La buena noticia – III Domingo de Adviento Año B
La buena noticia a lo largo de la Biblia
El mensaje central de toda las Escrituras es el de mostrar el interés de un Dios que se vuelca hacia su creación, hacia el ser humano y hacia su pueblo. El Dios de la Biblia es un Dios que se desborda, que no se queda quieto en su soledad y perfección, sino que sale de sí mismo y crea vida, cuidando de ella.
Los pactos con Adán y Eva y con Noé
Dios «estipula» unos pactos “universales”, primero con Adán y Eva, a saber, con la humanidad y luego con Noé; ellos son expresión clara en la Biblia de la voluntad de custodiar, velar, vigilar sobre el ser humano, de guiarle hacia su plenitud, de verle feliz y en comunión con sus semejantes y con su entorno, con toda la creación, para que sea capaz de relaciones de amor y no destructivas, a imagen de su Creador.
Los pactos con Abraham y con Moisés
El pacto con Abraham y la Alianza en el Sinaí con Moisés son otras expresiones de un Dios que, a pesar de las múltiples decepciones de un pueblo, Israel, no deja de creer en él, de apostar en él, de sacudirle para que tome conciencia de lo que hace, de como actúa, para que pueda recapacitar y darse otra oportunidad, para no terminar en la noche oscura y tenebrosa de aquellos que han perdido el rumbo y su identidad más profunda.
Esta buena noticia (la de un Dios atento y cuidadoso, que se vuelca) ya está presente en el Antiguo Testamento, como nos confirma el profeta Isaías, en la primera lectura. Todo esto que he escrito hasta ahora se resume en esta frase del profeta: “Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos”.
Jesús, la buena noticia que se hace hombre
Esta buena noticia se hace evidente con Jesús de Nazareth. Su cercanía con los débiles, con los marginados, con los pecadores, con los más necesitados es la expresión humana de la acción divina. Lo confirmará Jesús a Felipe, cuando este último le pedirá que le muestre al Padre: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn 14,9).
Un Dios con los últimos, es decir, con todos
Llegado hasta aquí, quiero reflexionar sobre otro punto. Muchas veces se dice que Dios está con los últimos, con los pobres, con los marginados y parece que esta buena noticia está dirigida prácticamente para ellos. Por consiguiente, parece que estamos dando la imagen de un Dios que hace preferencias entre sus hijos. Sin embargo, sería un error pensar que los últimos son solo aquellos vejados, humillados, marginados. Los últimos ¿no son también aquellos que vejan, que humillan, que marginan? Probablemente no lo serán desde un punto de vista material o social, pero si desde un punto de vista humano, de una humanidad sana y sanadora.
Es por esta razón que la buena noticia lo es para todos y sin distinciones, siempre y cuando estemos dispuestos a dejarnos transformar por dentro por el poder del Evangelio. Esta transformación nos permite estar en comunión con Dios (con la vida que fluye de él y su espíritu que renueva todo) y ver las grandes obras que se cumplen en nuestras vidas (el traje de gala del que estamos revestidos según Isaías o las grandezas que cumple en nosotros según el himno de María recogido por Lucas).
La alegría como distintivo del cristiano
Estas grandes obras, los pequeños milagros cotidianos, son parte de la razón por las que no podemos perder la alegría, como el mismo Pablo recomienda a los Tesalonicenses, y no puede apagarse en nosotros el Espíritu con su don de profecía, aquella capacidad que, desde el amor, nos hace luchar para un mundo más justo, más solidario y más humano, donde crece la paz y disminuyen las desigualdades, a saber, el reino de Dios.
Conclusión
Esta es la buena noticia que ha venido a traernos Jesús, razón por la que ahora estamos viviendo el Adviento y nos preparamos a la Navidad. Esta es la buena noticia que nos llama a ser profetas, hombres y mujeres comprometidos con el presente y el futuro, según el espíritu de Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir. Con esta alegría, unidos, podemos ser transformados y transformar el mundo, llenándolo de colores.
Is 61,1-2a.10-11: Desbordo de gozo en el Señor.
Lc 1,46-50.53-54: R/. Me alegro con mi Dios.
1Tes 5,16-24: Que vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga hasta la venida del Señor.
Jn 1,6-8.19-28: En medio de vosotros hay uno que no conocéis.