Ir mar adentro- V Domingo T.O. Año C

Ir mar adentro- V Domingo T.O. Año C

La experiencia de la pequeñez

Las lecturas de este V Domingo comparten un tema central: Isaías, Pablo y Pedro han experimentado su propia pequeñez, sus limitaciones y su imperfección. Al mismo tiempo, han vivido el Misterio que se hace presente ante ellos y en su interior. Conscientes de su inconstancia y lejos de considerarse modelos para los demás, se sienten indignos de estar junto a Dios o de servir al Señor.

Sin embargo, el Señor no ha venido por los justos y los sanos, sino para reunir a su alrededor a los enfermos, a los últimos, a los pecadores. De este modo, se hace evidente que lo alcanzado no es fruto de los méritos humanos, sino de la gracia de Dios.

Iglesia de santos pecadores

El primer punto que podemos destacar es que la Iglesia es santa porque el Espíritu está en ella, no porque esté formada por santos o perfectos. De hecho, podría decirse que es lo contrario, pues si la observamos con atención, encontramos una Iglesia que, con sus torpezas, también comete errores y pecados.

El segundo punto que podemos subrayar es que estas lecturas nos enseñan que un elemento esencial para un sano crecimiento personal y comunitario es la humildad, la reina de las virtudes. Esta consiste en la capacidad de reconocer nuestras limitaciones y actuar en consecuencia.

La humildad como camino hacia la santidad

No debemos entender la humildad como simple sumisión o acatamiento, sino en su sentido más maduro y libre: una disposición del ánimo y de la inteligencia que nos permite vernos tal como somos, con nuestras debilidades y fortalezas.

Bien equilibrada, la humildad nos fortalece, pues nos ayuda a mantener nuestro ego a raya. Por su propia naturaleza, el ego tiende a distorsionar la percepción que tenemos de nosotros mismos, exagerando nuestras virtudes, atribuyéndonos el éxito exclusivamente a nuestro esfuerzo y ocultando nuestros defectos, mientras dirigimos la mirada hacia los demás para justificar nuestros fracasos.

Ir mar adentro implica humildad y confianza

Además, es importante destacar que la auténtica experiencia de Dios, como la de Isaías, Pablo y Pedro, siempre genera paz interior y confianza en Él. Sin confianza, la humildad puede vivirse de manera errónea, llevándonos a creer que somos inútiles y boicoteándonos a nosotros mismos, con el riesgo de adoptar una actitud pasiva e infantil, convencidos de que somos incapaces de lograr algo.

La confianza en Dios, en cambio, nos brinda la libertad de saber que no todo recae sobre nuestros hombros (y, ¡menos mal!). Nuestra tarea es simplemente hacer nuestra parte: pequeña, sí, pero necesaria. No somos insustituibles, pero sí somos llamados a colaborar.

Ir mar adentro es buscar en nuestro interior

Ir mar adentro significa, entonces, buscar espacios de silencio y tranquilidad para reflexionar y orar, con el fin de descubrir la verdad que habita en nuestro interior. Allí comprendemos que la pesca que el Señor nos encomienda depende de nuestro compromiso, pero el resultado no está en nuestras manos. No somos nosotros el referente al que los demás deben seguir, sino que estamos llamados a ser ventanas a través de las cuales nuestros hermanos puedan ver y conocer a Dios, para seguirle y dejarse transformar.

Ir mar adentro es ser una Iglesia valiente

Ir mar adentro también significa atreverse, arriesgarse, salir al encuentro, romper ciertas dinámicas que nos mantienen cómodos y seguros, y apostar por un nuevo estilo, una mentalidad distinta y una visión renovada, más acorde con los signos de los tiempos. Esto exige más compromiso, más esfuerzo, más diálogo entre nosotros, más espíritu evangélico en nuestras comunidades y un mayor impulso misionero hacia el exterior.

Conclusión

Como nos confirman las lecturas de este domingo, sabemos que no cambiaremos la historia, pero sí podemos ser parte del motor del cambio si nuestro hacer se fundamenta en el Ser, que es Dios, y en nuestro ser, es decir, en la comprensión clara de que Dios actúa a través de nuestra existencia cuando no le ponemos trabas con nuestro ego y, con humildad y confianza, le dejamos obrar en nosotros.

De esta manera, seremos transformados en pescadores de hombres, capaces de ir mar adentro con valentía y paciencia, confianza y humildad, libertad y alegría, fortaleza y amor. Así podremos ofrecer nuestra pequeña contribución a un mundo que necesita ser fecundado y dar frutos de paz y de concordia.

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