El mensaje de Jesús – XXI Domingo T.O. Año B
Menos cristianos en Europa
Últimamente se habla bastante de cómo el cristianismo, en Occidente y más en Europa, se está volviendo una religión de minoría, una de las distintas opciones que se pueden escoger, frente a un pasado absolutamente cristiano. Parecen acabados, entonces, aquellos tiempos en los que podíamos considerarnos religión de masa.
Curiosamente, también en el evangelio de este domingo vemos algo parecido en la experiencia de Jesús. Seguido por muchos discípulos, interesados porque su hambre ha sido saciada con la multiplicación de los panes, ahora nos encontramos en un momento crítico. Parece que las palabras de Jesús no gustan a la gente y muchos abandonan, tanto que Jesús pregunta también a los Doce si algunos entre ellos se está planteando marcharse.
Se me podría responder que la comparación entre la Iglesia y Jesús no se mantiene: a Jesús le abandonan porque él es exigente y a la vez coherente, mientras que la Iglesia es exigente y al mismo tiempo incoherente. A esta objeción no puedo que reconocerle su parte de verdad. Como Iglesia, necesitamos reconectar con la gente, aprender a decir no solamente lo mismo en formas nuevas sino también a saber decir cosas nuevas para tiempos nuevos.
También Jesús se queda solo con los Doce
Sin embargo, muchos abandonan a Jesús porque no están interesados en su mensaje; más bien han entendido que detrás de él pueden conseguir éxito y gloria, pueden satisfacer sus necesidades materiales y apagar sus deseos; de allí que algunos querían proclamarlo rey (cf Jn 6,15) y cuando ven que sus expectativas no se van a realizar tan pronto, pues se marchan.
Para los Doce, entre ellos Simón Pedro, en cambio, las cosas marchan de otra forma: creo poder decir que todavía ellos no han captado a la perfección a quien tienen delante, pero entienden que ese Jesús de Nazareth tiene palabras de vida eterna, a saber, sabe darles aquellos que buscan, encuentran en él lo que da sentido a su existencia.
Cristianismo, mensaje irrelevante?
Ahora volvamos a la actualidad y a nuestra sociedad “de-cristianizada”. Por un lado no podemos negar que la Iglesia tiene dificultad en saberse desenvolver en una sociedad que cambia rápidamente y que presenta múltiples retos. Como cristianos, parece que “nuestro” mensaje ya es irrelevante, insignificante para una gran mayoría de jóvenes y adultos. Probablemente no sabemos conectar con las necesidades de las personas que nos rodean y/o no sabemos traducir de forma nueva esa buena noticia que estamos llamados a anunciar.
El mensaje de la sociedad occidental
La Buena Nueva de la salvación o liberación parece ya no servir, cuando estamos bombardeados por otros mensajes de autorrealización, en los que la dimensión espiritual es inexistente y funciona la dinámica del mercado. Basta con mirar un poco los medios de comunicación: allí no hay personas, sino usuarios, clientes que convencer para que compren. La persona, por ende, es tratada como medio, instrumento para conseguir dinero. La dinámica es la del marketing y de la satisfacción de los deseos, creando necesidades.
Somos instrumentos, pero no debemos saberlo y por esto somos el centro del mensaje: tu lo vales, eres guay, pero más con este coche, mejor con esta app, perfecto con este maquillaje, deslumbrante con esta ropa y, porque te lo mereces, tómate un descanso con esta aerolínea, una gran casa con esta constructora y etcétera etcétera.
Vivimos, entonces, en una sociedad muy hedonista, muy consumista, muy narcisista, donde se nos venden ciertas metas en las que lo que vale es tener riqueza, tener privilegios, tener fuerza y posiblemente de forma rápida, donde el centro es el YO.
El mensaje de Jesús
Nadie nos enseña, sin embargo, que este camino no solamente es un espejismo, sino que nos lleva a todo lo opuesto con respecto a lo que nos quieren vender, a saber, a la autodestrucción.
Es en este sentido que el mensaje de Jesús se vuelve más relevante que nunca, un mensaje de salvación en el que la salvación es liberación de aquello que nos esclaviza y nos hace perder el control sobre nosotros mismos. Jesús nos recuerda que ese YO es el centro solo y cuando se hace lugar en el que nos descubrimos amados de forma gratuita y listos para amar de vuelta. Aquí las personas no son un medio para, sino un misterio que respetar, unos acompañantes en el camino para ser ayudados y para que nos ayuden.
Conclusión
No tengo recetas que sean válidas y eficaces para que la Iglesia muestre su mejor versión y pueda ser luz y levadura en la masa que es el mundo, pero si que estoy firmemente convencido de que el mensaje que Jesús nos ha dado como legado, el Evangelio, sigue siendo aún más crucial y fundamental para los tiempos que estamos viviendo, al fin de formarnos como personas y crecer hacia una humanidad plena.