Humano, demasiado humano – Transfiguración del Señor

Humano, demasiado humano – Transfiguración del Señor

La transfiguración, metáfora de nuestra vida

Este domingo que se acerca vamos a celebrar la Transfiguración del Señor. Mateo, como hábil y culto escritor aprovecha sus conocimientos de la Biblia para sacar a la luz la diferencia que Jesus representa para su comunidad.

De hecho, ¿quién, de entre los judíos, no conocía las historias de Israel en el desierto y, más aún, los encuentros de Moisés con aquel Dios que había liberado a su pueblo? Y, en efecto, en Éx 24 se relata la subida de Moisés al monte Sinaí con tres personas (Aarón, Nadab, Abihú), así como Jesús sube a un monte alto con Pedro, Santiago y Juan. De la misma forma, así como el rostro de Moisés irradia luz (Éx 34, 29), el de Jesús resplandece como el sol y sus vestidos se vuelven de un blanco luminoso. Y Moisés y Elías, la ley y los profetas, conversan con él.

Pedro, metáfora del discípulo

Aquí llegamos al centro de la historia y nos encontramos con el nucleo más importante del texto: Pedro, que representa a toda la comunidad, con su proceder humano, demasiado humano, no entiende nada  de lo que está ocurriendo. Él quiere hacer tres tiendas, tratando a los tres como iguales, como es probable que muchos cristianos de la comunidad de Mateo podían pensar de Jesús: un profeta y un legislador a la par de Elías y Moisés.

Sin embargo, estas son “fábulas fantasiosas” (2P 1,16) de algunos que no han comprendido el sentido de lo que ha ocurrido. Pedro, una vez más, reviste el papel de aquellos que no entienden el significado profundo de ciertos acontecimientos y se construyen ídolos, imágenes falsas de Dios, convirtiéndose en obstáculos, en piedra de tropiezo para si mismos y para la comunidad.

Un modo de creer humano, demasiado humano

Muchas veces nuestra manera de mirar, nuestro modo de proceder es humano, demasiado humano. Nos esperamos de Dios ciertas cosas y buscamos todo el rato señales que den por correctas nuestras expectativas. Pedro, como Juan y Santiago, buscaban un Señor de la gloria, un Mesías victorioso y fuerte, que se hiciera con el poder y que luego repartiría entre los discípulos más importantes y más cercanos a él. 

Lo que ocurre en la Transfiguración, entonces, nos recuerda de forma muy nitida lo que nos relata Lucas con los discípulos de Emaús: ellos tenían la esperanza de que Jesús fuera el libertador de Israel y el desconocido peregrino que se une a ellos en su recorrido les explica todo lo que se refería al Mesías, a su sufrimiento y su gloria, empezando por Moisés y pasando por todos los profetas (cf. Lc 24,13-27).

Madurar y crecer implica el morir

A aquellos que, como Pedro, se han hecho una idea equivocada de Jesús y del plan de Dios, el mismo Padre interviene con su voz, para desmentir el proyecto humano, demasiado humano que muchas veces construimos para enjaular a un Dios hecho a nuestra imagen.

La historia de la Transfiguración, entonces, nos recuerda un peligro que siempre está al acecho: Dios, la Vida y nuestro camino siempre van más allá de lo que podemos pensar e imaginar. Este es el sentido del silencio que Jesús pide a sus tres discípulos, porque no se puede acceder a la gloria sin pasar por la muerte; no es posible madurar sino a través de un lento proceso de rebajamiento, de humildad y de purificación, en el que todas nuestras imágenes, expectativas y modo de proceder humano, demasiado humano caen, como castillo de naipe.

Conclusión

Llegar a este punto es aterrador, porque asusta perder todos nuestro puntos de referencias, comprender que lo que habíamos empleado para construir nuestro proyecto de vida ahora se revela como un conjunto de fábulas fantasiosas. Nosotros mismos nos habíamos engañado y así caemos de bruces, llenos de espanto, porque las cosas no son como nos la esperábamos. 

Todo esto, sin embargo, no es más que parte del camino del discípulo, llamado a seguir al Señor en la fidelidad y en el servicio, en humildad y valentía, lo que implica vaciarse de todo lo que es humano, demasiado humano, para hacer espacio al Espíritu y a su fuerza creativa y libertadora, que nos hace escuchar al Señor decirnos: “Levantaos, no temáis”. 

Dn 7,9-10.13-14: Su vestido era blanco como la nieve.

Salmo 96: R/. El Señor reina, Altísimo sobre toda la tierra

2P 1,16-19: Esta voz del cielo es la que oímos.

Mt 17,1-9: Su rostro resplandecía como el sol.

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