El reino de Dios – XI Domingo T.O. Año B
¿Qué es este reino de Dios?
El reino de Dios es como…¿Pero qué es este reino de Dios? Es una “sociedad alternativa” donde reina el amor fraterno, pero tampoco se reduce a algo que tiene solamente categorías espacio-temporales. El reino de Dios, entonces, es un estado personal y colectivo de plenitud, de perfección, de comunión entre nosotros y, entonces, con Dios.
El tesoro escondido de Jésus
Este reino de Dios es lo más valioso para Jesús, que lo representa como un tesoro escondido o una perla de gran valor, una realidad por la que estamos dispuestos a vender y/o dejarlo todo para conseguirlo. Es un poco como decir: ¿quién, en su sano juicio, no vaciaría ya mismo su cuenta que tiene 10, 20, 30 mil euros, o más, si le garantizaran que dentro de un año va a tener 10, 20, 30 millones de euros, o más? Así como frente a este “tesoro”, todos los demás parecen de poco valor, lo mismo pasa con el reino de Dios, por el cual el cristiano reconfigura todos sus parámetros y los reajusta a esta nueva realidad que el Espíritu hace vibrar por dentro.
El descubrimiento interior
Si, porque ese reino de Dios es, en primer lugar, un descubrimiento que hacemos en nuestro interior. Es allí que descubrimos a Dios como Aquel que nos ama sin condiciones (cf. El padre misericordioso) y que está dispuesto a todo para tenernos a su lado (cf. La oveja perdida) y que se hace prójimo, cercano a nosotros mismos, cuidando de nuestras heridas, vendándolas y dando hasta lo suyo por nosotros (cf. El buen samaritano).
Este reino de Dios, entonces, es en primer lugar un estado interior de descubrimiento, de maravilla, de acogida, de agradecimiento. Si vamos siempre corriendo, muy ocupados con nuestra agenda llena de reuniones y fijándonos siempre en lo “negativo”, vamos entonces como ciegos, incapaces de ver, saborear, apreciar lo que nos rodea. Pero si cambiamos punto de vista, si comprendemos que hay otra forma, más profunda, de ver la realidad, es allí que haremos ese descubrimiento.
Nuestra “mirada” nos salva…
Descubrimos, por ende, que la realidad no ha cambiado o, a lo mejor si…que lo que ha cambiado somos nosotros y que ahora percibimos la misma realidad de antes, pero bajo otro punto de vista. Este último es un elemento fundamental a tener en cuenta, porque nuestra actitud, nuestra forma de mirar e interpretar la realidad hace que nuestro mundo cambie a veces totalmente. En otras palabras, lo que nos decimos y las historias que nos contamos pueden hundirnos o levantarnos, según la frase que Jesús dijo a la hemorroísa: Ánimo, hija, tu fe te ha salvado.
…si secundamos el Espíritu
Porque, de hecho, nuestra mente tiene un poder muy fuerte, en negativo para tumbarnos y en positivo para darnos fuerza y ánimo. Si secundamos el Espíritu, fuente de paz y de unión, ejercitaremos nuestra mente para acallarla cuando nos quiere mostrarnos que somos mejores que los demás o al revés, que los demás son y tienen más que nosotros. Nosotros, que somos más que estas olas que nos suben y bajan, somos hijos amados de Dios, hechos por él, preciosos todos y todos únicos, porque expresión de su eterno amor.
El reino de Dios como conciencia de este don
El reino de Dios, entonces, es este nivel de conciencia en el que hemos descubierto esta realidad, a saber, lo que somos y con maravilla la acogemos, no porque fruto de nuestro mérito, sino como resultado de un don que nos llama al agradecimiento. Este don, el del amor, nos empuja a su vez a trasmitir la alegría de lo que hemos recibido, anunciándola con las palabras y los gestos concretos, como aquellos siervos fieles que, recibidos varios talentos los reinvierten para que den más fruto (cf. La parábola de los talentos).
El reino de Dios como proceso silente y transformador
Todo este proceso, de descubrimiento, maravilla, acogida, agradecimiento, transformación de vida y anuncio, es un proceso que va despacio y necesita de su tiempo, como la semilla que un hombre siembra en el terreno; despacio pero sin parar, la semilla se resquebraja, germina, crece y da fruto. Este proceso, en el que brota en reino de Dios, necesita del trabajo, del esfuerzo y del compromiso del ser humano que, más que otras cosas, está llamado a dejarse transformar y moldear por el Espíritu.
Nosotros no somos ni la semilla que da fruto ni el hortelano que siembra; la primera es el Espíritu y el segundo es el Señor Jesús. Nosotros somos el terreno que no puede estar seco, duro y pobre en minerales, porque si fuera así, entonces, la semilla no podría encontrar cobijo y generar vida, para llegar a ser un gran árbol que da sombra y ayuda a quién lo necesite.
Conclusión
En otras palabras, entonces, el reino de Dios es esta presencia de Dios que empieza en el interior de cada uno de nosotros, una semilla muy pequeña, invisible. Esta semilla, si dejamos que ponga raíces, nos transforma poco a poco en un gran arbusto que atrae a otros, cansados del sol o en busca de frutos o necesitados de madera.
Una vez descubierto lo que hemos recibido, por ende, llegamos a compartirlos con los hermanos, en una red de relaciones y de comunión que expresa el amor que Dios tiene para cada uno de nosotros y que quiere que se haga una realidad humana y concreta, ese reino de Dios que Jesús mismo buscaba y quería sembrar en el corazón de sus discípulos.