El misterio de Dios – La Santísima Trinidad

El misterio de Dios – La Santísima Trinidad

La Trinidad y el misterio de Dios

Me encanta que el Dios cristiano sea el Dios de la Trinidad, a la vez Uno y Trino. Esta característica que lo constituye es nuestra debilidad y “su” fortaleza; partiendo del presupuesto que fortalezas y debilidades que podemos atribuir a Dios son solo fruto de nuestra comprensión y no de su Ser, al cual nosotros nada podemos añadir o restar.

Dicho esto, es más fácil para nuestra comprensión afirmar que Dios es Uno. Así lo definen los judíos y los musulmanes y, sin negarlo desde luego, lo afirmamos también nosotros cristianos. 

En la historia de las religiones podemos fácilmente distinguir los monoteísmos de los politeísmos. Pues bien, si dejar el monoteísmo, los seguidores de Jesús han llegado a la conclusión que el Dios que se revela en el Antiguo Testamento no es “estrictamente” Uno, porque, aún siéndolo, está constitutivamente hecho de una pluralidad, porque es Trino. 

Con esto no se quiere caer en el politeísmo, porque el Dios cristiano no son tres deidades. Es aquí que el cerebro de la mayoría de los creyentes y no creyentes va en parada, en cuanto estamos afirmando una contradicción en sí: Dios es Uno pero no solamente es uno y, al mismo tiempo, es Trino, sin caer en el politeísmo de tres dioses.

Unidad y diferencia en la Trinidad

De esta forma, el misterio, que es Dios, se nos hace presente en toda su fuerza y ella se declina en nuestra dificultad para comprenderlo. Porque así como es fácil para nuestra mente comprender la unidad y/o la pluralidad, así de difícil es comprender las dos realidades en una solo expresión, que nosotros llamamos Trinidad.

Esta faceta “misteriosa” nos permite darnos cuenta de que Dios no se puede comprender, porque nuestra mente limitada no puede contener y hacer suyo algo que se le escapa, así como simplemente se nos escapa comprender cualquier realidad a la que queremos restar las categorías del espacio y del tiempo.

Dios, imposible de definir

Todo lo que he expuesto hasta ahora nos permite decir que, si de Dios podemos afirmar muchas cosas, sin embargo, no podremos nunca terminar de definirlo en su totalidad, porque lo que Él Es va más allá de cualquier concepto y definición que podemos llegar a formular. No por nada, de hecho, en el Antiguo Testamento estaba prohibido hacer estatua o imagen de Dios, en cuanto ella habría expresado solo una falsa representación suya, puesto que Dios va más allá de cualquier intento nuestro de definirlo.

De todas formas, tampoco aquí queremos afirmar que de Dios no se puede decir nada, sino que lo que de él se dice hay que tomarlo siempre con prudencia, humildad y respeto. Y una de estas “cosas” que nos ayudan a “definirlo” es, entonces, su ser uno y trino.

Dios Trinidad y el ser humano a su imagen

Ello implica que el Dios cristiano es el Uno, es decir, el Principio, la Fuente, el Origen, la Causa, el Motor, el Tesoro, el Silencio, la Palabra y podríamos así seguir con una lista interminables de analogías que nos ayudarían a acercarnos al Misterio. Pero, este Uno incluye en si mismo la diversidad, la alteridad, lo distinto, lo plural.

Lejos de expresar algo monolítico, uniforme y estático, la Trinidad transmite lo que es, vida misma que, aún siendo una, se da a conocer en múltiples dimensiones y manifestaciones. En esta vida, que es una, nosotros manifestamos las dinámicas de la Trinidad: al mismo tiempo somos aquellos que donan, los donantes, el origen de la relación (padres, profesores, donando vida y creando relación) y, también, somos aquellos que reciben (hijos, alumnos, aprendices, aquellos que acogen) y, porque no, también el don mismo, en cuanto capaces de iluminar, reconfortar, abrazar, levantar, proteger.

En este sentido, nosotros estamos hechos a imagen de la Trinidad: ella es relación fundamental entre el Padre, el Hijo y el Espíritu y cada uno de ellos no tendría sentido sin la relación con los demás de la divinidad. El donante, el Padre, no tendría sentido sin aquel que recibe, sin el Hijo y sin un don que entregar, el Espíritu. El Hijo, que recibe, no tendría razón de ser sin un Padre, que dona y sin ese don, el Espíritu. Este, finalmente, no se comprendería sin el Padre ni el Hijo, en cuanto él es el amor y el armonía entre los dos.

La Trinidad es relación

La dinámica de la Trinidad, entonces, es constitutivamente relacional y la relación es la dinámica misma del ser humano, ya definido como animal social por los antiguos. Por ende, la relación no es tan solo la dinámica del ser humano, sino de todos los demás animales y de la creación entera, en la que todos sus componentes interactúan entre sí y permiten el bienestar y el desarrollo de la misma.

La armonia de lo diferente

Finalmente llegamos al último punto que quiero subrayar. La Trinidad, que es un Dios en tres personas, nos habla de una unidad en la divinidad y una diversidad interna de sus “componentes”. En otras palabras, el Dios cristiano nos indica que es posible la armonía de lo diferente, en cuanto lo diferente también entre sí se constituye por la unidad, a saber, porque diferente no significa separado y extraño.

¿Qué significa esto para nosotros? Significa que también nosotros somos como un cuerpo, hecho de diferentes miembros pero en el que cada miembro es fundamental para el funcionamiento del “todo” y no puede estar separado de los demás sin causar problemas. 

Además, esta diferencia que hay entre sus miembros (color, cultura, sexo, identidad, origen…) no es sustancial, porque en esencia somos todos iguales, seres humanos que necesitamos relacionarnos con los demás para ser nosotros en plenitud y, para serlo, es necesaria una armonía de fondo que permita acoger lo diferente, lo distinto y que es el Espíritu Santo, también llamado amor.

Conclusión

El misterio de Dios, es decir, el misterio de la Trinidad, no es un simple dogma que rechazar porque incomprensible y lejos de nuestra realidad, sino que nos enseña algo esencial sobre Dios mismo y, por consiguiente, algo propio y distintivo del ser humano y de toda la creación. Como dice el papa Francisco en el número 239 de la encíclica Laudato si, “toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria”. Porque cuando todos tocamos bien nuestra partidura, lo que se genera es una sinfonía increíblemente hermosa y, porque no, divina.

Lecturas de este domingo

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