Jesús y el sordo – XXIII Domingo T.O. Año B

Jesús y el sordo – XXIII Domingo T.O. Año B

El sordo hoy y ayer

El evangelio de este domingo nos presenta un sordo que tampoco puede hablar. ¿Qué significa esto para los tiempos de Jesús? De hecho, no podemos entender la portada de lo que está pasando en el evangelio si pensamos en un sordo o un mudo de hoy en día. 

Sin restarle importancia a la situación, desde luego, al día de hoy disponemos de una sensibilidad y unos avances que antiguamente no existían. Aunque nunca podemos decirnos satisfechos en relación a lo que se puede mejorar individual y socialmente de cara a la sordera y al mutismo, sin embargo, podemos decir que hoy en día con el lenguaje de los signos, la tecnología y una cultura más sensible hacia las personas con diversidad funcional, se busca crear un ambiente de inclusión y más proyectos de participación.

Nada de esto se puede trasladar a la época de Jesús. El sordo y el mudo son parias, excluidos. Dice el libro de Proverbios: Hijo mío, si aceptas mis palabras, si quieres conservar mis consejos, si prestas oído a la sabiduría y abres tu mente a la prudencia; si haces venir a la inteligencia y llamas junto a ti a la prudencia; si la procuras igual que el dinero y la buscas lo mismo que un tesoro, comprenderás lo que es temer al Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios (2,1-5).

El sordo, maldito por Dios

El sordo no puede escuchar la Palabra de Dios, la historia de salvación que él ha realizado para con su pueblo y tampoco puede anunciarla y transmitirla. El sordo es un maldito, porque no puede escuchar lo que Dios quiere decirle, la sabiduría que abriría su mente y le llevaría a acogerle en su corazón.

Varios tipos de sordera y efectos

La sordera, además, no simplemente puede aislarte de los sonidos exteriores, sino que puede ser interior. Uno puede ser sordo a lo que el mundo que le rodea le está pidiendo. Puede ser sordo como sinónimo de egoista y narcisista, de aquel que solo está interesado en sí mismo y no presta atención a las necesidades de los demás.

También uno puede ser sordo a su mundo interior. Sí, porque nuestras emociones, nuestro cuerpo, nuestro pasado nos hablan y si no sabemos escuchar estas señales no nos entendemos en profundidad y no conocemos nuestra verdadera identidad, con el fin de desarrollarnos mejor.

Finalmente, si uno es sordo consigo mismo y con los demás, tampoco es capaz de dialogar consigo mismo, con los otros y con el Otro. Apenas puede hablar, como dice el evangelio, y anda por la vida como aquel que se ha perdido y que, de hecho, no sabe desde dónde viene ni hacia dónde va. Sordo y mudo, el personaje del evangelio está confundido, excluido, separado, incapacitado a la hora de comunicarse y de comunicar quién es.

El papel de la comunidad

Es llamativo que la gente presente a Jesús este sordo y mudo. Es llamativo porque es la señal de que ellos han entendido que el encuentro con Jesús es lo que puede devolver la brújula a esta persona, sin nombre, sin identidad, sin pasado, sin presente y, posiblemente, sin futuro. Es llamativo porque el evangelista nos quiere decir que caminar con Jesús es la manera para reconectarnos con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos.

En este sentido podemos interpretar el gesto de Jesús que, metiendo el dedo en los oídos del sordo y un poco de saliva en su lengua, le permite volver a relacionarse, a ser lo que somos, seres sociales. De esta forma, el evangelista nos muestra las facetas que de Jesús él quiere subrayar: el de Señor y maestro, de taumaturgo y acompañador, de terapeuta, medico del alma y del cuerpo.

El evangelista, entonces, nos muestra la importancia de la comunidad, porque es ella la que ayuda a que cada uno pueda encontrar su camino de santidad, su camino interior, llevándonos allí donde está la compañía del Señor. 

Todo el mundo es un poco sordo

De lo que pasa al hombre sin nombre, a este sordo, de él no sabemos nada más. Podemos, pero, imaginar que este primer encuentro sanador habrá sido el primer paso de una larga trayectoria de transformación interior, después de haber descubierto que en compañía del Señor se nos abre un mundo de posibilidades que siempre han estado allí y que, sin embargo, hasta ahora habían pasado desapercibidas.

¿Quién puede ser sordo y apenas poder hablar, hoy en día? Puede ser a nivel institucional, como los políticos, sordos y duros en escuchar los que son las reales problemáticas de un país del que son responsables. Sordo puede ser un grupo o una institución como la Iglesia, cuando no es capaz de escuchar lo que le sugiere el Espíritu y sigue adelante, agarrándose al pasado, o al poder, o al dinero. 

Conclusión

Pero sordo lo es cada uno de nosotros, en varios momentos del día, cuando funcionamos en piloto automático y no nos damos cuenta de lo que nos rodea, de las bellezas y de las oportunidades que se nos pasan por delante. Como sordo soy yo cuando me niego a reconocer las heridas del pasado, a hacer las paces conmigo, a aceptarme tal como soy porque he aprendido porque soy así y descubierto que Dios me ama por lo que soy. Este descubrimiento es lo que toca mis oídos para abrirlos y sana mi lengua, permitiéndome volver a comunicarme autenticamente.

Aquí va otra interpretación del evangelio de este domingo, complementaria a la que acabo de postar. Buena lectura

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