El ser humano como Jesús, Epifanía del Señor
Los relatos de la infancia, un evangelio concentrado
Con la Epifanía del Señor, que todos los años celebramos el día 6 de enero, se cierran los capítulos de Mateo y Lucas, aquellos que se conocen como los Evangelios de la infancia. Y es que en realidad ellos fueron compuestos como pequeños evangelios, un concentrado de lo que luego se desarrolla con mayor detalle con la vida pública de Jesús.
De hecho, los evangelistas no paran de mostrarnos que este niño, desde antes de su nacimiento, es proclamado como el salvador, luz de las naciones, el santo, aquel que cumple las promesas escuchadas por boca de los profetas, hijo del Altísimo (Lucas) y también el nuevo Moisés que tiene que escapar del faraón/Herodes que quiere matarle y que finalmente todos los pueblos reconocen como el Mesías a quien hay que adorar, en la figura de los magos de Oriente que representan a los pueblos paganos (Mateo).
Además estos Evangelios de la infancia no solo muestran al Jesús Mesías, querido por Dios, sino que también muestran ya lo que vendrá al final, su sufrimiento y muerte. De hecho, Lucas pone en boca de Simeón en el Templo de Jerusalén la profecía según la cual a María una espada le atravesará el alma, así como el niño que nace en pañales, nos recuerda las vendas que luego aparecerán en el sepulcro de Jesús. Mateo, por su parte, nos habla de la mirra que uno de los magos trae de regalo, un producto que se usaba para perfumar y preparar el cuerpo del difunto.
Lo fundamental de la Epifanía: la dimensión social
La Epifanía del Señor, sin embargo, nos recuerda dos cosas. La primera tiene que ver con Herodes y la segunda con Jesús. La Epifanía nos recuerda que Herodes, es decir, el poder político, no tiene porque preocuparse. Los cristianos no somos una amenaza para la estabilidad política, aunque Europa ha sido espectadora de muchas guerras de religión, que ocurren cuando el ser humano usa la religión para poner a salvo sus intereses particulares.
Los cristianos estamos llamados a ser levadura, para edificar en el amor, para construir una sociedad más humana, más auténtica, más fraterna. Si la politica es la administración de la polis, para el bien de la ciudadanía, un político auténtico querría una ciudadanía y una sociedad que sea más integradora, inclusiva, acogedora, unida en el amor. Esto es lo que tendríamos que transmitir nosotros, con nuestro mensaje y nuestra vida, según el ejemplo de Jesús. Lo que pasa es que muchas veces también nosotros cristianos no nos lucimos por ser inclusivos e integradores. Otras veces usamos las Escrituras para separar y crear tensión o pasamos desapercibidos o, que es peor, damos un testimonio en contra de nosotros mismos.
Lo fundamental de la Epifanía: la dimensión antropológica
El segundo punto que tiene que ver con la Epifanía está conectado con la persona de Jesús. La fe de la Iglesia, a lo largo de los siglos, nos enseña que Jesús es la manifestación de Dios. Dios se manifiesta, se da a ver, se hace visible en Jesús, en su palabra, en su vida, en su muerte, en su resurrección. Y la relación de Dios con el ser humano se hace visible en Jesús, que el Concilio de Nicea declaró verdadero hombre y verdadero Dios.
Esto significa que con Jesús aprendemos que Dios no está en el cielo, lejos del hombre, sino que está indisolublemente conectado a él y que el ser humano no es algo lejano a Dios, sino que su vida está incluida en la de Dios, puesto que la humanidad y la divinidad de Jesús no se pueden comprender como dos partes separadas e iguales (como si en él vivieran dos personalidades distintas), sino como dos elementos de la misma persona de Jesús, donde lo humano está asumido y transformado por lo divino.
Conclusión
Jesús, entonces, es la máxima expresión/epifanía de Dios, pero él no es el único a manifestárnoslo. Gn 1,27 nos recuerda que el ser humano está hecho a imagen de Dios, es decir, el ser humano está impregnado del divino (Dios sopla en él su aliento, cf. Gn 2,7) y está llamado a ser su reflejo, su imagen, su Epifanía. Esta verdad está expresada en un himno que se reza justo en este periodo de Navidad y que se podría extender a todos los días, porque toda nuestra vida tiene que ser manifestación de lo que somos, Epifanía de Dios, que la tercera parte de este himno nos recuerda de forma maravillosa.
Ver a Dios en la criatura,
ver a Dios hecho mortal,
ver en humano portal
la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura
a quien verlo merecido!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Ver llorar a la alegría,
ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza
y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día
la que el hombre recibió!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo!
Is 60,1-6: La gloria del Señor amanece sobre ti.
Sal 71: R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Ef 3,2-3a.5-6: Ahora se ha revelado que los gentiles son coherederos de la promesa.
Mt 2,1-12: Venimos a adorar al Rey.
Amén.