El sembrador – XV Domingo T.O. A
Como bajan la lluvia y la nieve…
Las lecturas de este domingo nos proponen una estrecha relación entre la primera lectura y el evangelio. El profeta Isaías nos presenta a Dios como aquel que envía su palabra como la lluvia del cielo: ella baja, permite que la naturaleza florezca y dé fruto y luego vuelve al cielo. De la misma manera, la palabra de Dios, a saber, su amor, su autocomunicación, su gracia, su fidelidad y generosidad bajan como la lluvia, sin condiciones y sin mirar la situación del terreno que va a tocar.
…así el sembrador
En este misma linea nos encontramos con el sembrador de la parabola de Mateo. Aquí el sembrador es el mismo Jesús que, a lo largo de su ministerio, no ha seleccionado a quién hablar de su Padre, sino que lo ha anunciado a todos, a los cultos y a los ignorantes, a los que tenían relevancia social como a los despreciados entre los judíos, porque considerados pecadores.
El sembrador dona sin mirar. La suya no es inexperiencia, sino plena confianza. Como una fuente de la que brota agua sin parar, para saciar la sed de buenos y malos, así como una puerta que permite el acceso a todo el mundo, a pesar de su poca honradez o honestidad, al sembrador no le parece importarle tanto dónde van a terminar las semillas; él siembra, como si ello representaría lo más importante entre todas sus metas.
El sembrador frente a los fracasos
Y, sin embargo, el sembrador parece tener muchos fracasos: en el borde del camino, los pájaros se comen las semillas, en el terreno pedregoso no hay tierra suficiente para que puedan aguantar unas raíces en condiciones y entre las zarzas las plantitas no pueden sobrevivir. Ellos son todos los fracasos que encontró Jesús en su apostolado: muchos los rechazaron, o le siguieron pero luego lo abandonaros. Las derrotas, no obstante, no son la palabra definitiva, porque el sembrador confía tanto en la importancia de su misión que llega a encontrar el terreno capaz de acoger las semillas que está sembrando, dando frutos sorprendentes.
La enseñanza de la parábola: primer punto
La parabola, entonces, nos enseña varios elementos, pero me quedaré con tres de ellos: Dios no escatima, calculando según criterios de eficiencia, lo que quiere dar, sino que todo lo dona a todos, sin analizar de antemano si somos capaces de responderle de la forma más apropiada o, en cambio, es probable que rechacemos su propuesta. Esto debería interrogarnos sobre nuestra capacidad de donar: hacemos muchos cálculos que luego aplicamos a la hora de “amar” y nuestras obras buenas suelen ser bien distantes del paradigma que la parabola nos enseña, a saber, dar sin mirar, sin esperar nada a cambio, sin imponer condiciones y forzar respuestas.
Segundo punto:
El segundo punto que se puede sacar de la acción del sembrador es que sembrar no es lo mismo que recoger, porque las dos acciones pertenecen a dos tiempos distintos. Esto significa que podemos sembrar pero no ser aquellos que al final recogen. Ello implica que lo que en principio puede parecer una derrota por falta de fruto, en realidad puede ser una cuestión de tiempo de maduración para que la siembra dé los frutos correspondientes. También puede ser que las derrotas sean parte necesaria del trabajo del sembrador que, en sus esfuerzos, tendrá que ir aprendiendo a deshacerse de sus esquemas y hacer tesoro de lo que la experiencia le va mostrando, con actitud humilde y agradecida, a la manera de Jesús.
Tercer punto:
Finalmente, tercero y último punto, la parabola nos pregunta no solo qué tipo de sembrador somos, sino también que tipo de terreno somos. Para ser terreno capaz de acoger, es necesario un continuo esfuerzo de preparación. Un terreno que no se trabaja se pone duro, impermeable y, por otro lado, un terreno bien removido, deja espacio para que las semillas germinen, pero también para que crezcan otras más cosas que pueden dañar los brotes tiernos. La parabola, entonces, nos pone en guardia para que no dejemos de vigilar, para que las múltiples distracciones no nos alejen de lo fundamental, a saber, construir el reino de Dios, dejándonos habitar por la fuerza del Espíritu.
Is 55,10-11: La lluvia hace germinar la tierra.
Salmo 64: R/. La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.
Rm 8,18-23: La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios.
Mt 13,1-23: Salió el sembrador a sembrar.
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