El sacrificio – II Domingo Cuaresma Año B

El sacrificio – II Domingo Cuaresma Año B

El “sacrificio” del Hijo

Hemos entrado ya de lleno en esta etapa muy significativa que es la Cuaresma y las lecturas de este domingo tienen una palabra claves que les une a todas y es la de hijo. Abrahán tiene a un hijo, Isaac, que está dispuesto a sacrificar para Dios. Pablo recuerda a los Romanos que Dios no ha perdonado a su Hijo (es decir, no le ha “ahorrado” aquella copa amarga de la pasión), sino que lo ha entregado por nosotros y, finalmente, Marcos nos habla de la transfiguración.

Saltando en bloque muchos de los capítulos de su Evangelio, de hecho, la liturgia nos lleva hasta Mc 9, dejando atrás al Jesús Mesías para entrar en la sección en la que Marcos nos presenta a Jesús como el Hijo. Es justo en este capítulo, de hecho, donde es el mismo Dios (la voz desde el cielo) que afirma: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”.

El hijo Jesús lo es completamente con su entrega

En relación con esta perícopa de Marcos podríamos decir muchas cosas, pero prefiero quedarme en el contexto de la Cuaresma. En realidad, el texto de la transfiguración nos parece muy lejos del periodo penitencial que se conecta a la época que precede la Semana Santa. Sin embargo, el final del texto nos prefigura la muerte de Jesús, cuando se introduce el famoso silencio que el Maestro impone a Pedro, Santiago y Juan, hasta que “el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.

Aquí, la gloria de la transfiguración se casa perfectamente con la gloria de la resurrección y la primera y segunda lectura hacen de marco interpretativo para que nos vayamos haciendo el cuerpo a que Jesús termine entregado. 

Ahora, la pregunta es la siguiente: ¿qué conexión hay entre Abrahán que está dispuesto al sacrificio de su hijo, Pablo que recuerda a los Romanos el sacrificio de Jesús en la cruz y la transfiguración según Marcos? Además, todo esto dentro del marco cuaresmal, tipicamente vivido como tiempo de penitencia, de sacrificio.

El sacrificio o atadura de Isaac

En mi opinión, el escritor de la historia de Abrahán nos quiere mostrar la fe absoluta de ese padre que, aun teniendo a un solo hijo, está dispuesto a entregarlo en sacrificio a Dios. Llegado a este punto, el escritor sagrado da un paso más. El Dios de Abrahán no es como el de otros pueblos, que acepta el sacrificio humano, y por esta razón impide al padre matar a Isaac. La fe en Dios no pasa por el sacrificio del ser humano pero, sí todavía, por el sacrificio de animales.

El sacrificio como culto a Dios, en ámbito judío, se celebraba como práctica en el Templo para restablecer la comunión del pueblo con su Dios. Por esta razón, en lugar de Isaac, Abrahán descubre un carnero y lo sacrifica a Dios.

Los sacrificios y los evangelios

En las historias que los evangelios nos relatan, no hay evidencias claras que conecten Jesús adulto con algún sacrificio animal. Sabemos que Jesús subía a Jerusalén para celebrar la Pascua, lo cual conllevaba también ir al Templo y ofrecer un cordero, pero los evangelistas no nos dicen nada explícito sobre ello. Probablemente ello se debe a que estos escritos se redactaron cuando ya el Templo no existía y también porque el centro del mensaje a transmitir era más bien el sacrificio del mismo Jesús.

Los evangelistas, haciéndose eco de lo que habían recibido, comprendieron que ya no eran importantes las prácticas sacrificales, sino que era la entrega de Jesús que se había hecho fundamental, algo que había dejado todo los demás vacío de significado. Siguiendo la tradición profética muy presente en Galilea, en la que Jesús muy probablemente se había formado, los evangelistas restan importancia al sacrificio. Marcos recuerda que amar al prójimo es más que todos los holocaustos o sacrificios (Mc 12, 33), así como Mateo pone esta frase de Osea en boca de Jesús cuando él afirma: “Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7 y Os 6,7).

Los sacrificios y el Antiguo Testamento

La misma enseñanza la encontramos en varios libros del Antiguo Testamento: Samuel afirma que el Señor se complace más de la obediencia a su palabra que de los holocaustos y sacrificios (1 Sam 15,22). El libro de Proverbios afirma: “El hacer justicia y derecho es más deseado por el Señor que el sacrificio (21,3), mientras que en el salmo 50 Dios recuerda que todo le pertenece y que sacrificar animales tiene poco valor para él, más en comparación con la alabanza a Dios y una vida recta. Lo mismo afirma Isaías, cuando dice que Dios está harto de holocaustos de carneros y sangre de novillos; frente a todo esto, él afirma: “Aprended a hacer el bien, tomad decisiones justas, restableced al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda” (Is 1,17). 

Jesús, una vida entregada

¿Cuál es, entonces, el verdadero sacrificio de Jesús? Lo de una vida entregada para levantar al caído, ayudar al oprimido, construir una sociedad centrada en el ser humano y en cuidar de su bien-estar, en todas sus dimensiones. Esto es el verdadero sacrificio o, siguiendo la etimología de la palabra, el hacer algo sagrado, hacer sagradas las cosas porque se usan para el bien del prójimo.

Conclusión

El auténtico sacrificio, entonces, y así volvemos a nuestro periodo cuaresmal, es hacer de nuestra vida una entrega, una disponibilidad a escuchar al Hijo, lo que “clásicamente” afirmamos con “hacer la voluntad de Dios” y que no es otra cosa que construir su Reino, edificándolo sobre relaciones autenticamente humanas, que generan vida y dan fruto abundante. No se trata, entonces, de hacer algunos gestos de renuncia, limitados a un periodo particular, sino de comprometernos a un cambio de mentalidad, a una transformación interior que nunca acaba y que es continua, porque coincide con nuestra vida, en cuanto necesitada de una perenne conversión.

Gn 22,1-2.9-13.15-18: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Sal 115: R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Rom 8,31b-34: Dios no se reservó a su propio Hijo.

Mc 9,2-10: Este es mi hijo, el amado.

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