El perdón – XXIV Domingo T.O. Año A
El perdón, el estilo de relaciones del reino de Dios
Las lecturas de este domingo apuntan todas al mismo objetivo: el perdón. En este reino de Dios que Jesús llama a construir, en el que edificar significa dar la vida para el bien de los demás, es necesario que se entable un nuevo estilo de relaciones entre hermanos. La semana pasada vimos la importancia de la corrección fraterna; ahora es el tiempo del perdón.
Solo aquellos que son conscientes de haber recibido mucho y sin mérito, solo ellos están dispuestos a donar también mucho. Sin embargo, quien se cree capaz de hacerse a sí mismo, no puede que exigir lo mismo de los demás.
La parabola del siervo despiadado
Esta es la dinámica de fondo de la parabola del siervo despiadado. Este último debe diez mil talentos, algo como decir millones y millones de euros, a saber, una cantidad desmesurada. A la hora de arreglar cuentas con su señor, el empleado pide su compasión, afirmando que puede devolverle todo si su rey sabe ser paciente.
Su arrogancia y ceguera le llevan a pensar que podrá saldar su deuda, algo que los oyentes de Jesús saben que es imposible. El rey, sin embargo, no le da tiempo y hace más: le libra totalmente de la deuda; una acción seguramente sorprendente, tanto como la gran deuda acumulada.
No somos islas
Quien no es capaz de dar las gracias y de mirar más alla de sus supuestos méritos, achaca todo lo bueno a su saber hacer. No se da cuenta de que nosotros no somos islas: no nos damos a nosotros mismos la vida, la educación, el don de la palabra, la capacidad de amar y razonar. Es muy larga la lista de elementos que conforman nuestro ser y que debemos a la interacción con nuestros semejantes o con nuestro entorno.
Somos lo que somos gracias al contexto y a las personas que nos rodean y, en lo bueno como en lo malo, es fundamental reconocer que hay múltiples factores que interactúan para dar el resultado final de lo que somos, aparte nuestros esfuerzos, sin lugar a duda.
El don nos precede y envuelve
Aquel que cree que todo se lo ganado por sus esfuerzos y que no le debe nada a la vida, no ha experimentado aún el balsamo del agradecimiento. Probablemente su corazón está seco, porque piensa que nadie le ha dado nada y es incapaz de dar. Principio de la sabiduría, sin embargo, es ser conscientes de que todo lo que somos y tenemos es un regalo y que lo que hemos conseguido con mucho esmero es también consecuencia de un don que nos precede y nos envuelve.
El siervo despiadado, sin embargo, no percibe esta gratuidad, demasiado encerrado en su orgullo, demasiado ocupado en mirar a su gran ego. Frente a un compañero como él, que ha experimentado sus mismos fallos y le debe dinero, no es capaz de verse reflejado en el hermano que tiene delante, concediéndole el mismo perdón que acaba de recibir, aunque la deuda es de solo cien denarios, unos meses de un sueldo medio. Y le envía a la cárcel.
El perdón del Padre nos libera
El mensaje que encontramos al final de la parabola (el perdón de corazón a los hermanos) se conecta perfectamente con el comienzo de la historia, en la que Pedro pregunta a Jesús si ya es suficiente perdonar siete veces, descubriendo que no basta (“hasta setenta veces siete”).
Jesús quiere mostrar la bondad del Padre, como un rey capaz de olvidarse de todo, hasta de lo inimaginable, para recordarnos nuestra condición de hijos: somos hijos auténticos cuando nos parecemos al Padre. Si el Padre es aquel que nos libera de cualquier deuda, sin garantías ni condiciones, los hijos están llamados a hacer lo mismo, no para evitar futuros castigos, sino de corazón, porque transformados por dentro.
Conclusión
El perdón, por lo tanto, es un camino de liberación. Cuando ya no buscas la venganza y no te esmeras para que reconozcan que tienes razón; cuando te das cuenta de que aquello que te hacen o te quitan no resta nada a lo que eres y has conseguido acallar tu orgullo herido, entonces te has liberado del veneno de lo que antes te parecía una ofensa hacia tu persona. Liberado de la carga del pasado, te abres nuevo hacia el futuro, renacido, ahora capaz de decir a quien te ha ofendido que ya él tampoco tiene cargas y deudas si hace el mismo recorrido.
El camino del perdón es, así, un sendero largo como la vida, pero su principio empieza por reconocernos débiles e imperfectos, unido a la experiencia de un Dios que siempre está allí para sostenernos y levantarnos con su mano, a pesar de nuestras continuas caídas. Humildad y agradecimiento son los elementos claves para no caer en la trampa del ego que se cree autosuficiente y poder así dar comienzo a relaciones más humanas y liberadoras.
Ec 27,33–28,9: Perdona la ofensa a tu prójimo y cuando reces tus pecados te serán perdonados.
Salmo 102: R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Rm 14,7-9: Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor.
Mt 18,21-35: No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.