Jesús, sabiduría de Dios – XIV Domingo T.O. A
El plan de Dios, sabiduría para los últimos
Las lecturas de este domingo ponen de manifiesto un motivo de fondo de toda las Escrituras: desde Caín y Abel en adelante, los hagiógrafos no esconden una experiencia fundamental que han querido transmitir, a saber, que los últimos terminan por acoger mejor el plan que Dios quiere realizar.
Hay una sabiduría que se nos escapa si estamos cegados por el egoismo y el ambición. Lo vemos con Abel y su sacrificio aceptado por Dios con respecto a lo de su hermano Caín; lo mismo ocurre con Isaac, preferido a Ismael, con Jacob respecto a Esau o con José en relación a sus otros diez hermanos mas mayores que él.
Sabiduría es saberse despojar
Que podemos decir, también, de David, el último niño de la familia de Jesé, escogido por el profeta Samuel como nuevo rey en lugar de Saúl. Y Salomón, la imagen del rey sabio por excelencia en la cultura judía, finalmente termina por olvidar que su sabiduría no viene de su talante, sino que se debe a su fidelidad al Señor. Al olvidarse de él, Salomón termina mal, porque se reviste de sí mismo en lugar de despojarse, como nos relata 1 Re 11.
En este contexto, podemos comprender el evangelio de este domingo. Jesús, rechazado por los instruidos y cultos de su pueblo (escribas y doctores de la ley, maestros espirituales, autoridades), aquellos que son definidos como sabios y entendidos, es, sin embargo, acogido por los humildes pescadores de Galilea, sin cultura y poderes, que le siguen y hacen suyo su mensaje libertador.
Sabiduría y poder
La sabiduría de Jesús es el escándalo y una molestia para aquellos que quieren poder y buscan mantener su posición social, política y económica a toda costa. Para Jesús, el poder es la capacidad de construir puentes hacia los hermanos, para edificar un mundo más fraterno, más justo, más hermoso, más egualitario. La sabiduría de los poderosos, sin embargo, es el poder de mantener o acumular más influencia sobre los demás, para ejercer el control, asegurándose una vida rica y cómoda, aunque esto conlleve cargar de mayor peso a aquellos que están por debajo.
Es la imagen del árbol del Edén. Aquí, Eva mira al fruto prohibido y lo desea para alcanzar la sabiduría y así ambicionar a ser más de lo que es, superior, para controlar y dominar. Así alarga la mano y hace suyo lo que no es de su propiedad (cf. Gn 3,6). Jesús, por su canto, no ambiciona a una sabiduría que lo haga mejor, sino que se vacía de todo lo que lo aleja de la plena humanidad para hacer hueco a Dios. Donde está el verdadero ser humano, allí está Dios.
Conclusión
Por esta razón, la sabiduría de Jesús no alarga la mano para coger para sí, sino que busca la fuerza en la debilidad. Toda brecha en nuestra vida, cada fracaso y pequeñez es un espacio para que entre en nosotros la luz y la fuerza del Espíritu que nos renueva por dentro. Cuanto más nos acorazamos para defendernos y dominar, más vamos contra la vida, que es relación y interdependencia. El mismo Jesús reconoce su pequeñez, sabiendo que todo se lo debe al Padre a quien agradece, fuente de todo bien y de toda vida. Por esta razón su peso es ligero, porque él ha vivido todo esto en su propia carne, no pidiéndonos más que un corazón humilde y disponible a la fuerza del Amor, el mismo que ha resucitado a Jesús y que habita en nosotros.
Zc 9,9-10: Mira tu rey que viene a ti pobre.
Salmo 144: R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Rm 8,9.11-13: Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.
Mt 11,25-30: Soy manso y humilde de corazón.