La ceguera, aquí, es simbólica: el nacer hombres a mitad, no completos, no es una culpa original, sino un hecho natural. Nacemos para y vivimos para salir de nuestra condición, para ser más, para superarnos. Es lo divino que nos habita, que nos mueve y remueve por dentro. Descubrir esta condición y cambiar mentalidad, para vivir en plenitud, es el paso de la ceguera a la visión, de lo aparente a lo real. El cuarto evangelio lo expresa con dos momentos: Jesús coge de la tierra y con su saliva hace del barro (el hombre nuevo, el nuevo Adán) y unge los ojos del ciego; luego le pide que vaya a la piscina de Siloé (que significa “Enviado”) y se lave. 

La ceguera que lleva a la muerte

El lenguaje del cuarto evangelio es bautismal. El ciego de nacimiento no tiene nombre y representa a cada uno de nosotros y a la comunidad entera. Entrar en la dinámica de vida plena de Cristo es dejarse ungir por él, dejarse habitar por el Espíritu que nos hace nuevas criaturas, pasando del ser/vivir a mitad al serlo y vivir por entero.

Este dejarse llevar por la dinámica transformadora y liberadora de Cristo significa abandonar toda resistencia, todo obstáculo, venciendo los miedos: los cinco maridos de la samaritana, los arrebatos de Pedro que quiere parar al maestro, los enfados de los fariseos porque Jesús cura en el día de descanso. Nuestras ideas, nuestros prejuicios y convicciones se trasforman en fanatismo que nos ciega y no nos deja ver la realidad como amor que quiere desplegarse, todos atareados para sobrevivir y defendernos de los demás, encerrados en el miedo al cambio, pensando que la fortaleza que hemos construido nos defenderá.  En esta óptica de ceguera, Dios se transforma en ídolo, el mundo en mi territorio que proteger y el hermano en enemigo que neutralizar.

El bautismo como acceso a una nueva dinámica

Lavarse en la piscina, sin embargo, significa sumergirse en Cristo, el Enviado, que es el significado que el evangelio da al nombre de Siloé. Sumergirse es dejarse rodear, envolver, inundar por la fuerza vital y el dinamismo creativo del Espíritu que quiere desmontar lentamente nuestras convicciones, nuestra rigidez y disolver, con nuestra ayuda, los obstáculos que no nos permiten acceder a una vida nueva, una vida no sentida como un objeto que poseer, sino un don recibido que vislumbra al entregarse a su vez.

Conclusión

Lejos de ser un camino hacia la autoconservación, para quedarse en la ceguera, el auténtico camino cristiano es una opción subversiva, que llama al cambio personal y social, porque nos empuja a repensar nuestra identidad y la autenticidad de las relaciones que nos rodean. Más que ser opio del pueblo, en su versión desviada, ser discípulos de Cristo es sal y pimienta que dan sabor a la vida, viento que hace tensar las velas y mover el barco, un barco que, sin la dinámica de Jesús nos encierra en nuestros intereses y corre el riesgo de estancarse o ir a la deriva.

El sendero trazado por Jesús, sin embargo, es un camino hacia la libertad, que nos lleva de la ceguera a la luz de una nueva forma de ser y vivir en el mundo y con los demás, sin violencia, en el amor y en el respecto de la diversidad, porque el otro no solamente es otra manera de ser yo, sino que es de mi misma familia, es mi hermano.

1 Sam 16,1b.6-7.10-13a: David es ungido rey de Israel.

Sal 22: R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.

Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará.

Jn 9,1.6-9.13-17.34-38: Él fue, se lavó y volvió con vista.

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