Lo del César devolvédselo al César y lo de Dios a Dios – XXIX Domingo Tiempo Ordinario

Lo del César devolvédselo al César y lo de Dios a Dios – XXIX Domingo Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. 

Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?» 

Comprendiendo su malicia, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.» 

Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?» 

Le respondieron: «Del César.» 

Entonces les replicó: «Pues lo del César devolvédselo al César y lo de Dios a Dios.»

Al oír esto, quedaron maravillados y, dejándole, se fueron.

Después de las tres parábolas de Jesús destinadas a sacudir la ceguera de las autoridades religiosas de su tiempo, en este relato son ellas las que deciden tres veces seguidas poner en jaque a Jesús para intentar que pierda así ese poder de atracción que tenia y que tantos discípulos congregaba a su alrededor. 

En el primero de estos tres ataques, los protagonistas son los fariseos y los herodianos que, a pesar de la rivalidad que hay entre ellos, se unen contra el enemigo común, Jesús. El maestro de Galilea, con sus ideas revolucionarias, ponía en entredicho el sistema de creencias y de poder sobre los que la élite religiosa fundaba su autoridad, y estos estaban dispuestos a todo para que nadie se la arrebatara.

Aquí Mateo nos relata una descripción que los fariseos hacen de Jesús: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras la condición de las personas». Jesús es el hombre libre, que no es esclavo de intereses particulares. No mira al poder y no quiere la admiración de nadie. Lo que hace y dice viene de su profundo amor por los demás, fruto de su relación con Dios. Sabe que todo se lo debe a Él, y esa conciencia de sí mismo lo lleva a donarse a los que más necesitan de su ayuda y a oponerse a todo tipo de estructura o actitud que impide que ese amor fluya. 

Los otros personajes muestran, sin embargo, un perfil totalmente distinto. No se mueven por el amor, sino por el miedo a perder lo que tienen. Son movidos por sus intereses. Esclavos de sí mismos, han echado a perder su libertad, vendiéndola a cambio de un cierto bienestar social y político y de la admiración de la gente. Podrían cambiar de rumbo, empezar otra vez, quitándose de encima todo lo que es un lastre para su libertad, pero hay un alto precio que pagar para volverse auténtico y prefieren no molestarse ni siquiera intentándolo.

Y entonces la pregunta: «Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?» 

Jesús entendió enseguida que se trataba de una trampa; de hecho si hubiera dicho que era lícito pagar el impuesto al emperador, habría violado la Ley judía que no permitía servir a otro más que a Dios, la única autoridad. Si hubiera afirmado que no se debía pagar el impuesto, entonces se estaba rebelando ante el poder de Roma, y los herodianos, colaboracionistas del imperio romano, hubieran podido hasta capturarle para que se le juzgara como subversivo. 

Entonces les replicó: «Pues lo del César devolvédselo al César y lo de Dios a Dios.» Jesús cambia el eje de la pregunta. No se trata de pagar, sino de devolver, de restituir lo que se ha recibido primero. No se trata, como algunos han hecho entender, de separar los asuntos de estado de la religión, sino de reconocer que todo nos ha sido dado y con total libertad lo devolvemos. La mirada de Jesús va mucho más allá de la disputa religiosa sobre cómo actuar frente a la invasión romana. Su Reino nunca ha tenido pretensiones de poder, sino siempre de servicio. Y cuando nuestro motor es servir, ya no existen las distinciones dualistas entre César y Dios.

Pero hoy, en nuestro mundo ¿quién es este César? Hoy esta cara y esta inscripción no representan solamente la política o la sociedad, sino la convivencia común a nivel global, nuestra responsabilidad hacia el ecosistema, hacia la naturaleza, hacia los millones de personas en estado total de pobreza, hacia el vecino de al lado que necesita urgentemente nuestra ayuda. 

Estamos llamados, todos, creamos o no creamos en un dios, a devolver lo que nuestros padres nos han dado y no simplemente restituir lo recibido, sino entregarlo con un cuidado mayor. Y no lo estamos haciendo. El compromiso por un mundo mejor es deber de todos y hay que oponerse a toda mentalidad que mire al interés propio en detrimento del bien común. Ese pacto entre herodianos y fariseos, hoy en día, es el pacto entre los que tienen poder para mantenerse al mando, cueste lo que cueste, en cualquier ámbito y escala. Da igual que sea a nivel local o global, es nuestro deber denunciar una mentalidad egoísta, sobre todo si son los más débiles y pobres los que están pagando por ella.

Actuando de esta forma, podremos, entonces, devolver lo de Dios a Dios. Pero, ¿qué es lo de Dios? ¿Qué cara o imagen tiene lo que hay que restituir? La imagen de Dios es el hombre despojado del egoísmo, de la sed de poder, del orgullo que lo aprisiona. Este hombre, a imagen y semejanza de Dios, es aquel hombre que, como Jesús, se opone a la violencia, a la hipocresía, a todo lo que siembra muerte y destrucción. Y con su vida, con sus palabras y obras, sirve, acoge, ayuda, comparte, escucha, levanta al que sufre, cura a los enfermos, sacia a los hambrientos, reparte vida. 

Sólo actuando así devolveremos a César lo que es del César y a Dios lo de Dios.

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