El ser, raíz de todo hacer – XVI Domingo T.O. Año C
Gn18,1-10a: Señor, no pases de largo junto a tu siervo.
Sal 14,2-3ab.3cd-4ab.5: R/. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Col 1,24-28: El misterio escondido desde siglos, revelado ahora a los santos.
Lc 10,38-42: Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor.
Las lecturas de este domingo tienen distintos elementos que podrían ser subrayados, pero me gustaría tratar dos de ellos:
- Dios que se manifiesta y se revela como don y
- la primacía del ser sobre el hacer.
Dios se manifiesta y se revela como don
En la primera lectura, Abrahán es visitado por tres hombres. La introducción del relato nos habla del Señor que se le aparece junto a la encina de Mambré, así que es fácil conectar a estos tres hombres con una aparición divina. Desde luego, en la antigüedad no era raro que la divinidad se manifestara bajo apariencia humana y así parece que también en la Biblia esté ocurriendo lo mismo.
Que Dios que se manifieste y se revela a los hombres, donándose y haciéndose cercano al ser humano no es característico solo de esta primera lectura, porque también el Evangelio de Lucas nos narra que Jesús va a visitar una aldea y Marta lo acoge en su casa; finalmente, el mismo Pablo a los Colosenses les comenta que Dios tenía desde siglos un misterio escondido, Cristo Jesús, y que ahora había decidido revelarlo a los santos, es decir, a los bautizados.
Dios, entonces, es Vida que quiere ser experimentada, es Sabiduría que quiere ser conocida, es Amor que quiere ser acogido y a su vez donado. Se da a conocer, rebajándose para que nosotros lo podamos comprender. Por consiguiente, Él es siempre más de lo que nuestros parámetros pueden entender, de forma que no es posible reducirlo a nuestras categorías y tampoco se le puede manipular, aunque nuestros intentos son incontables.
En cuanto don, Dios se entrega, se da a conocer, pero como don nos desborda, impidiéndonos contenerLe. Hay aquí, entonces, una duplice dinámica: Dios, como Vida y Amor sin limite, se limita para que podamos comprenderLe, aunque parcialmente y se “mueve” hacia nosotros. Por otro lado, nosotros recibimos este don que no podemos manipular; esto implica que no podemos hacer que este don se amolde a nosotros sino que somos nosotros que estamos llamados a salir de nosotros mismos para conformarnos a Él.
Lo que acabo de describir es lo que los primeros Padres de la Iglesia definían al hablar del misterio de la Encarnación: Dios se hace hombre (se da a conocer de una manera que el ser humano pueda entenderlo) para que el hombre sea hecho divino.
La primera lectura, en mi opinión, explica muy bien este camino del hombre hacia Dios, esta transformación hacia lo divino: la tienda, es decir la casa que Abrahán usaba para vivir (así como la casa de Marta y María), representa nuestra vida, nuestro mundo, nuestro yo. Yo puedo vivir muy cómodo en ella, construyendo una mansión con paredes que me separen del mundo y de los demás, para que nadie me moleste y no tenga que preocuparme de nada. En este caso vivo prisionero de mi ego; me creo libre de problemas y de personas, pero en realidad soy esclavo de mis parámetros, de mi pereza interior, de mis creencias de lo que tendría que ser la vida y las personas. Si ellas no se amoldan a mí, entonces hasta luego.
Sin embargo, Abrahán es representado como aquel que no está en su tienda, sino sentado en la puerta, en el limite de su zona de confort, listo para salir; y es justo lo que hace al ver a los tres hombres, hasta estar dispuesto a correr hacia ellos.
Ellos (Dios) van hacia él, sin entrar en su casa; éste va hacia ellos, saliendo de su tienda, elemento, éste, que no puede renegar, abandonar y rechazar, porque su tienda es su yo, su mundo y es con éste que él va hacia Dios. Sara, su mujer, está en la casa; pertenece al mundo de Abrahán y es gracias a ella que éste puede tener la comida para ofrecerla a los tres hombres. Este “detalle” de Sara nos permite comprender como la tienda no es en si misma ni negativa ni positiva, sino que simplemente “es”. Somos nosotros que podemos hacer de ella algo que sirve para construir o para separar, según cómo estemos dispuestos a “usarla”.
La primacía del ser sobre el hacer
En este sentido, la lectura del evangelio de Lucas ahonda más aún en este tema, permitiéndonos tratar el segundo elemento: la primacía del ser sobre el hacer. Aquí, de hecho, es Jesús mismo que entra en la casa de Marta y María, porque la primera lo acoge en ella. Al cabo de un rato, sin embargo, Marta se queja con Jesús porque ella está trabajando sola para que Jesús (¿y otros compañeros?) esté cómodo, mientras que su hermana María, no le echa una mano porque se ha quedado escuchando al maestro.
Aquí podemos encontrar una doble lectura: la primera, como posible evento ocurrido en tiempo de Jesús y una segunda, como probable tensión interna en las comunidades post pascuales.
En el primer caso, no es difícil imaginar que Jesús fuese visitando a distintas personas durante su ministerio público y que otras le invitaran a su casa. Una vez dentro, también era normal que por un lado los dueños de la casa querían escuchar y estar pendientes de Jesús y de sus palabras pero, sin descuidar las practicas de hospitalidad que incluían la preparación de bebida y comida.
En el segundo caso, las comunidades que surgen después de la muerte y resurrección de Jesús tenían sus dinámicas internas. Varios eran sus miembros y distintas eran las funciones dentro del grupo. Algunos se ocupaban de servir a las mesas, es decir, de ponerse a servicio de los que estaban en situación de necesitad, mientras que otros podían dedicarse a la oración y a la misión.
Sorprende, en este contexto, la afirmación de Jesús: “María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada”. ¿Qué querrá decir esta frase? Sabiendo que cada respuesta no expresa la totalidad de su sentido, sino que representa solo uno de sus múltiples significados, intentaré dar mi punto de vista.
En mi opinión, Marta y María son dimensiones de una misma realidad: elementos que conviven en una misma persona y dinámicas internas de cada comunidad, representando respectivamente al hacer y al ser. Es claro que el hacer, nuestras acciones son fundamentales (cf. el Buen Samaritano), pero la base siempre será el ser. Aprender a ser siempre es prioritario y antecedente al hacer. En este sentido, estar en escucha del Maestro, dejarlo entrar en casa, significa estar a su escuela, aprendiendo a ser humanos auténticos. En la medida que vamos aprendiendo, también nuestras acciones serán más eficaces y tendrán más sentido, porque los pilares de una persona se radican en su ser y saber ser es la clave para una vida plena, “la parte mejor que no le sará quitada”.
Es por esta razón que deseo para todos nosotros que podamos centrarnos en lo que es lo más importante, formarnos como personas, a la escuela de Jesús de Nazareth. Poner orden en nuestra tienda, encontrar las prioridades para luego construir todo lo demás en consonancia con un ser auténtico, plasmado según los valores del evangelio. En una sociedad que exalta el saber (la información) y el saber hacer (la técnica), cada vez creo que se muestra como urgente el saber ser, junto con el saber convivir.