El reino de los cielos – XVII Domingo T.O. A
El reino de los cielos es como…la experiencia del amor
El reino de los cielos es como…seguimos con el evangelista Mateo y él nos sigue guiando en el tema del reino de los cielos, el gran tema de la vida pública de Jesús.
Creo que es una experiencia muy común la de haber sido adolescentes y haberse enamorado. De repente, descubrir que la persona que tanto te interesa también te corresponde con su amor es algo increíble y arrebatador. De repente parece que estás viviendo una experiencia parecida a las montañas rusas, pero ahora con respecto a las emociones.
Todo pasa en segundo lugar
Saberse enamorado y correspondido significa un cambio total en la vida cotidiana. Ya nada es igual y ahora resulta que lo único que realmente importa es tu pareja, que tanto has anhelado. Todo lo demás pasa en segundo plano, casi parece no importar y todo el tiempo se quiere concentrar en compañía de la persona amada. Si se pueden cancelar compromisos o quedadas, citas ya cerradas, se trata de hacer lo que es posible para no perder ni un solo momento del precioso tiempo en su compañía.
Los demás, desde fuera, mirar extrañados y perplejos, achacando esta actitud a la adolescencia y a la falta de medida y prudencia. ”Ya se le pasará”, dicen algunos, o: “no está bien que actúe así”, afirman otros. Y, sin embargo, el evangelio de este domingo me ha recordado esta experiencia de mi adolescencia.
El reino de los cielos es un tesoro que descubrir
¿A qué se le puede parecer el reino de los cielos? A un tesoro sepultado en un campo, que un trabajador descubre sin querer, se da cuenta de su valor y, sin decir nada a nadie, lo sepulta otra vez, vende todo lo que tiene (casa, joyas, herramientas de trabajo, ropa…) para comprar el campo y hacerse con el tesoro.
La locura y la alegría del descubrimiento
La gente, que no sabe, seguramente tildará de loco al pobre campesino que está deshaciéndose de todo lo suyo para comprar un campo cualquiera, un pedazo de tierra que tampoco vale todo estos esfuerzos. Solo aquel “loco”, sin embargo, está al corriente de lo que ocurre y ha comprendido lo valioso que es aquel tesoro, el reino de los cielos por el cual el mismo Jesús estuvo dispuesto a dejarlo todo para hacerse con él.
Y no solo este campesino actúa con ímpetu y máximo compromiso sino que, como el mismo evangelista nos lo describe, todo lo hace “lleno de alegría”, porque ha descubierto que todo lo que tenía y hacía hasta ahora ya no tiene valor con respecto a este tesoro que ha descubierto, el reino de los cielos que estaba allí y que ahora quiere para él.
Llamados, como cristianos, a valorar el verdadero tesoro
Estas pocas lineas que hemos estado analizando, creo que son lo esencial de nuestro recorrido como cristianos. En este domingo, el evangelista nos está preguntando si hemos realmente encontrado este tesoro escondido o si pasamos de él, tan entretenidos en los quehaceres del día a día, como aquellas semillas que caen en terreno pedregoso y las raíces no pueden sobrevivir.
Si hemos encontrado este reino de los cielos, hemos de preguntarnos si estamos dispuesto a vender todo por él, a deshacernos de otras cosas porque nuestro corazón ha sido llenado por él o si este corazón sigue compartiendo mucho de su espacio para otros tipos de tesoros, algo que empaña nuestra vivencia como discípulos del Señor. Es como aquel que quiere tener a dos novias a la vez o, por decirla con el Evangelio, que quiere servir a Dios y a Mamona.
La Iglesia, un camino lleno de curvas
Pero, ¿quién no se reconoce en el discípulo que empieza con gran compromiso y, sin embargo, poco a poco pierde fuerza y se deja arrastrar por otros tesoros que antes parecían tener escaso valor? Es por esta razón que el evangelista Mateo nos recuerda que el reino de los cielos es como una gran red que se echa a la mar y recoge todo tipo de peces, los buenos y los malos, los que son comestibles y los que se pueden devolver porque no aptos para comer.
Vuelve, entonces, el tema del domingo pasado: la Iglesia esta hecha de cizañas y trigo, porque es una gran red que tiene que acoger a todo tipo de peces, sin excluir a nadie. Una comunidad rígida, selectiva y que excluye está lejos del criterio que Jesús encarnaba con su vivencia.
Conclusión
Toca a nosotros cristianos vivir con esa alegría la condición de aquellos que han descubierto en Jesús y en su Espíritu el mayor de los tesoros, una alegría que no puede que ser contagiosa y que, aunque desde fuera puede ser percibida como locura, nosotros sabemos que nos llena por dentro, nos hace más felices, más humanos y más fraternos los unos con los otros.
1R 3,5.7-12: Pediste para ti inteligencia.
Salmo 118: R/. ¡Cuánto amo tu ley, Señor!
Rm 8,28-30: Nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo.
Mt 13,44-52: Vende todo lo que tiene y compra el campo.