Jesús, el cordero de Dios – II Domingo T.O. Año A

Jesús, el cordero de Dios – II Domingo T.O. Año A

Jesús, el cordero de Dios

Después del bautismo de Jesús por parte de Juan el Bautista, entramos de lleno en este segundo domingo del tiempo ordinario y la liturgia nos presenta otra vez a Juan, en el acto de señalar a Jesús y definirlo con esta frase que se ha hecho muy popular: “Esto es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. ¿Cómo entender este “título” aplicado a Jesús? ¿Tiene sentido pensarlo en un óptica expiatoria, para perdonar nuestros pecados? En este sentido, Dios está ofendido con el ser humano y Jesús se ofrece por nosotros, en lugar nuestro. ¿Es así que deberíamos comprender la vida, muerte y resurrección de Jesús? Vamos a analizar un poco esta temática.

La lógica del sacrificio

Desde tiempos ancestrales, sacrificar animales era un ritual que las tribus solían celebrar para establecer una buena relación con la divinidad y esperar en su benevolencia. Otros pueblos llegaban hasta al punto de sacrificar a seres humanos y esto se ve en la escena de Abraham que va con su hijo Abel para sacrificarlo a Dios. El Dios de Abraham, sin embargo, no quiere sacrificios humanos y el escritor sagrado nos presenta este mensaje fundamental cuando, a punto de matar a su hijo, un ángel (es decir, Dios mismo), le para la mano a Abraham y le muestra a un carnero, listo para que lo sacrifique en lugar del joven hijo. 

Los sacrificios de animales se siguieron celebrando para los judíos y el Templo de Jerusalén era el lugar establecido para estos rituales. El momento perfecto era la fiesta del Yom Kippur o día de la expiación, día en el que el Sumo Sacerdote sacrificaba un macho cabrio en el Templo, para reconciliar al pueblo con Dios y luego soltaba al otro macho cabrio en el desierto, para que allí muriera, después de haberle impuesto las manos y que este cargara con todos los pecados de los israelitas (cf. Levítico 16,1-34). De esta forma, en el segundo cordero se traspasarían todas las iniquidades del pueblo, aquellas que lo separaban de Dios, liberando a este de sus pecados, para que no fuera castigado él con la muerte, sino otro en su lugar. (expiación vicaria).

Esta dinámica del Yom Kippur se ha aplicado desde los orígenes del cristianismo a Jesús: este carga con nuestros pecados, muere fuera de Jerusalén (el macho cabrio debía morir fuera de la ciudad para expiar los pecados del pueblo) y esto nos redimiría, es decir, nos reconciliaría con Dios. En otras palabras, Dios y el ser humanos estarían en una relación rota, a causa de este último, por tanto mereceríamos morir, pero es su hijo que repara la relación, ofreciéndose en nuestro lugar.

Una lógica peligrosa si mal interpretada – El Dios airado

Esta lógica tiene un punto para mí muy débil y otro que resaltar y salvar. Empezamos por el débil. Esta dinámica subraya una ruptura de la relación Dios-ser humano, a causa del pecado de este. Desde luego conocemos ya de sobra las imperfecciones de los hombres y de las mujeres a lo largo de los milenios, pero también Jesús nos habla de un Dios que es siempre fiel a su palabra y nunca nos da la espalda, nunca nos abandona, como en la parabola del padre misericordioso.  

Es por esta razón que no podemos pensar en un Dios airado que necesita que alguien pague para restablecer esta relación. Somos nosotros, sin embargo, que estamos llamados a darnos cuenta de nuestra situación y buscar la conversión, sin machacarnos (¡somos imperfectos desde nuestro nacimiento!) y aceptando nuestras sombras, integrándolas en nuestra existencia también como fuente de sanación. De hecho, las sombras nos ayudan a estar con los pies en el suelo, evitando así los delirios de super hombre, y nos ayudan a ser más empáticos con los demás: el otro se equivoca como yo y también por esta razón nos comprendemos y nos apoyamos mutuamente. Dios, entonces, pide conversión y no sacrificios de expiación.

La lógica del amor que viene de Dios

¿Jesús, entonces, no ha hecho nada? Es aquí que se presenta el punto que resaltar y salvar: esta relación Dios-ser humano se mantiene unida claramente gracias a una continua conversión, pero no es obra humana, no ocurre por méritos de los hombres. En la idea del sacrificio de Jesús es necesario salvar la presencia de Jesús como persona en la que es Dios que actúa (hijo de Dios). En otras palabras, es siempre Dios que nos precede y nos permite convertirnos y vivir en comunión con él. Si nosotros vivimos en su intimidad, es siempre gracias a su ayuda, es por su gracia que esto es posible, porque él toma la iniciativa como don y no como fruto de un premio nuestro por nuestras acciones. En la imagen de Jesús que se sacrifica se presenta la imagen de un Dios que quiere hacer lo imposible para nosotros.

Una propuesta de interpretación

Entonces, Dios nos llama a la conversión y es él que actúa primero en nosotros. Pero, ¿cómo entender, entonces, la acción de Jesús en la cruz? ¿Qué significa que él es el cordero, si hemos dicho que no hay que pensarlo en óptica expiatoria? 

Pues la conversión y esta gracia de Dios que nos precede se comunican y se activan en el amor. Cuando amamos y respondemos al mal con el bien, el mal no es rechazado con la violencia, ampliándose, sino que se asume y se carga con él, actuando como esponja que lo absorbe sin devolverlo. Los cristianos nos llamamos así porque seguimos a Jesús y él mismo nos recuerda que hay que llevar su cruz, como él ha hecho. Al obrar juntos con él, nos hacemos uno con él, el Cristo total que no responde al mal con el mal, sino con el bien, borrando este mal/pecado del mundo (y no a la persona que ha realizado este mal). De esta forma, todos nosotros, junto a Cristo, como la vid con los sarmientos, nos transformamos en un gran bosque, para usar otra metáfora, que absorbe el dióxido de carbono y produce oxígeno, quitando el pecado y cambiándolo en amor.

Conclusión

Esto solo es posible gracias a Dios, entrando en su lógica de amor incondicional. De esta forma, dejamos de pensar a Jesús como aquel que se inmola por nosotros y magicamente nos libera del pecado y pasamos a pensarnos junto a él, llamados a colaborar en esta dinámica de purificación y de transformación, difícil, dura de asumir, pero que es la única que posibilita quitar el pecado del mundo.

Is 49,3.5-6: Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación.

Sal 39: R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

1 Cor 1,1-3: A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Jn 1,29-34: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

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